sábado, 22 de diciembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON SABOR A NOSTALGIA



Querida Mariana: Tengo muchos amigos en las redes sociales. Muchos de ellos hacen el favor de leer las Arenillas y me envían un abrazo virtual o un saludo. Algunos otros emiten breves comentarios, pero, a veces, asoma alguien que se explaya. Esto me da mucho gusto, porque significa que mi comentario tocó alguna fibra en su recuerdo. Esto sucedió la semana pasada, Iván Daniel Ramírez Román escribió largo y tendido, y lo hizo con una fabulosa descripción. Su testimonio es un puntual recuerdo. Ahora que está de moda la película “Roma”, de Alfonso Cuarón, muchos cinéfilos y críticos han alabado, entre otras virtudes de la cinta, el cuidado que el famoso director tuvo en los detalles. Se sabe que en el detalle está la diferencia. Cuando leí el testimonio de Iván Daniel pensé que es una persona que tiene una gran capacidad para apropiarse de los mínimos detalles, esos que hacen la diferencia en un relato. Me asombró su memoria. Pensé: ¿Cómo alguien, a muchos años del suceso, puede recordar con tal nitidez? Bueno, tampoco es inusual, doña Lolita Albores (nuestra amada cronista) tenía una memoria prodigiosa, lo mismo puede decirse, por ejemplo, sólo como ejemplo, del maestro Jorge Gordillo Mandujano, de doña Bety Mandujano y del maestro Cuauhtémoc Alcázar Cancino, porque cuando éstos hablan de su niñez o de su juventud o de su edad madura los rostros se iluminan con la misma intensidad con que brilla la lámpara de su memoria. ¡Ah, bárbaros, qué manera de hilar recuerdos! Con su palabra bordan chales luminosos que preservan nuestra identidad cultural.
El otro día, don José Soto, un destacado comiteco que radica en otro lugar, escribió lo siguiente en las redes sociales: “Yo sigo creyendo que el cronista de Comitán no es más que el TEMOCH Alcázar (el maestro Cuauhtémoc Alcázar Cancino)”. Entiendo lo que dice José, pero no lo justifico. El maestro Óscar Bonifaz tiene el nombramiento oficial, vitalicio, de cronista de la ciudad; además, en cada administración municipal se nombra a una serie de cronistas que conforman el Consejo Ciudadano de la Crónica. Pero esto que menciono son nombramientos oficiales (incluyendo el de cronista municipal). En este pueblo, como en todos los pueblos del mundo, hay cronistas naturales, quienes, sin necesidad de papeles oficiales y oficiosos, ejercen este género literario, porque se les da en forma originaria. Comitán, por fortuna, tiene muchos cronistas valiosísimos. Entre todos elaboran el tejido que ayuda a comprender nuestro complejo entramado social. Entiendo que don José Soto tenga especial afecto por lo que realiza el maestro Temo y respeto su punto de vista; lo que no se vale es que su comentario sea excluyente. En la crónica de los pueblos intervienen muchísimos actores y, repito, todos hacemos la historia. Recordemos, sólo para precisar, que los propios ciudadanos son quienes realizan los actos que, conforme pasa el tiempo, se convierten en los hilos de la identidad. ¿Qué hace una cocinera cuando, en una charla, comparte una receta, legado de su abuela? Elabora una crónica oral y la transmite. Bueno, pues así como este ejemplo hay miles de ejemplos. Las crónicas están plagadas de testimonios de personajes de los pueblos. Pienso que el propio maestro Alcázar reconocería que hay más comitecos que hacen la crónica de Comitán. Y digo esto, porque ahora pasaré copia de lo que Iván Daniel escribió en las redes sociales. Lo que Iván escribió es un testimonio riquísimo en detalles. A Iván le pedí permiso para incluir su escrito en esta carta que hoy te envío. Estoy seguro que el testimonio de Iván te seducirá y tendrás más elementos para amar las tradicionales casas comitecas. Va pues, a continuación, lo que escribió Iván Daniel Ramírez Román:
“Yo me crié y crecí en una casa comiteca tradicional, la casa de mi tía Tere Ramírez, conocida por muchos comitecos de antaño. La casa está ubicada en pleno centro, frente al restaurante “El Greco”, restaurante que ahora creo es un bar, con música moderna y bebidas embriagantes, que hace que los clientes sean como títeres que se tambalean de un lado a otro. La casa de mi tía Tere tiene un gran sitio (o tenía, porque con el paso de los años se ha ido reduciendo por diversas razones). Ahí jugaba y trepaba en los árboles, cortaba naranjas, nísperos y aguatatíos chiquitíos, que mi mamá y mis tías llamaban tzitz, o algo así.
“Alguna vez, mi tía Lupe (Q.E.P.D.) sembró un tapesco de chayote. Yo también ayudé un poco en su construcción. Después también sembré varias veces matas de chayote. Cabe señalar, y dicho sea de paso, que a mi tía Tere siempre le han gustado mucho los chayotes hervidos con sal. No la culpo, ¿a quién no?, si son tan sabrosos.
“En el frente de la casa hay un corredor amplio, que, cuando era niño, estaba lleno de macetas con plantas de todo tipo, y como mi tía Lupe las regaba con manguera, siempre había un olor a húmedo o mojado, que conforme pasaba el día se iba secando poco a poco con los rayos del sol. También había un patio grande, en el que había rosales muy bonitos. Tía Lupe cortaba las rosas y las colocaba en el comedor y en la sala, también las colocaba en una ventana que tenía el comedor. En el otro extremo del patio había una buganvilia enorme que daba flores muy bonitas. Por ahí donde estaba la buganvilia, recuerdo que, alguna vez, vi patos. En otra parte de la casa había té de limón, manzanilla, ruda, romero, cilantro, epazote y muchas hierbas de olor o medicinales, para el momento que se ofreciera.
“Cuando era fin de año, las comidas o cenas se hacían en la sala, con la mesa del comedor y una tabla rectangular que servía de extensión, al igual que una o dos mesas chicas más. Todo ¡era muy alegre!, con los cantos navideños para pedir posada. Luego, era tradición que escondían al niño Dios que estaba por nacer. Quien lo encontraba lo llevaba en sus brazos al nacimiento, donde cantábamos y rezábamos para que naciera en noche buena.
“Me gustaba mucho pasear por los cuartos, sentía que la casa era inmensa y se podía recorrer toda, desde el último cuarto hasta el baño o hacia el comedor y la cocina, ya que la casa tenía muchas puertas y uno entraba por una y salía por otra, y era el cuento de nunca acabar.
“Sin embargo, todo pasa, se va y acaba, de manera fugaz y efímera como la vida misma. Ahora, aunque estoy relativamente joven, ya con cuarenta y dos primaveras en mi haber, vuelvo la vista atrás y no sé en qué momento todo se pasó tan rápido. Ahora vienen a mi mente tantos pasajes, recuerdos y añoranzas, que me puedo pasar horas y horas en describirlos. Sólo diré, para concluir, que hoy en día vivo en Medellín de Bravo, Veracruz, en un edificio de condominios. Nos tocó vivir en el segundo piso (tomando en cuenta el condominio de abajo como planta baja y luego el primer piso), algunos lo ven como el tercer piso. En fin, la realidad es que es un multifamiliar de seis condominios, cómodo, acogedor y funcional, pero (debo decirlo) un tanto reducido para de dónde vengo y crecí. Posdata: ¡Viva la familia!”.
¿Cómo lo mirás? ¿Verdad que es una genial descripción, una crónica selecta de una casa comiteca? Iván radica ahora en el estado de Veracruz, pero lleva, igual que don José Soto, la savia pepenada en las raíces comitecas. No sé cuántos años radicó Iván en Comitán, no lo sé, pero puedo afirmar por la última línea de su testimonio, que el pueblo es para él un recuerdo enormísimo, tan enorme como la ceiba que crece en el corazón de cada comiteco. ¿Verdad que juntos hacemos la crónica del pueblo? Sí, la hacemos con los testimonios de todos. Gracias a esos testimonios, los cronistas; es decir, quienes redactan los textos tienen la posibilidad de engarzar los hilos que dan sustento a nuestro vestido común. El recuerdo de Iván es nítido, pero además, está compartido con nuestra esencia. ¿Leíste cuando dijo que cortaba aguacatíos chiquitíos? Ah, cualquier corrector de estilo sugeriría eliminar tal elemento cacofónico. El pobre corrector no sabría que en Comitán nos vale una pura y celestial nube negra la reiteración. Nosotros, los comitecos somos afectuosos en extremo y todo lo expresamos en diminutivo y si es necesario, como en este caso, decimos aguacatío chiquitío, porque si gritáramos que cortamos un aguacate pequeño, todo mundo confundiría nuestra identidad, porque todo mundo dice aguacate pequeño, pero sólo en Comitán, maravilloso pueblo, decimos aguacatío al aguacate pequeño, y en el extremo de la afectuosidad le agregamos el chiquitío, por si alguna duda hubiese quedado de la pequeñez del aguacate.
Posdata: Tengo muchos amigos en las redes sociales. Agradezco al destino tener amigos como Iván. ¡Enorme, enormísimo, el testimonio que Iván nos regaló del recuerdo de su casa, la casa que habitó de chiquitío! Sé que ahora tenés más elementos para admirar y querer a este pueblo que es mi casa y la tuya y la de todos los verdaderos amantes de Comitán.
Una tarde muchos comitecos se enojaron porque quienes hicieron la restauración de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez destrozaron el antiguo patio central, le quitaron las piedritas bolas que tenía y le pusieron losetas posmodernas, pero lo que más molestó fue el cambio de plantas. Las plantas anteriores estaban más cercanas a nuestra identidad. ¿Mirás qué recuerda Iván? La manzanilla, la ruda, el romero, el cilantro y el epazote eran parte del paisaje cotidiano. Ahora, Iván no puede sembrar esas hierbas de olor, esas especias. ¡Ah, vive en un condominio cómodo, acogedor y funcional, pero no tiene la oportunidad de trepar a un árbol para cortar nísperos! La posdata de Iván es pertinente: ¡Que viva la familia! ¡Que viva Comitán!