jueves, 27 de diciembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN COSITAS RICAS




Querida Mariana: ¿Qué pensás cuando oís la frase Cositas Ricas? Hice un sondeo con ocho jóvenes (cuatro muchachos y cuatro chicas). Los muchachos respondieron lo que estás pensando, algunos fueron tibios en su respuesta y otros fueron más explícitos. Las cuatro chicas fueron románticas. Ninguno de los ocho, debo decirlo, hablaron acerca de gastronomía. ¿Quién piensa en comida cuando alguien dice Cositas Ricas? Tal vez los niños sí piensan en dulces, en paletas de chimbo o en chocolates. A mí me encanta que doña Mary, la del sabor tradicional, emplee esa frase para referirse a los guisos que prepara. Una cosita rica, según doña Mary, es un tamal (de bola, de mole, de verdura, de chipilín, de raja, de momón o pitaul). ¿Mirás cuánta variedad? Los tamales, en todo México y en otros países latinoamericanos, son como el complemento perfecto para un festejo. Hay actos en los que continúa viva la tradición. Muchos de mis amigos y compañeros de escuela hicieron su primera comunión cuando yo era niño. Me invitaban. Muy formalito me vestía con un pantalón de color claro, camisa blanca y zapatos bien boleados y, después de la misa, en la que el compañerito se había hincado con una vela frente al sacerdote para recibir, por primera vez, la hostia, llegaba a la casa del festejado con un regalo envuelto con papel de china entre mis manos. Era predecible el abrazo, la entrega del regalo y el juego con los demás compañeros, mientras en el corredor los familiares preparaban la mesa para el desayuno.
Por lo regular, los juegos de la niñez eran de antología y si no había un desayuno de primera comunión, los niños preferíamos demorar el juego en el sitio, pero cuando había tamales y chocolate calientito en la mesa con mantel blanco, el juego era intermitente, todos esperábamos el momento en que la mamá del festejado dijera: ¡Ya, niños, a desayunar! Todos hacíamos fila en el baño para lavarnos las manos y corríamos a sentarnos en las sillas de madera, plegadizas, de color azul o verde. ¡Ah, qué emoción, qué ricura! En la mesa estaban las charolas con tamales humeantes, tamales de bola o de mole y de manjar. Estoy hablando de los años sesenta. Lo mismo contaba mi tía Elena y ella hablaba de los años cuarenta. Lo mismo cuenta mi sobrina Pau y ella está hablando de los primeros años de este siglo; es decir, la tradición continúa viva, sin modificación alguna. Los niños de estos tiempos hacen lo mismo que hacíamos nosotros. ¡Claro!, los juegos son otros, ahora se quedan en la sala y juegan videojuegos, pero esperan con ansia el momento en que la mamá (como desde siempre) les dice que vayan a lavarse las manos, porque el desayuno ya está preparado. Las “cositas ricas” que están sobre la mesa son las mismas que hemos comido desde tiempos inmemoriales: ahí están los tamales de bola, los de mole y los de manjar. Ahí está, en recipientes pequeños, el chile en vinagre, de ese finito, bien picado. Ahí está, en tazas blancas, el riquísimo chocolate, tan caliente, que quema las lenguas de los avorazados.
Sí, doña Mary (la del sabor tradicional), quien tiene su tienda en la cuarta avenida oriente sur, en el barrio de San Sebastián, sigue manteniendo viva la tradición. Ella, igual que muchísimas mujeres comitecas, continúa ofreciendo las recetas de siempre, sigue haciendo las “cositas ricas”.
Bueno, los muchachos de hoy también disfrutan las cositas ricas de la vida. Los muchachos que respondieron a mi pregunta no pensaron en comida, pensaron en otras “cositas”; ellos se fueron por el camino oscuro y luminoso del sexo; ellas caminaron por la senda del romanticismo. Una de las chicas, cuando le pregunté qué pensaba cuando oía la frase de “cositas ricas”, respondió: “En el aire de mi rancho cuando estoy sentada debajo de un árbol de jocote”; otra, mientras chupaba, bien erótica, una paleta de chimbo, en el parque de San Sebastián, dijo que cosita rica era su perrito orejón “Dumbito”, a la hora que se acostaba en su cama. Ellas fueron tiernas, ellos fueron más elementales, siempre es así, los varones son de Marte, son más perros de cama; las muchachas, nos han explicado, son de Venus, son más gatas de cocina.
Posdata: Doña Mary prepara “cositas ricas”. Los de Marte pueden pensar en otras cosas. Pueden pensar, por ejemplo, cuando ella, doña Mary, ofrece que en el pedido de una charola grande incluye, como mojol, un “huesito”, que el huesito es como el clásico que esperan quienes se acercan al gobernador. ¿Un huesito? ¡Pucha, ni que fuera yo perro!, diría un extraño. Lo que este ajeno no sabe es que en Comitán así le llamamos al chamorro y que este guiso es una verdadera delicia, es ¡una cosita rica!