¿Cómo contagiarse del hábito de la lectura? Únicamente en la cercanía con ese objeto maravilloso que es el libro.
Hay ocasiones en que el mundo del libro parece muy lejano. Los libros, por lo regular, están adentro de las bibliotecas, formados muy formalitos en estantes particulares o en estantes de librerías. En México no nos acostumbran de pequeños a jugar con libros. A veces, incluso en casa nos regañan o nos prohiben tomar libros. Muchas veces he oído esto de: "En la mesa no se lee". ¡Por Dios bendito! La lectura es una actividad lúdica que puede y debe hacerse en todo tiempo y en todo lugar. ¡Esta es la ventaja de la lectura! ¿Por qué entonces mutilar este encanto? Al contrario, los paradigmas deberían inaugurar frases atinadas para el fomento de la lectura.
¿Cómo formar lectores? Tal vez una de las estrategias sea la de dar pretextos. El que no está acostumbrado a leer no encuentra la magia. Es preciso, entonces, que los magos le enseñen algún truco que llame su atención.
Los intelectuales sobrados insisten en que las editoriales sólo deben publicar obras de calidad (por supuesto que sus libros están incluidos en esta última categoría). Yo no creo que esto deba ser una regla, al contrario, creo que los textos menores también deben ser publicados. ¿Por qué? Simple y sencillamente porque los autores de libros menores son el pretexto para que amigos y familiares puedan acercarse, tal vez por primera vez, a un libro. De este acercamiento es posible que aparezca el contagio por la lectura.
Siempre he dicho que el niño que lee "monitos" de pequeño tiene grandes posibilidades de convertirse en un gran lector de buena literatura en su juventud y madurez.
Esta disciplina es un poco como la del niño que descubre por primera vez la mezcla de un color. Al rato quiere hacer más y más mezclas. Cuando le toma el gusto ¡ya no hay quien lo pare!