martes, 12 de junio de 2018

COMO LUCIÉRNAGA





“La marimba es como la luz de la luciérnaga”. Eso fue lo que dijo un niño, un niño ejecutante de marimba, cuando el conductor de la televisión le preguntó qué era la marimba. ¿Alguien puede definir a la marimba de mejor manera? “La marimba es como la luz de la luciérnaga”. Cuando lo escuché sentí que el cuarto de mi espíritu se iluminaba con la luz más cálida, con la luz más sugerente del universo.
Cuando el niño dijo lo que dijo, quise explicarme tal definición poética, pero pensé que no debía aclarar nada, porque acabaría con la belleza. Los dos elementos conjuntados son prodigiosos. La marimba es el prodigio que sale de las manos del hombre; y la luciérnaga es prodigio de la naturaleza; es decir, prodigio que brota de las manos de Dios.
¡Sí! Nunca lo había pensado, pero cuando escuchamos la marimba algo como una lucecita se prende en el alma del escucha.
Pensé que las luciérnagas que he visto en mi vida no han tenido nombre. Lo lamenté. Las luciérnagas marimbistas sí han tenido nombres, nombres inolvidables.
Pensé que, de ahora en adelante, cuando vaya al campo y, a la hora que el sol se mete al cuarto para dormir, y aparecen las luciérnagas, cada una de éstas la nombraré para recordarla y guardarla en la libreta donde conservo los nombres de los animales que le han dado luz a mi vida, incluso en los instantes más oscuros.
Los seres humanos nombramos a los objetos y a los animales y a nuestros amigos y a todo lo que está a nuestro alrededor. A veces nombramos con nombres comunes: buró, vaso, mesa, silla, marimba. A todos los objetos les damos el mismo valor. A veces no nos damos cuenta que la marimba de Venustiano Carranza no es igual que la marimba de Comitán. Aquella marimba es muy cercana a los habitantes de aquella ciudad y esta marimba es como la esquina izquierda de nuestro corazón. Lo mismo sucede con mi buró. Mi buró es semejante a millones de burós en el mundo, pero tiene un color especial porque es mío, porque ahí está la lámpara que apago todas las noches. Esa lámpara también es especial, porque es la única que me acompaña a las cuatro de la madrugada, a la hora que suena el despertador. Los objetos que son nuestros merecerían nombres especiales. Cuando el niño respondió a la pregunta del conductor de televisión, pensé que lo nombraba de manera especial, porque la comparación era como un bautismo, como un decir que su marimba iluminaba su corazón y el camino oscuro.
Pensé que debía ser como mi prima Martha, quien, neófita en materia astronómica, bautiza a las estrellas que ve en el cielo nocturno. Una vez, mi tío Ramiro señaló hacia un grupo de estrellas y me dijo que ese grupo se llamaba “Osa mayor” y luego desvió tantito su dedo y dijo que ese otro grupo era la “Osa menor” y yo vi que, en efecto, tenían horma de oso. Martha no emplea esos nombres, ella, a cada estrella del grupo, la nombra con el nombre que quiera. El otro día no pude evitar reír, porque dijo que aquella estrella (y la señaló con su dedo índice, desde el balcón donde estábamos parados) era Luis Miguel, y tarareó la canción de “Cuando calienta el sol”.
No me burlo de lo que hace mi prima, porque sé que ella, con eso, reafirma su cercanía y se convierte en casi dueña de lo que tiene al frente, un poco como si dijera que todo el universo fue creado especialmente para ella. Porque, pienso que eso es lo que hacemos al bautizar a nuestras mascotas, al nombrar con nombres especiales a nuestros seres amados. He visto muchas parejas de novios que, entre ellos, tienen nombres diferentes a sus nombres de pila.
La marimba también es como una lluvia de confeti, como una línea de luz en el alma. Todo mundo puede intentar definir a la marimba, pero será difícil que alguien supere lo que dijo ese niño, del que nunca supe su nombre, pero que ahora puedo nombrar como niño planta de menta: La marimba es como la luz de la luciérnaga. ¡Ah, qué bonito!