viernes, 25 de octubre de 2024
CARTA A MARIANA, CON SOBRENOMBRE
Querida Mariana: llama mi atención el camino que siguen los nombres. Un día, el papá y la mamá (dando por hecho que forman una pareja estable) llevan a la criatura para que sea anotada en el Registro Civil. Con este acto, del cual la criatura no tiene conciencia, queda registrado para siempre el nombre de la persona.
¿En qué momento la persona asume que se llama como se llama? En algún instante, como si uno fuera gatito, comienza a responder ante la mención de un nombre, del cual todavía no se tiene plena conciencia. El papá, la mamá, la abuela, el abuelo, la madrina, el padrino, los tíos y tías se acercan a la criatura y, un poco bobos, hacen cariñitos a la criatura y repiten, con voz de tiuca tierna, el nombre que papá y mamá eligieron (dando por hecho que no hubo mano negra de la suegra de cualquier lado).
La criatura responde ante tanta repetición y llega el momento donde intuye que esa palabra es algo que la identifica (o palabras, porque a veces las criaturas son bautizadas con nombres que parecen sacados de una telenovela: Carlos Arturo, Rosario Emilia).
Todo suena como alfombra persa, pero no es así. Porque nunca falta el familiar que no respeta el nombre y comienza a usar palabras que disfraza con la colcha del afecto. En Comitán, lo sabés, somos muy dados a los diminutivos, así que la criatura llamada Amada se convierte en Amadita, Rafael es Rafaelito y así el nombre original recibe los agregados de ito o ita.
El nombre original se modifica. Tengo el ejemplo con mi papá, que fue bautizado con el nombre de Augusto. No sé en qué momento, algunas personas comenzaron a decirle Augustito o le rasuraron la u y era Agustito y así se sentía, pero hubo personas que rasuraron más y lo dejaron como un sencillo Tito, fue conocido por muchos como Don Tito Molinari, y yo me convertí (bendito Dios) en hijo de Tito Molinari. Pero una tía que era muy amorosa decidió inventar algo que transmitiera el gran cariño que sentía por mi papá, así que cuando llegaba a la casa, desde el portón gritaba: ¡Tititío!, si no hubiese gritado habría sonado como el canto de un pájaro, pero en la demostración de afecto explosivo sonaba como el pito de un tren subiendo una pendiente. Mi papá, con una gran sonrisa, con los ojos iluminados, abría los brazos y recibía a la tía que lo besaba en una y en otra mejilla, mientras repetía, ya en voz baja: Tititío.
Los nombres originales se modifican. No hay (al menos yo no conozco) persona que se salve de tales modificaciones apelativas. En mi caso, en muchas ocasiones mi nombre queda detrás del apellido, muchas personas me llaman por mi apellido paterno, imagino que esto es porque es un apellido no común en México (abundante en Argentina, tanto como en Italia). Mi acta de nacimiento dice que tengo dos nombres Alejandro Benito (¿suena a nombres de telenovela?), pero yo mismo empleo más el primero que el segundo; asimismo, en obras literarias mi nombre es Alejandro Molinari y en obras pictóricas sólo firmo con Molinari.
¿Apodos? Pienso que ya te conté que un tío bromeó una vez (tuve que reír cuando me lo dijo), diciendo que a mi papá, los amigos en San Cristóbal le decían “ratón” de apodo. En Comitán ya no llegó ese sobrenombre; y a cierta parte de la familia de mi Paty les decían “paloma”, así que el tío dijo que nuestros hijos eran “murcielaguitos”, porque eso resultaba de la cruza de ratón con paloma.
Digo que tal apodo no “entró”. Mis hijos deben tener apodos impuestos por sus amigos.
En diciembre, primero Dios, el Colegio Mariano N. Ruiz hará un homenaje al gran basquetbolista el maestro Mariano Antonio Penagos García, que es más conocido con el sobrenombre de “El Camello”. Como en muchos casos (sobre todo en el deporte) el maestro Tono Penagos es más conocido por el apodo. A él no le molesta tal mote, al contrario, su fama ha perdurado con tal distinción.
Llega el momento (pienso que es ya en el colegio) que la criatura tiene plena conciencia de su nombre. Todas las mañanas la maestra (la miss) pasa lista y la criatura responde ¡presente! Ya sabe que tiene un nombre, un nombre que, en forma oficial, es respetado y será el que aparezca en todos los documentos. En los papeles importantes siempre deberá aparecer el nombre o los nombres con que fue bautizada la criatura.
Posdata: una ligera errata significa un calvario. Me tocó, cuando era director del Colegio Mariano N. Ruiz, atender a una señora que llegó a inscribir a su hijito al primer grado de preescolar. Cuando me entregó el acta y la leí, pregunté: ¿cómo se llama su hijo? Pedro, me dijo la señora. Entonces es necesario que vaya al Registro y promueva el cambio de acta de nacimiento, dije, pero señalé el lugar donde estaba escrito el nombre del chico. Ella, con el rostro colorado, me dijo: no sé leer. Le expliqué entonces que el nombre estaba mal escrito. Imaginé lo que significaría de ahí en adelante cuando la maestra (miss) dijera el nombre del alumno: Pedo. Ah, lo que puede hacer una simple erre ausente.
¡Tzatz Comitán!