miércoles, 12 de diciembre de 2018

DE UNA A OTRA ORILLA




No sé. Tal vez tenía seis o siete años. Fue el primer viaje que hice a Guatemala, capital. Cuando salimos a pasear por el centro, vi, asombrado, sobre mi cabeza anuncios enormes que casi iban de una a otra banqueta, abarcaban toda la calle. En el Comitán de ese tiempo, los letreros comerciales estaban adosados a las paredes o sobre las azoteas. Los letreros de bandera eran escasos. En Guatemala, capital, al contrario, los anuncios se mostraban sin recato, como si quisieran decir lo que eran: anuncios que debían verse a toda costa. Tal vez exagero, pero yo los vi ir de un extremo a otro de la calle. Me sorprendí. Pensé que un ratón podía, perfectamente, cruzar de una banqueta a otra, no por el piso sino haciendo de equilibrista sobre esos anuncios, porque si había algún hueco a la mitad, podía, perfectamente, dar un salto, como había visto que hacían los ratones en las caricaturas. Creo que ese fue uno de los grandes descubrimientos de mi viaje a Guatemala (el otro, como era temporada navideña, fue la profusión de luces y juguetes que había en las vidrieras de los grandes comercios). Cuando regresamos de Guatemala (mi tía Emelina, mi mamá y yo), lo primero que conté a mi papá, mientras cenábamos tamales de bola y café con leche, fue lo de esos anuncios tendidos que parecían sostenerse en el aire. Mi papá sonreía a todo lo que le contaba, me sabía emocionado, por el viaje y por el recuerdo.
Tal vez desde entonces me aficioné a ver los tendidos de cables y alambres. Ahora, en Comitán, la profusión de alambres es una abusiva telaraña. De extremo a extremo hay cables de luz, de teléfono, de señal de televisión. Por fortuna, aún las señoras no cuelgan la ropa ahí para que se seque, pero falta poco, porque la gente cuelga de todo, incluso tenis y zapatos.
Hay de todo en los tendederos del señor. A mí me encantan los tendales de papel de china, cuando se celebra algún festejo. Por ejemplo, cuando es fiesta de la virgen del Rosario, en el barrio de Yalchivol, tienden cuerdas con adornos de papel; lo mismo sucede cuando se celebra la famosa entrada de flores del diez de febrero, en honor a San Caralampio. No se diga en la celebración del doce de diciembre de la virgen de Guadalupe, en la cual, la subida a su templo se llena de banderitas. Antes, cuentan los mayores, sucedía lo mismo en los festejos cívicos. Ahora, éstos han perdido esencia. ¡Vayan ustedes a saber el motivo! Permanece la tradición religiosa.
Los guatemaltecos sabían que el espacio de la calle entre casas es un territorio donde, como pájaro, se posa la mirada. Hay (lo sabemos) un sentido religioso que nos hace ver hacia arriba. Pensamos que ahí hallaremos señales divinas. Pues bien, los publicistas guatemaltecos, nos dieron dioses fácilmente consumibles, se adelantaron a estos tiempos de globalización y de mercadotecnia atroz. Mientras caminé por las calles chapinas, mis ojos y mi cerebro recibieron nombres japoneses que no correspondían a personas sino a televisores, radios y demás chunches electrónicos. Esos nombres me han acompañado desde entonces. Cuando tuve necesidad de comprar un radio, de manera automática brincaron esos nombres.
Los pájaros, desde siempre, juegan en los alambres. Romina siempre pregunta por qué las aves no se electrocutan cuando se paran en los alambres que conducen la energía eléctrica. No sé qué decir. A pesar de que estudié en la facultad de ingeniería en la UNAM (la universidad mexicana más importante) no aprendí este conocimiento, tal vez es tan elemental que se aprende en el kínder y no en la universidad.
Así pues, el otro día me sorprendí al caminar por la calle que sube a la Cruz Grande, al llegar cerca del pueblo hallé estos canastitos colgados. Imagino que los vecinos prenden los focos durante las noches y la calle se viste con luz de luciérnaga arrecha. Es por festejos navideños. Entiendo que es una decisión de vecinos. Ellos, sin duda, se pusieron de acuerdo y dijeron: “Adornemos nuestra calle”, y tomaron un modelo que por ahí habían visto y treparon a escaleras y tendieron lazos y colgaron lamparitas, bien chiapanecas, con listones, a la usanza de los sombreros que usan los indígenas de los Altos de Chiapas. Dijeron: “Adornemos nuestra calle”, que fue como decir: “Adornemos nuestra vida de estos días”.
Muchos mexicanos opinan que esta famosa Cuarta Transformación comenzará en la sociedad. ¡Claro! La sociedad fue la que hizo el cambio gracias al voto. Estos vecinos de la Cruz Grande, en Comitán, han demostrado que si los vecinos se ponen de acuerdo, el barrio puede ser más habitable, más digno, más lleno de luz.