Cada acto de vida debe ser un acto amoroso. Es la única manera de justificar la vida. Conozco hombres y mujeres que viven así: arropan la armonía del universo. No ponen ninguna traba al fluir natural.
Leer es un acto amoroso, porque es uno de los actos más bellos de la vida. ¿Cómo se lee un libro? Cada lector tiene sus propios “vicios”, sus propias “virtudes”, sus propios acomodos. ¡No hay una regla escrita! La lectura es uno de los universos más abiertos, permite todos los modos.
Hubo un tiempo que acostumbré leer acostado sobre mi cama, bocabajo, al borde del colchón ya que el libro estaba sobre el suelo. No era una postura muy recomendable, pero era una manera de demostrar que la lectura admite rituales en un plano de total libertad.
La comida exige ciertas formas, no hay manera de saltar sus reglas inmutables, a riesgo de sufrir una congestión.
Hay pocos actos que pueden realizarse sin demérito de la personalidad. Fumar, platicar, reír, hacer el amor y leer son actos en los que no hay reglas estrictas. Se puede hacer en mil lugares y en mil posiciones. Los hombres que saben vivir disfrutan todas las variantes. Sé historias de hombres y mujeres que hacen todos estos actos adentro de un sanitario público y lo disfrutan en extremo.
No obstante tal libertad, un hombre, por ejemplo, no puede fumar adentro de un templo, ni tampoco puede hacer el amor con su pareja (a menos que lo haga adentro del confesionario y tomando todas las precauciones y corriendo el riesgo). En cambio, todo mundo puede perfectamente leer adentro de un templo y no hay ningún problema (incluso leer un libro pornográfico). ¿Hay algún espacio en donde no pueda realizarse el acto de la lectura? ¡No lo hay! Esta es la maravilla del libro y de la lectura.
Yo leo en todos lados y a todas horas, pero siempre trato de no banalizar el hecho. Cada vez que leo tomo conciencia del acto, respiro hondo, me coloco los lentes, me acomodo de una manera que mi cuerpo esté relajado (no importa que yo esté sentado, acostado o de pie) y entonces comienzo a masticar cada una de las palabras, a tomarles el sabor.