lunes, 18 de junio de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA UNA HISTORIA DE MUSEOS (1)




Querida Mariana: La calle estaba cerrada. Escuché que un automovilista, con el brazo en la ventanilla, comentó molesto: “Es el gobierno”. La calle cerrada era la Real de Guadalupe, en San Cristóbal de Las Casas. Dos policías resguardaban una carpa con mesas y sillas, me acerqué y pregunté, uno de ellos dijo: “Es que el doctor Poo hace su campaña dental gratuita”. ¡Ah!, pensé, mi amigo Pepe tiene el poder de cerrar las calles en San Cristóbal, casi como si fuese un poderoso de gobierno. En esas estaba cuando Pepe apareció, lo saludé y, casi en automático, me despedí, pero él no permitió que yo siguiera mi camino, repartiendo ARENILLA-Revista. No, me dijo, vení a conocer mi museo. La palabra museo fue la que apagó mi decisión de continuar con el reparto. ¿Museo? Sí, Pepe dijo que tenía un museo. ¿En dónde?, pregunté. En mi consultorio, dijo él. En la fachada no hay un letrero que indique que adentro hay un museo, porque (luego entendí) más que museo es una colección de objetos varios que él llama así.
Entramos a su consultorio. Dos pacientes lo esperaban. Él los invitó a conocer su museo y, como si fuese un experto museógrafo, comenzó a señalar los diferentes componentes de su “museo”. Como ya intuiste, el museo del doctor Poo es un museo sui géneris; es decir, es un amontonamiento de objetos que él ha ido recolectando con el afán del coleccionista sin método, pero con mucho cariño, con mucha pasión.
El espacio donde Pepe tiene su clínica odontológica, su museo y su departamento, es un edificio con pocos metros de frente y muchos metros de fondo, así, en ese largo corredor nos mostró murales, su árbol genealógico, el santuario de su hijo, juguetes chiapanecos tradicionales, fotografías antiguas de San Cristóbal y de Comitán, fotos familiares, el título de médico de su papá, botellas de vino, vacías y llenas (las etiquetas de las vacías contienen la fecha y el lugar donde fueron consumidas y los nombres de quienes bebieron esas botellas), un paciente que era atendido por uno de sus compañeros odontólogos y que, si no hubiera contestado nuestro saludo, hubiésemos pensado que era parte de la escenografía; asimismo, nos enseñó dos estatuillas que, según él, son obras originales de culturas prehispánicas. Nada dije, pero casi estaba a punto de decirle que se veía la etiqueta de “Made in China”, pero como era un chiste que no coincidía con su entusiasmo y su seriedad, hice silencio. Después de ver alteros de diplomas tirados en el piso, pensé que, sin duda, en algún instante dichos reconocimientos estuvieron colgados en paredes y Pepe, con el dolor de su ego, los sustituyó por las fotografías antiguas. ¿Qué más tiene el museo de Pepe? Tiene cosas insólitas, porque (ya lo dije) es su departamento: mesas, sillas, camas con colchas y almohadas, cacerolas, molcajetes, además de una señora que preparaba la comida. Sí, es un museo sui géneris.
Pepe ha cumplido su gusto. Quién sabe en qué momento soñó con un museo. A su modo lo ha logrado. Con gran desparpajo invita a quien se le pone enfrente a visitar su museo y a dar datos acerca del acervo que contiene. En Comitán diríamos que es un tachilgüil; en Comitán diríamos que hay muchas personas que viven en casas que son como museos (por la riqueza de los objetos familiares), pero que no tienen la desenvoltura de Pepe, que invita a medio mundo a conocer sus obsesiones.
Desvié tantito mi ruta de entrega. Lo hice por afecto y porque la palabra museo me instigó. Recién había estado en el Museo de San Cristóbal (éste sí con museografía profesional) que está en la planta baja y en la planta alta de lo que fue la Presidencia Municipal; y había leído una propuesta de Museo de Agua que lanzó mi amigo Luis Aguilar, el famoso escultor. Ya te comentaré en otras cartas, mis reflexiones acerca del museo de San Cristóbal y de la propuesta de Luis.
Todo mundo sabe cuál es el objeto de abrir museos. El objetivo de Pepe, pienso, es el de compartir sus sueños y enraizar su identidad.
Siempre llama mi atención la pasión de los coleccionistas por acumular objetos y, en muchos casos, por compartir sus tesoros con los demás.
Me despedí de Pepe y seguí con mi ruta de reparto. Vi que, en la calle, donde estaba la carpa ya comenzaba a reunirse un grupo de personas que acudía a la campaña odontológica gratuita que el doctor Poo realiza con frecuencia. Justifiqué el cierre de calle. ¡Cómo no! Si los políticos cierran calles para hacer sus mítines políticos, pues que los odontólogos generosos también lo hagan. Esta última acción es más positiva. El doctor Poo hace una labor social muy importante. Desde hace muchos años impulsa las campañas gratuitas que benefician a decenas, centenas de pacientes.
Pensé si vos, aparte de libros, conservás chunches. Pensé en mí y concluí que no, que nunca he tenido pasión por acumular objetos. Ni siquiera los libros me mueven a guardarlos. Durante mi vida, a lo largo de mudanzas, he ido dejando bibliotecas en casas de amigos o desperdigándolos como si deshojara margaritas. Sólo conservo aquéllos libros que son como esenciales para mi respiración (la Biblia y Cortázar).
Posdata: Mañana te cuento mi impresión del museo de San Cristóbal. No pude evitar compararlo con el museo de Comitán y concluí que el nuestro es, como dijo un amigo, un museo de calcomanías que nos quedó a deber, pero, bueno, esto te lo cuento mañana.