sábado, 1 de diciembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON MUESTRA DE TALENTO




Querida Mariana: Anexo fotografía de una repisa en la que hay botellas. Lo menos que podrás pensar es que es extraño. Me conocés, por lo regular, comparto contigo fotografías de libros. ¿Por qué ahora te mando una fotografía con botellas, con botellas de licor? Ah, bueno, porque vos sabés que el traguito también es cultura. En Comitán sabemos mucho de esto. Los comitecos hemos disfrutado, desde siempre, el arte del buen beber. No hacemos más ni menos que lo que hace todo el mundo. Siempre se comenta la cita bíblica en la que María llega a decirle a Jesús que, en las bodas de Caná, se agotó el vino. Jesús, de manera generosa, hace un milagro y convierte barricas llenas de agua en vino. Lo mismo sucede cada vez que, en el templo, se realiza la misa. A la hora que el sacerdote consagra el vino dice las siguientes palabras: “Esta es la sangre de Cristo”; es decir, el ritual más importante de la religión católica está imbuida del aroma del vino.
Todo mundo sabe que cuando alguien cuenta la historia donde Jesús convirtió el agua en vino, no falta el compa bolencón que, para justificar su gusto por el traguito, dice: “Ahí está, ¡ahí está!, Chusito hizo vino del agua, ‘caso lo volvió horchata”. El compa bolito tiene razón: El vino ha sido parte esencial de la cultura del ser humano.
En las comunidades indígenas de Chiapas, el licor siempre es parte de los rituales más importantes. En el interior del templo vemos cómo las personas, frente a la imagen religiosa, agradecen los favores de la divinidad y piden su protección, y en medio de las velas, del incienso y de los rezos en lengua original, se echan buches de trago. Tal práctica va tan ligada al alcohol que incluso a los niños también les dan algunas gotas, un poco como para que desde niños se vayan acostumbrando a la tradición ritual. Después de dos o tres horas de haber vaciado su espíritu, ya bolos, ya recostados en el piso, ya agotados al haber desarmado tantos lamentos, los indígenas están borrachos. No tienen conciencia, la han perdido. Su voluntad la han dejado en las manos de su Dios. El alcohol les ha servido de puente hacia lo desconocido.
¿Y en las comunidades urbanas? Ya comenté lo del ritual religioso, pero el traguito también está presente en todos los rituales sociales, desde la recepción de amigos en casa hasta la del festejo importante. Los comitecos de antes abrían la puerta, decían: “Pasen, pasen, están en su casa” e invitaban a los amigos a pasar a la sala; los amigos no terminaban de sentarse cuando ya la muchacha de servicio, que era llamada salera, entraba con una charolita con copitas y una botella de comiteco, del bueno, de ese que hacía cordón. “¡Salud, compadritos, salud!”, y los anfitriones e invitados hacían tzilín tzilín las copas y decían: “Traguito, divino tormento, qué hacés afuera, vonós pa’ dentro”, y tococheaban la copita o la bebían de un solo envión.
Sí, el traguito es parte del ritual de las sociedades, es muestra de afecto, de cordialidad y de convivencia sana (bueno, siempre y cuando los bebedores no tengan mal beber, porque quienes tienen mal beber terminan quitándose la camisa y retándose a los mandarriazos a media calle o, algunos, los más abusivos, se lían a golpes en pleno patio de la casa, provocando los consiguientes destrozos: sillas y mesas de madera quebradas, gritos histéricos de las mujeres, botellas quebradas, tías desmayadas e intervención de los amigos que, en intento de desapartar a los rijosos, terminan con un golpe en la cara y, por lo tanto, enzarzándose en el pleito ajeno. El traguito es una bendición, pero en su espíritu lleva escondido el demonio de las siete cuerdas.)
Por eso, acá, en esta fotografía, va la luz de la bendición. ¿Ya viste las botellas pintadas al óleo? Son obras únicas, pintadas por Martín Abadía, artista de Tzimol. Martín recientemente participó en la exposición “Vive Chiapas en la Ciudad de México”, en la que artesanos chiapanecos mostraron sus creaciones y que fue un acto promovido por el senador de Chiapas Eduardo Ramírez Aguilar. Un compa que asistió al acto dijo que vio cuando una señora se acercó a la mesa donde estaban expuestas las creaciones de Martín y al ver unas hojas secas que él pinta, dijo: “Son mías”, y compró tres de las obras.
Pero acá no sólo vemos las creaciones de Martín, porque acá su obra no está pintada sobre hojas secas, ollas de barro o petates (que son algunos de los soportes que emplea), también está presente el espíritu del Dios Baco, porque estas botellas contienen la bendición divina del comiteco.
Ya te he contado que el comiteco fue una bebida de tradición mundial; te he contado que grandes escritores (basta mencionar al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura, o al chiapaneco Eraclio Zepeda, Premio Nacional de Literatura) escribieron en sus obras literarias acerca del comiteco, bebida de gran calidad. Fue una pena saber que en algún momento esta industria (por múltiples factores) perdió su esencia y quedó relegada en mínimos barrilitos caseros, cuyos propietarios siguen conservando como lo que son: verdaderos tesoros etílicos. En otras zonas del país fueron más listos y lograron convertir las bebidas tradicionales en grandes industrias que aparte de aportar elementos culturales de prestigio fortalecieron una industria que ahora contribuye con ganancias de millones de pesos y es gran generadora de mano de obra. El comiteco bien pudo estar por encima del tequila, del bacanora y del mezcal, o, cuando menos, a la misma altura.
Por fortuna, en la actualidad varios empresarios han retomado la estafeta y vuelven a presentar el comiteco con la receta original. Se perdió mucho camino, pero bien puede volver a posicionarse dicha bebida. En esta fotografía mirás las botellas del comiteco “Nueve Estrellas”, empresa que Jorge Domínguez ha impulsado con gran empeño y cariño. Jorge ha emprendido una labor de rescate cultural de gran importancia. Y ahora, siguiendo la tradición de las grandes empresas vitivinícolas, ha invitado al pintor de Tzimol para que personalice las botellas, así, quien adquiere una de estas botellas no sólo adquiere una bebida comiteca de gran tradición sino que se lleva una obra única, un paisaje de esta zona pintado por las manos geniales de Martín.
Y digo que las grandes empresas vitivinícolas también han impulsado el conocimiento de la obra de los grandes pintores de México, porque una compañía de traguito, hace años, sacó una serie de botellas que traía estampadas obras del gran Francisco Toledo, por ejemplo. Acá hay más belleza, porque las obras son originales y únicas.
Acá, como dirían ustedes los jóvenes, hay un plus (un mojol, diríamos los comitecos). Jorge rescató la tradición del comiteco, que tiene mil historias en Comitán. Los jóvenes de los años sesenta y los más viejos recuerdan que antes, a la orilla de lo que ahora es el bulevar había grandes magueyales, en los que los muchachitos llegaban a robar el aguamiel y los propietarios extraían la savia que servía para producir una de las bebidas más selectas que probó el mundo: ¡el comiteco!
No por algo siempre hemos dicho que el comiteco más famoso es ¡el comiteco! Una vez que dije esto, un compa de la Ciudad de México me quedó viendo con cara de panal lleno de abejas, porque él esperaba que yo mencionara el nombre de algún personaje famoso nacido en esta tierra, tuve que explicarle porqué decía lo que decía y cuando le serví una copita del licor, él la bebió, cerró los ojos y vi que su cuerpo se llenó del espíritu de la bebida, supe que había entendido a cabalidad. No hay comiteco más famoso que el comiteco, y, por fortuna, varios empresarios han emprendido la tarea de darle vida; ellos, siguiendo el ejemplo de Jesús, están convirtiendo el agave en una bebida espirituosa de calidad. ‘Caso lo están haciendo horchata, ¡no!, lo están haciendo traguito, que ayuda a alegrar el alma de las personas y que, en la boca de una maravillosa curandera, también ayuda a curar del espanto. Sí, la bebida alcohólica ayuda a colocar una cortina al espanto de la vida y de la desgracia.
¿Te asustaste? Ah, metete un pitutazo de traguito. ¿Tenés una pena? No dudés, servite una copita de comiteco y decí ¡Va güitz! ¿Tu novio no llegó a tiempo y te enojaste? No hagás corajes, decí ¡salud! ¿Nació tu sobrinita? ¿Qué esperás? Andá a la cocina y sacá las copitas y la botella y serví traguito y compartí la alegría con todos los amigos y familiares. ¿Se murió el tío Andrés? No sufrás, echá trago, brindá por todos los que siguen vivos.
Posdata: Claro, en el caso de que comprés una de estas botellas, pintadas por Martín, no vayás a hacer lo que hace Romeo cada vez que termina de beber una botella, que se la coloca sobre la cabeza y comienza a bailar tratando de conservar el equilibrio de la botella. Romeo, todo mareado, tataratea y la botella termina quebrada en el piso. ¡No! Estas botellas son de colección, son el pretexto ideal para obsequiar ahora en navidad, la infinita gracia de colocarlas en el arcón navideño. Acá hay una muestra de talento, talento empresarial y talento artístico. ¡Lo bebamos! Sirvamos una copita y le metamos con gusto