miércoles, 6 de junio de 2018

EN MEDIO DE LAS PÁGINAS DE LIBROS DE CUENTOS





Me gustan los cuentos. Mi mamá me leía cuentos, cuando yo era niño. Siempre que abro un libro siento esa atmósfera ámbar. La luz de la lámpara del quinqué, por el capuchón de tela y el foco de poca luminosidad, creaba un ambiente de sol a punto de ocultarse.
Sí, me gustan los cuentos. Cuando mi mamá me leía uno yo olvidaba todos los sonidos que aparecían en los corredores de la casa y en la calle, y escuchaba los sonidos que salían del libro: el del submarino hundiéndose en el mar; el del águila sobrevolando el valle donde estaba la oveja desvalida; el de la tea de fuego que salía de la boca del dragón; el del niño que resbalaba en el pozo; el de la alfombra que volaba por encima de los minaretes y de las atalayas.
Desaparecían los sonidos de las puertas, a la hora que la sirvienta cerraba la cocina y el comedor; desaparecía el chirrido de la cama a la hora que el abuelo se sentaba en la orilla y guardaba la bacinica; desaparecían los rezos de la abuela; desaparecían las noticias que escuchaba mi papá en la radio. Todo se esfumaba y se magnificaba el pase mágico del brujo, el salto del puma, el cántaro que se quebraba, el río que desaparecía en la grieta, la pócima mágica que hervía en el caldero.
Me gustan los cuentos. De niño, cuando despertaba, todavía en la cama trataba de escuchar los sonidos de los cuentos, pero ahora eran éstos los que desaparecían. Los sonidos eran los de todos los días: el de la olla de café en el fogón, el de la campana de la iglesia de Santo Domingo, el de la canastera que ofrecía chayotes en el zaguán, el de las cajas de refresco que subían a los camiones y los gritos de los albañiles que cambiaban las tejas rotas en el techo de la casa.
Le preguntaba a mi mamá: ¿En dónde se esconden los dragones, los unicornios y las brujas que salen en los cuentos? Mi mamá me decía que no se escondían, que ellos vivían en las páginas de los libros: ¡Ahí estaban siempre! ¿Y qué comen? Mi mamá decía que los personajes de los cuentos se alimentaban de manera diferente a los humanos, decía que los unicornios y tortugas y monstruos de los cuentos se alimentaban cada vez que alguien abría el libro, el aire de afuera se transformaba en su alimento. Mientras el unicornio se paseaba por el bosque, los demás personajes que no participaban en ese momento en la historia, se recostaban en el césped, alzaban las patas o las manos y, como si cortaran manzanas, descolgaban el aire y se alimentaban. ¿Todos viven del aire?, preguntaba. Mi mamá decía que sí, que el aire era su vida. Por eso, concluía, los niños deben abrir los libros para que los personajes de los cuentos no mueran. A mí me gustaría que no comiera la bruja Agara. ¡No!, decía mi mamá. Si ella muere ¡no hay cuento! Ah, decía. Sí, mi mamá tenía razón. Además, en el cuento, la bruja Agara recibía su castigo, se había quedado sin cabello, andaba pelona como bola de billar por todo el bosque, vestía andrajos y se había quedado sin dientes, por eso no reía, porque cuando abría la boca se veía muy fea, muy chistosa.
Me gustan los cuentos. Tengo la fortuna de que mi mamá vive. A veces, a pesar de que tengo sesenta y un años le pido a ella que me lea un cuento. Mi mamá, a sus ochenta y ocho años de edad, deja el tejido que hace, toma el libro que le doy y comienza a leer. Si el libro tiene las letras muy pequeñas, ella se ayuda con una lupa. ¡Me encanta verla así, como si fuera Sherlock Holmes y tratara de descubrir el misterio! ¿En dónde se esconden los dragones?, le pregunto a mi mamá, y ella, como si ayer hubiera sido hace cincuenta y cinco años, dice que no se esconden, ¡que viven en las páginas de los libros!, y mueve sus manos como si fueran alas de mariposa, para que el aire penetre en todas las páginas y los personajes de los cuentos puedan cortar las manzanas de aire y coman.
¡Me gustan los cuentos! He vivido de ellos durante más de cincuenta y ocho años. En las noches, en las tardes, en las madrugadas, abro los libros de cuentos y alzo mis manos y corto los frutos de la imaginación y los como y con ello soy feliz y sano.