sábado, 16 de junio de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE DEMUESTRA QUE HAY DE PISOS A PISOS




Querida Mariana: Alfonso se molesta cuando digo que no me gusta escuchar eso de “Con los pies en la tierra”. Las personas lo dicen para reafirmar que uno debe estar instalado en la realidad. Pero a mí, la verdad, la realidad no me gusta mucho. La realidad es muy plana. A pesar de todas las grietas que tiene, al final, es muy predecible; es decir, lo que ocurrió hace siglos sigue ocurriendo, con muy ligeras variantes. ¿El problema de la violencia? La sociedad ha sido violenta desde que aparecieron los primeros seres humanos sobre la tierra. Por esto, porque la realidad es muy repetitiva, vos sabés, me gusta más el mundo que aparece en los libros. Además, eso de “Con los pies en la tierra” me ata, me impide soñar con el vuelo y yo digo que si algo nos compensa de la rutina diaria es la capacidad de volar con la imaginación; es decir, de levitar y dejar abajo, muy abajo, ¡la tierra! Me gusta estar con los pies “sobre las nubes”. Me gusta estar en las nubes.
En la escuela, los maestros castigan a los muchachos que andan “en las nubes” y no ponen atención a lo que ellos enseñan: la matemática, el español, la biología.
Yo, perdón, entiendo a esos niños que andan en las nubes. Los entiendo porque sé que es aburrido el proceso de transmisión de conocimientos. Basta ver el comportamiento de maestros y alumnos. La mayoría de maestros y alumnos celebra la aparición de puentes programados en el calendario escolar. Esto que parece algo obvio es indicativo que la escuela es aburrida, porque los integrantes del proceso educativo prefieren descansar. Cuando alguien desarrolla una actividad por la que siente pasión, hace lo imposible por estar más tiempo ahí. Conozco fotógrafos, cineastas, escritores, pintores y demás fauna creativa que se están horas y horas en sus trabajos desarrollando la actividad motivo de su pasión. En el plano educativo sólo conocí a alguien que tenía una gran pasión y que, en cuanto terminaba el horario de trabajo, citaba a sus alumnos para la tarde, a fin de seguir sembrando luz en sus mentes: la madre Sara. Ella todo lo hacía de manera desinteresada, su única luz era hacer niños responsables, dueños del conocimiento. No dudo que hay muchos maestros que son como la madre Sara, pero yo no los conozco. Ahora veo a muchos que, como ya dije, prefieren ver un partido de fútbol de la Copa del Mundo de Rusia, que poner ejercicios de ortografía. Por eso, ahora medio mundo habla de fútbol, escribe de fútbol, aunque sea con una cantidad inimaginable de errores ortográficos.
Entiendo a esos niños que andan en las nubes. ¡Cómo no! Encuentran más entretenida la imaginación de su mente que el aburrido dictado del maestro.
De niño yo fui de los que andaban por las nubes. Bastaba que el maestro dijera una palabra para catapultarme a territorios que estaban muy lejos del salón de la Matías de Córdova. Pienso, ahora lo advierto, que los niños que andan en las nubes tienen propensión a ser creativos cuando son grandes. ¡Claro, cómo no! Siendo niños abonaron con creces esos suelos, esa tierra. Cuando esos niños crecen se deciden por carreras donde el arte es cimiento para los edificios que no se sustentan en la tierra, sino en el cielo. Los más grandes creadores del mundo son personas que casi no están con los pies en la tierra. Los que permanecen con los pies en la tierra hacen dinero, son inversionistas, viven el presente con emoción; por el contrario, quienes viven con los pies en las nubes acumulan aire para la vida de ellos y de los demás. Si no fuese por los que viven en las nubes la vida sería horrible, sería muy con los pies en la tierra; es decir, plana, gris, con el olor del oro y de la plata.
El gobierno federal tiene implementado el programa de “Piso firme” (que no es materia de albur). Este programa pretende que las casas más modestas dejen de tener pisos de tierra y estén encementados. A mí no me gusta el cemento, pero entiendo que habitaciones con piso de tierra causan un sinfín de enfermedades. Mucha gente que ha sido beneficiada con el programa sonríe de manera menos miserable.
En casa, lo sabés, mi mamá nunca dejó que yo caminara con los pies descalzos. No sé cuál es la sensación de caminar sobre el césped mojado, sobre la tierra enlodada. Cuando volvía de la escuela primaria, a veces, la lluvia comenzaba. Odiaba mojarme, pero lo que más odiaba era que mis pies se humedecieran. Aún ahora me provoca escozor en el espíritu imaginar mis zapatos mojados y adentro mis pies. Tía Eugenia hacía bromas, según ella, y decía que me hacía bien mojarme los zapatos de vez en vez, porque así podían nadar mis ojos de pescado.
Hace muchísimos años, las calles de Comitán eran de tierra. Las señoras se quejaban porque el polvo entraba sin pedir permiso y se recostaba no sólo en las camas sino también en los radios, en los asientos, en los roperos, en las blusas blancas limpísimas que quedaban grises. Luego, las calles fueron empedradas y luego, en un alarde de entrar a la modernidad, fueron encementadas. Ahora, cuando llueve, la tía Eugenia siente nostalgia por el olor a tierra mojada. ¿A qué huele ahora la lluvia sobre el cemento?, pregunta, y ella misma se contesta: ¡A nada! Extraña el sonido del agua cayendo sobre la tierra y el rumor de ésta al beber el agua recibida. A veces me lleva al sitio de su casa y me dice que escuche. Yo oigo (resguardado en un cobertizo) cómo el agua chapotea sobre la tierra y hace caminitos en el interior de la tierra, casi puedo ver cómo las lombrices se emocionan al recibir la bendición de la lluvia. Esto, dice la tía, ya no sucede en las calles de Comitán. Como ahora ya todo es cemento, el agua resbala en el tobogán de las calles y provoca inundaciones en las partes bajas.
¿No será, le pregunto a la tía, que por eso el presidente municipal deja que existan miles de baches? ¿Un poco como nostalgia de tierra? ¿Para que los comitecos no olvidemos cómo era la tierra hace años? Y la tía dice cosas impublicables acerca de la insensatez e ineficiencia de las autoridades, dice que un día de éstos las demandará porque hace como dos meses su carro cayó en un bache y se ponchó una de las llantas. Nada digo, no sea que a mí también me toquen las mentadas. Me explica que las cosas del mundo deben tener congruencia: Si la calle está encementada debe estarlo en su totalidad.
El otro día caminé por el rumbo de Yalchivol y hallé esta puerta y estos escalones. Me senté en la banqueta y disfruté el diseño de esas losetas de los años sesenta o setenta. Son losetas hechas en talleres comitecos. Sin duda que estas losetas fueron sobrante de algún piso, ahora es como un muestrario de la grandeza de nuestra industria local. Un día, como en todo México, llegaron las grandes empresas transnacionales y nos ofrecieron, como hicieron los españoles en la Conquista, plásticos transparentes y, de igual manera que los nativos, cambiamos el oro auténtico por el dorado artificial.
El piso del templo de San Caralampio (nuestro santo consentido) aún tiene losetas comitecas. En otros templos, la supuesta modernidad se ha instalado y los encargados han levantado los pisos con losetas y colocado losetas resbaladizas muy chic. ¡Que Dios perdone su osadía! En el templo del Padre Eterno, en La Trinitaria, cometieron ese error. Ahora todo mundo patina y el creyente no tiene la sensación de entrar a la casa de Dios, sino de entrar a uno de esos salones donde se baila para celebrar los quince años de la chica bonita. ¡Qué pena! ¡Se equivocaron! Se equivocaron porque los encargados de los templos deben tener los pies bien puestos en la tierra a la hora que deciden hacer cambios de la casa de quien tiene los pies sobre el cielo.
Soy un hombre feliz, querida mía, porque los libros y la escritura y el cine y el dibujo, esencialmente, me han permitido ser una persona con los pies bien puestos en las nubes. Ahora reconozco que mi capacidad de abstracción es un don que la naturaleza me envió. Como ahora (por fortuna) ya no tengo frente a mí a un maestro sancionador y arrogante, nadie se molesta si me paro frente a un árbol o una casa o unas gradas con losetas comitecas, y me quedo horas y horas viéndolos. Nadie me obliga a hacer cosas que no deseo, por las que no siento pasión. Ahora (como debió ser siempre) dedico mi tiempo a vivir. Mi concepto de vida es totalmente opuesto a mi amigo que dedica todo su tiempo a ser político o a ser un gran inversionista para comprar muchas casas en Comitán y en algunas otras ciudades del mundo. Las casas no pueden estar más que ancladas a la tierra, estar con los pies (del cimiento) bien puestos sobre la tierra.
Posdata: Siempre que puedo abandono tantito la realidad real. Me encanta estar en universos paralelos, que tienen su casa en mi mente y en mi corazón.
Jung me enseñó que el conocimiento total (el presente, el pasado y el futuro) está en la mente, en el inconsciente colectivo. Los niños que, a la hora de clase, están “en las nubes”, están en ese territorio, en el infinito mundo del inconsciente colectivo. Ahí está todo y todo es emocionante y seductor y maravilloso. Por eso, entiendo a los niños que, aburridos de lo que dicta el maestro, se meten en esos laberintos llenos de luz. Los maestros tontos castigan a esos alumnos, cuando lo que deberían hacer sería apoyarlos, estimularlos, porque ahí, en esas mentes, están sembrados los árboles que darán oxígeno a las demás mentes que, más que mentes, son simples cuerpos.