jueves, 13 de diciembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECIÓ UNA FEISBUCADA




Querida Mariana: Marisol lloraba. Frente a la ventana veía llover y lloraba. Juan se acercó, la abrazó y le preguntó por qué lloraba y Marisol dijo que por una “feisbucada”. Juan no entendió, Marisol explicó que se había emocionado hasta las lágrimas, porque el Facebook le había enviado un recordatorio en el que aparecía una foto que había subido tres años antes, era la fotografía de un viaje que realizó a Madrid, viaje en el que, gracias a uno de esos dispositivos que venden en cualquier farmacia, se enteró que estaba esperando a su primer hijo. Marisol dijo que Facebook tiene a nuestro corazón en su puño y hace lo que quiere con él. Nosotros, los usuarios del Face, subimos instantes, comentarios y fotografías que, a la vuelta del tiempo, olvidamos, pero las redes sociales, con toda la alevosía de que son capaces, se encargan de colocarnos ante un espejo olvidado y volvemos a vernos, distantes, diferentes, pero en el fondo los mismos; volvemos a sentirnos eternos ante el polvo azul del infinito.
Este juego de emociones, antes estaba reservado a nuestra voluntad. Alguna tarde lluviosa, íbamos a la cocina, nos servíamos café, regresábamos a la sala y hojeábamos el álbum de fotografías y el blanco y negro o sepia del papel nos catapultaban a los callejones antiguos, pero era a voluntad. Ahora, el Facebook, sin decir agua va, nos suelta el alud de recuerdos, en el momento menos pensado, en el instante mismo de entrar a esa bodega llamada red social, donde están colgados cientos de fotografías en la pared de nuestra vida.
Ayer, o antier, ya no recuerdo bien, en cuanto prendí la computadora, el Facebook me recordó que Sonia y yo cumplimos cinco años de amistad. ¡Ah, qué prodigio! Antes del tiempo de las redes sociales, sólo los novios y los esposos celebraban aniversarios. Yo no recuerdo haber celebrado un aniversario de amistad, porque, la verdad, nunca he recordado el instante exacto en que el destino me abrió la casa de los que ahora son mis amigos. Pero, el Facebook es preciso y es generoso, nos recuerda el momento en que la flor de la amistad se abre frente a nuestras ventanas. Sonia y yo cumplimos cinco años de amistad, así a distancia; y el Face lo recordó con esta fotografía. Fotografía que, en efecto, tiene cinco años de haberse colgado en nuestro corazón. Ahí está Sonia y su compañero de vida, el maestro Óscar Oliva; ahí estoy yo y ahí está el poeta e investigador Mario Nandayapa. La fotografía fue tomada en el aeropuerto de Zacatecas, ciudad a la que nos trasladamos, desde Chiapas, para presenciar el acto, soberbio, emotivo, en el que el poeta Óscar Oliva recibió el Premio Internacional de Poesía Zacatecas 2013.
Celebro los cinco años de amistad virtual con Sonia; celebro la oportunidad de vivir aquel instante prodigioso, en que la luz del poeta chiapaneco alumbró la cantera rosa, indescriptible, arrogante y humilde, de los edificios zacatecanos. ¡Ah!, qué alegría sentí en el momento en que Óscar Oliva recibió el galardón en el Teatro Fernando Calderón; ¡ah!, qué emoción cuando, minutos antes, Oliva, con una enorme tijera hecha con cartón, de un metro y medio de largo, cortó el listón inaugural de la feria del libro realizada en el vestíbulo de dicho teatro; ¡ah!, qué contentura al ir en camión (con todos los poetas participantes en el Festival) a Jerez, tierra de López Velarde, para visitar su museo y recorrer las calles de un pueblo mágico de México; ¡ah!, qué deleite caminar por las animadas calles de Zacatecas e integrarse a los grupos que por las noches realizan callejoneadas y beben el bendito mezcal; ¡ah!, qué divino goce llenarse con el agua de la vida. Trasfusión de savia ha sido la amistad con Sonia, con el maestro Óscar, con Mario. Mario, quien hace apenas unos cuántos días regresó a Zacatecas para participar en el Festival Internacional de Poesía de este año; Mario, quien hace cinco años, andaba de un lado para otro (“primo, estoy nervioso, mi hija está a punto de nacer”); Mario, quien, hace apenas unos días, andaba de un lado para otro, porque (¡qué pena!) allá recibió la notificación que su papá, el premio Chiapas Ingeniero Mario Aguilar Penagos, estaba grave. En 2013, Mario estaba en Zacatecas en espera de una noticia halagüeña; en 2018, Mario no esperaba recibir la noticia ingrata que recibió. Todo esto me puso frente al rostro el recuerdo del Facebook. La vida es un edificio de cantera, a veces la cantera es luminosa, a veces es gris.
Posdata: Celebro los cinco años de amistad con Sonia. Ella es generosa en todos sus actos. Los amigos son esto en esencia: generosidad. ¡Que Dios ilumine con cantera rosa sus caminos! ¡Que Dios los bendiga con el agua bendita del río Grijalva!
Marisol lloraba de felicidad esa tarde. Su hijita ya cumplió tres años. El Facebook le recordó el instante que, en Madrid, supo que recibiría la bendición. Pucha, casi casi como si las redes sociales fueran un redivivo ángel Gabriel. Pucha, qué emoción.