martes, 22 de octubre de 2024

ORACIÓN PARA LA HORA DE ACOSTARSE

Que la cama sea para el descanso, que no sea objeto de tortura; que sea el territorio del sueño. Que la cama no se convierta en objeto hindú lleno de clavos, provocador de insomnios. Que no sea una taza de feria que nos hace dar vueltas y vueltas, provocadora de hastíos, de vómitos. Que la cama sea el lugar del placer, el lugar donde las parejas se encuentran y buscan la flor del deseo. Que sea, siempre, el abrazo del padre, el beso de la madre, el acomodo de la cobija para el dulce sueño. Que nunca sea el infierno de la pesadilla, que nunca aparezca la imagen oscura, la del callejón sin luz, húmedo, apestoso, donde se esconden las presencias más fastidiosas, las que son imágenes recurrentes desde la infancia; que la cama no sea el semillero donde brotan los traumas infinitos. Que nunca asome la jauría que ataca, que hace que corramos en busca de un lugar de resguardo; que esos perros, con las fauces abiertas, no nos alcancen, no provoquen nuestra caída; que nunca los sintamos echársenos encima y destrozar los pantalones, rasgar las camisas, hundir sus colmillos en nuestras piernas, en nuestros brazos, en nuestros ojos. Que la cama sea el lugar donde germine el recuerdo de la madre que cuenta el cuento y nosotros cerramos los ojos y sentimos el calor que provoca el sosiego, la tranquilidad, el horno con la brasa tibia, afectuosa. Que la cama sea como el aleteo de un colibrí, como una planta de hierbabuena, como el misterio del Espíritu Santo, como un paseo por el Río Sena, como una lluvia de estrellas, como una tarde en un parque de Comitán, como la mano del amado en la entrepierna, como una lengua bendiciendo las orillas del cuello. Que la cama no sea una riña en el bar, una bofetada; que no sea una cabeza llena de liendres, una plaga de cucarachas, de ratas rabiosas. Que la cama sea como una canción de Bosé, como la hoja seca de un almendro, como el vestido rojo de una chica bonita, como el peinado de una muchacha africana, como los labios de Donna Summer, como el camellón del bulevar comiteco, como una enorme secuoya, como un chal bordado, como una hamaca en la playa. Que la cama sea como una escultura de Rodin, como una pintura de Monnet, como un juego simple de lotería, como el beso de las olas en la arena, como un chorrito de agua limpia, como el vuelo de una mariposa, como el aire que se recibe al bajar a La Pila. Que la cama sea el abrazo de la abuela, que sea como puesta de sol, una fina llovizna, un cuento de Cortázar; que sea como el junco de Irene Vallejo, como una canción de Lafourcade, como los ojos de mi niña, como la sonrisa del ciego agradecido, como la mano que, en lugar de pedir, ofrece. Que sea un ronda de niños y niñas, que sea como la oración del abuelo, que sea la arteria con sangre renovada, que sea como un plato de frutas, como un pan integral, como la vela que se prende en memoria del fallecido, como la cinta que es un papalote al viento, como la muñeca de trapo, como la arena tibia de la playa, como la televisión apagada, como el color amarillo, como la llave que abre la puerta, como el libro que nos acompaña a todas horas, como una película de Akira, como una cabalgata en la pradera. Que la cama sea la esencia del placer, que nunca sea el alacrán con alas, que jamás sea instrumento de tortura, cuerda que ata el sueño. Que sea la paz, el sosiego, el descanso, la gota que jamás derrama el vaso. Que sea el instrumento, la cuerda, el bongó. Que sea el baile, el canto.