lunes, 3 de diciembre de 2018
EN NOMBRE DE LA GUADALUPANA
Dicen que uno reconoce el inicio de la primavera: Los campos se llenan de flores, el pasto asoma su cara por en medio de la tierra y los pájaros aletean con más fuerza sobre el mar lleno de aire; dicen que uno reconoce el inicio del invierno: El campo se llena de nieve. Bueno, esto es en el norte. Acá, no hay más nieve que la de vainilla que sirve el nevero del barrio.
Ahora, con ese batidillo del Calentamiento Global, ya no es posible determinar las estaciones con las señas de la naturaleza, que anteriormente fueron tan pródigas. Antes, por ejemplo, acá en Comitán las personas sabían que la primavera estaba próxima cuando los árboles de tenocté se llenaban de flores blancas. Ahora, ¡ay, Dios mío!, el tenocté anda bien desorientado, florea a todas horas y, a veces, en época de floración está todo triste.
Las señales naturales fueron canjeadas por las señales comerciales. Ahora, nuestro termómetro ambiental está regido por el calendario comercial. Ahora sabemos que el invierno está próximo cuando vemos que los centros comerciales y tiendas diversas se llenan de objetos navideños: horribles gorros rojos, inflables con la imagen de un santa clos descolorido, campanas doradas de plástico, series de focos y tiras de hojas verdes, también de plástico. Bueno, en México, por fortuna (por aquello de la identidad cultural) el festejo de la virgen de Guadalupe hace el contrapeso a la maquinaria mercadotécnica que nos avienta toneladas de basura proveniente de Estados Unidos, de Taiwán o de China. Aunque ya no nos salvamos al ciento por ciento, porque las imágenes de la Guadalupana nos llegan de esos mismos países.
Bueno, en Comitán todavía tenemos una ligera rosa de los vientos, porque sabemos que la navidad está cerca cuando arrecian los vientos helados que nos llegan de por el rumbo de La Ciénega, lugar en donde ahora contamos con un Orquidario, que es como una mariposa parada sobre una flor en medio de un lodazal. El Orquidario es la punta de lanza que pretende rescatar los humedales que, actualmente, están muy contaminados. Ojalá la luz contagie a la oscuridad.
Los mexicanos sabemos que el invierno está a la vuelta de la esquina cuando vemos en las calles las procesiones con la imagen de la virgen al frente o por los altares adornados que hay en muchísimas casas. La virgen mexicana es una presencia constante, infinita, en el imaginario popular de nuestro país, pero se potencializa cuando inicia el mes de diciembre y llega a su éxtasis el día doce, el día de su día.
En esta fotografía se aprecia una procesión en donde la imagen de la virgen es el motivo esencial. Este tipo de tradiciones aún mantiene un cabito prendido. Alguien comentó, por ejemplo, que el día en que la patria festeja el inicio de la revolución se comete un sacrilegio, porque las escuelas participantes van acompañadas por carros que llevan música estridente de otras culturas. Es imposible imaginar a las adelitas con short y moviendo la cadera al ritmo del reguetón. La Guadalupana, la Guadalupana, bajó al Tepeyac, desde el cielo una hermosa mañana. Esta tradición está tan arraigada, está metida en lo más profundo del ser católico mexicano que ha impedido la ruptura de la herencia; al contrario, el culto Mariano se ha intensificado de tal manera que ahora, en todas las carreteras del país se efectúan las llamadas Antorchas. Millones de guadalupanos han inventado porras que gritan a la hora que corren por caminos de terracería y por autopistas en las que los demás autos pasan a velocidades superiores a los ochenta kilómetros por hora. Porras con rimas casi ingenuas: La luna, la luna, la luna, como la virgen no hay ninguna (pues no, dice el abusivo de René, ahora en la prepa están ausentes las vírgenes). Hay porras muy veganas: “Manzana y pera, la virgen nos espera”, y ahí van los antorchistas, con los pies hinchados, con las caras tiznadas, con los trajes de manta todos grises, llenos de hollín. Ahí van, agotadísimos en el plano físico, pero vigorosos en el plano espiritual, porque saben que la virgen los espera.
Acá un pequeño grupo sube por la avenida de San Sebastián. Los músicos presiden la procesión, ella (muchacha bonita) toca una tarola; él, mayor de edad, hace los acordes principales con un pequeño acordeón; el otro acompaña el ritmo con un tambor tojolabal; y otra muchacha bonita lleva la bandera mexicana, mientras un grupo de muchachos carga en andas la imagen de la virgen.
En Comitán sabemos que diciembre llegó cuando sus calles se llenan con grupos en procesión, interrumpen el tráfico regular de los autos, porque caminan con paso lento; contaminan el aire y ensucian la calle a la hora que el hombre (con gorra azul) se para en una esquina y prende la tira de triques que asusta a todos los perros y gatos de las casas vecinas. Los comitecos sabemos que la navidad está próxima cuando oímos villancicos en las bocinas de las tiendas de ropa. A cada rato oímos esa de los peces que beben y beben y vuelven a beber, y esa del burrito sabanero en la que aparece un coro que todo mundo sabe: Duki duki duki duki, duki duki duki da. ¡Ay, por Dios!
Las temporadas llegan y lo sabemos porque en el aire aparecen todavía algunos signos identificables.