martes, 11 de diciembre de 2018

LA SOMBRA DE LA LUZ




Éramos jóvenes. Tal vez por eso nos burlábamos de tío Andrés. Había ocasiones en que tío Andrés salía de su cuarto justo al mediodía y, en lugar de sentarse en la silla del corredor, se paraba a mitad del patio con losetas de cemento, ahí donde estaba un arriate, con azulejos, en el que la tía Hermila había sembrado rosas y un árbol con florecitas blancas que nunca llegué a saber su nombre, pero que cuando uno caminaba por ahí sentía el aroma como de limón partido a la mitad. “Ay, ya le dio su mal otra vez”, decía Emilio cuando mirábamos al tío parado como güet, que es ese animalito con patas flaquísimas, como de flamenco. Nosotros reíamos, nos burlábamos, entrábamos al comedor, nos sentábamos y bebíamos agua de temperante con hielo, mientras, por el ventanal, veíamos al tío parado como poste de luz. Al terminar de almorzar, dejábamos los platos sucios sobre la mesa e íbamos al sitio a cortar jocotes y limas de pechito, entrábamos a la sala y, mientras comíamos las limas de pechito, que olían riquísimo, leíamos revistas de monitos y escuchábamos música de los Beatles, she loves you, ¡yeah, yeah! En algún momento, Roselia dejaba la revista sobre la mesa de centro, se paraba, abría los brazos y comenzaba a dar vueltas al ritmo de la música. ¡Ah, era bello verla bailar! Ver cómo levantaba sus piernas con calcetas blanquísimas, ver cómo sus mejillas se iban cubriendo de un matiz de durazno, y nosotros coréabamos ¡yeah, yeah! Mientras nosotros hacíamos todo esto, a mitad del patio seguía el tío parado como un zopilote en la punta de un tronco. Así, una hora, dos horas, hasta tres horas, recibiendo los rayos del sol, desde las doce del día hasta las dos o tres de la tarde. La tía le ofrecía una limonada sin azúcar y él la recibía y la bebía; la tía le ofrecía un paliacate y él lo pasaba por su cuello y por su rostro, bien sudados; la tía le ofrecía una silla -te va a dar dolor de columna-, pero eso sí no aceptaba. Así, una hora, dos horas. El sol caminaba por la senda del cielo, desde el cenit hasta bajar como en tobogán hasta que el techo de la casa se robaba la luz del sol y proyectaba una inmensa sombra que alcanzaba al tío; entonces, el tío sacaba otro pañuelo de la bolsa trasera del pantalón, se secaba la cara y regresaba a su cuarto. Nosotros nos burlábamos, pero él no nos hacía caso. Cuando todo mundo hubiese pensado que regresaría fastidiado, deshidratado, deshecho como vara de carrizo, él silbaba y lo veíamos más feliz que nunca.
Muchos años después, cuando regresé a Comitán fui a verlo a su casa, la misma casa con zaguán húmedo, con dos corredores con pilares de madera y piso de ladrillo, con un patio con losetas de cemento, y le pregunté, mientras tomábamos sendos vasos de limonada sin azúcar, por qué hacía lo que hacía, y él me dio el secreto de su proceder. Y pensé que nosotros habíamos sido unos muchachitos pendejos, porque, en lugar de burlarnos, debimos preguntarle lo que le pregunté y habríamos recibido una gran enseñanza, que no sé si la hubiésemos recibido y comprendido, pero que, sin duda, habría sido como una herencia para cuando el desasosiego asoma. El tío se sentó en la poltrona, reatacó su pipa con tabaco, la prendió y me preguntó qué pensaba acerca del sol, cuando vio que titubeé en la respuesta, él dijo que el sol, igual que el agua, igual que el aire, era la vida y que no sólo era la vida, sino que era el gran maestro y dijo que cuando él se sentía achicopalado, por algún problema, físico o emocional, salía a mitad del patio y se paraba dándole la espalda al sol, justo al mediodía. Conforme el sol avanzaba hacia su entierro diario, la sombra del tío se iba alargando sobre el piso. Me dijo el tío que conforme la sombra se alargaba él entendía la lección. Su ánimo comenzaba a crecer con la misma intensidad, como dijera el poeta, en que su sombra se convertía en “una sola sombra larga”. Entendí: Si la sombra que es símbolo de oscuridad se hacía grande gracias a la luz del sol, ¿por qué no la luz del hombre podía hacerse una sombra de luz inmensamente grande? Sí, el tío recibía un verdadero baño de energía, no tanto por la luz del sol sino por la sombra proyectada, por el agigantamiento de la sombra, de la luz hecha misterio.
Ah, pendejos muchachitos. Nos burlábamos del tío, no sabíamos que ahí, en su espíritu juguetón, estaba una verdadera clave, sencilla, simple, pero enorme, que decía cómo la vida puede volverse “una sola sombra larga de luz”.