lunes, 11 de noviembre de 2013

ALGO SE EXTRAVIÓ





Estos tiempos son maravillosos. Los chunches tecnológicos han hecho más fácil la vida. ¿De veras? Bueno, así parece. El horno de microondas es un chunche sensacional. ¡Un bonche de tortillas se calienta en menos de un minuto! ¡Un bonche! ¡En menos de un minuto! Que un minuto después todas estas tortillas estén duras como conciencia de millonario ¡esa es otra historia!
Lo que extraño mucho son las cintas que antes tenían los libros encuadernados. Una cinta delgadísima, de color verde, rojo o dorado, que servía para señalar en dónde había quedado la lectura. Esa cinta estaba adosada al lomo, era como una manita que tenía el libro. ¡Ah, qué maravilla! Al suspender la lectura, bastaba un ligero movimiento envolvente con la mano para deslizar la cinta en medio de las páginas leídas. Cuando uno reanudaba la lectura bastaba ver en dónde había quedado la cinta para saber que ahí, precisamente, se había suspendido la lectura. Uno retomaba la lectura con la placidez y seguridad de estar alumbrado por un faro, en medio del mar y en medio de una tormenta. Esa cinta breve era como la línea que indicaba que estábamos entrando a territorio seguro, era el hilo de Ariadna que nos indicaba el camino seguro adentro del laberinto. Extraño esas cintas porque ahora los libros ya no las traen.
Cuando descubrí que muchos libros no traían esa cinta tomé la costumbre de doblar la esquina de una hoja para marcar el lugar donde había suspendido mi lectura. ¡Hice algo más! Me acostumbré a colocar una flechita en la última línea que había leído. Así, cuando reanudaba la lectura buscaba la esquina doblada y la flechita. Me acostumbré a tal grado que luego anduve por todas las calles de mi pueblo buscando las esquinas dobladas donde había dejado mis pendientes y levantando las flechitas que otros desechaban. Porque, no sé si ustedes lo han notado, en todas partes hay flechitas que indican dónde doblar o cómo salir de una contingencia. “Salida de emergencia” dice el letrero adosado a la flecha que nos indica por dónde está el oxígeno después de la asfixia.
Me cuentan mis amigos, poseedores de un e-reader, que ahora es muy fácil señalar en dónde quedó la lectura de un libro digital. A partir de ahora tendré que acostumbrarme a no doblar esquinas. Al principio añoraré tal práctica, pero con el tiempo, lo olvidaré. La costumbre, a partir del día de hoy, será anotar con un marcador electrónico la línea donde dejé mi lectura.
Hay gente que tiene algo como una esquina de la hoja doblada, gente que, de pronto, y sin saberlo bien a bien, se quedó a la mitad de su vida. Se quedó así porque olvidó abrir el libro y recomponer el “pedacito” de hoja para continuar con su vida.
Extraño las cintas que servían de separadores de páginas. Los extraño porque, a veces, un compa que sabe mi afición por la lectura me regala un separador hecho de cartulina (una vez alguien me regaló un separador con flores secas y otro amigo me obsequió uno tejido con estambre. Fueron la cosa más horrible que jamás he recibido). Eso del separador es ¡una estupidez! En una ocasión alguien me pidió prestado el libro que leía y cuando le di el libro ¡lo tiró! ¿En dónde quedó el separador? En el piso junto al libro. ¡Perdí el control de mi lectura! Tal vez por esto a alguien se le ocurrió inventar un separador de libros con una pestaña que funciona como un clip para que si el libro se cae ¡el separador no se caiga! ¿El invento del siglo? No. El separador no es un chunche práctico, es como si nosotros tuviésemos tres piernas. No concibo a un ser humano con tres piernas, estoy seguro que tendríamos dificultades para desplazarnos. El separador de libros (debiera llamarse separador de hojas) dificulta la lectura. Yo no sé qué hacer con el separador a la hora que leo. ¿Dónde lo coloco? Tal vez por esto el separador se llama separador: ¡separa!
Extraño las cintas. Eran tan discretas, tan finas. Eran de una sugerencia tal que nos olvidábamos de ellas. Nunca se extraviaban, nunca abandonaban el libro. Y, además, eran tan suaves al tacto que, a veces, antes de iniciar la lectura, las tomaba entre mis dedos y las acariciaba como a veces acaricio el cabello de mi amada. Sí, las extraño. Pero, bueno, ¿quién anda colocando cintas en los e-readers actuales?