viernes, 15 de junio de 2018

DÍA DEL ESCRITOR




¿Cuántas veces he agradecido a mis lectores, por su complicidad? Pocas, pocas veces. Algunos lectores me han dicho que les gustan las Arenillas y, ocasionalmente, las novelillas que escribo para ellos. Porque, se sabe, la mayoría de escritores escriben textos para que éstos sean leídos. Se ha dicho muchas veces que Gabo dijo que escribía para que fuera querido. Yo no escribo para ser querido, no. Escribo para platicar con los otros, hacerlo desde mi ventana. Como me cuesta mucho establecer relaciones con los otros, hallé en la escritura el modo de comunicarme con ellos. Escribo para tender puentes. En muchas ocasiones (me lo han dicho) los lectores cruzan esos puentes y disfrutan ver las montañas, se acodan en las barandas y ven pasar el río de palabras debajo de ellos, algunos lectores son pescadores, lanzan sus redes y atrapan los peces que yo formulo.
Gracias, entonces, muchas gracias a los lectores que leen mis textillos. ¡No! ¡Mentira! ¡Nada les agradezco! Nada les agradezco, porque el pasado trece se olvidaron de mí. ¡Ingratos! Mil veces ingratos.
El día doce me enteré que el trece está considerado como El Día del Escritor. A la hora de acostarme, le dije a mi Paty que no se fuera a molestar si, en la madrugada (a las cuatro, a la hora que mis lectores saben que me levanto para escribir) escuchaba un mariachi frente a la casa. Le dije que, sin duda, serían algunos lectores que me traerían música hasta la ventana. Mi Paty nada dijo, pero yo vi su cara como si tratara de decirme que Santa Claus no existe. Me puse el pijama y tomé el libro con la biografía de Szymborska que estoy leyendo. Cuando el sueño llegó, solté el libro, apagué la luz del buró y dormí. Dormí con ilusión, sabiendo que mis lectores (múltiples lectores) me darían una sorpresa al día siguiente.
Llegó el día siguiente, el ansiado ¡trece de junio, día del escritor! Me levanté y estuve pendiente de escuchar la puerta de la camioneta de donde bajarían los mariachis. ¡Nada! ¡Nada! Sólo el canto de un grillo que, ese sí, es fiel. Cuando ya estaba a punto de la frustración, escuché, ¡bendito Dios!, una triquiza sensacional. El cielo comiteco se llenó de humo por tanto cohete que fue lanzado. ¡Ah, pensé, por fin, ahí está mi festejo! Puse un disco de marimba y, solo, comencé a bailar por la sala de la casa, con una sonrisa aleteando en mi corazón. ¡Sí, yo sabía que mis lectores no podían fallarme! Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero yo, en ese instante, supe que mis paisanos (los que leen las Arenillas) sí me reconocen y agradecen mis textos, que escribo especialmente para ellos. Bailé. Me preparé un té de limón y brindé. Brindé a la salud de todos mis lectores, los que son tan generosos conmigo. A lo lejos, y de manera espaciada pero frecuente, volvía a escuchar la cohetería. Pensaba que esos cohetes habían sonado por el barrio de San Sebastián; luego por el barrio de La Pila. ¡Ah, qué alegría!
Cuando mi Paty se levantó le dije esto que ahora cuento, se lo conté con una gran alegría. Mi Paty me quedó viendo con la cara de “Santa Claus no existe” y, mientras llenaba de agua el trasto de nuestro gato, me dijo: “Esa cohetería es por San Antonio” y se dio la vuelta para sacar croquetas de la bolsa.
¡Qué! ¿Toda esa cohetería, para San Antonio? Entonces recordé que, en efecto, el trece es día de San Antonio y este santo es muy querido por muchísima gente, sobre todo por las muchachas bonitas que lo ponen de cabeza para hallar novio.
¿Entonces? ¡Nada! Alejandro. Nada. Entré al Facebook para buscar las felicitaciones de mis lectores por ser el Día del Escritor. ¿Qué hallé? ¡Nada! Todo el día revisé el Facebook. En la noche, ya más allá de las ocho de la noche, entré por última vez del día y hallé ¡nada!
Ah, pero eso sí, decenas de mensajes felicitando a los Antonios; decenas de fotos de muchachas bonitas pidiendo al santo el milagro de la pareja.
Nadie (¡ingratos!), cuando menos, puso mi foto de perfil de cabeza. Y digo esto, porque en una ocasión un muchacho de San Cristóbal me escribió en in box y me contó que, gracias a una Arenilla que yo había escrito, la muchacha bonita que pretendía lo había aceptado y, en ese momento, vivían una feliz relación.
¿Cuántas veces he agradecido a mis lectores su complicidad al leer mis textos? Pocas, muy pocas veces. Ahora sé por qué.
Los lectores son ingratos. Mis lectoras son ingratas. A muchas de éstas San Antonio no les ha hecho el milagrito (ni se los hará). No obstante ahí están de entregadas con el santo, poniéndolo de cabeza, quemándole cohetes, alegrando su día con mariachis y, eventualmente, ofreciendo comidas con taquitos de chicharrón con guacamole y acompañadas con copas de tequila.
¿Y al escritor Molinari? ¿El que les da ungüento a su corazón soltero? ¡Nada! ¡Que se lo coma el chucho!
Por esto, el veinticuatro de agosto, Día del Lector (cuando menos en Argentina), no quemaré cohetes en honor a mis lectores. Nada les diré. No les cantaré las mañanitas. No les llevaré mariachis. ¡Que se los coman los chuchos, por ingratos!