miércoles, 20 de noviembre de 2013

DEDOS QUE SON COMO PUENTES





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como alas de mariposa y mujeres que son como dedos que tocan un muro.
La mujer dedo que toca un muro posee arenas en la espalda. Arenas que le vienen de otras playas, de otros cuerpos. Ella tiene su hogar en el agua, en el agua de la piedra más oscura.
En Comitán no es raro verla caminar por las calles de la periferia. No acostumbra caminar por las calles del centro, porque en el centro todo es como un artificio. El muro verdadero está en el territorio donde caminan los miserables, los que ya perdieron todo.
Siempre está como distraída, porque la esencia de su mirada está contenida en las yemas de sus dedos. Casi casi puede decirse que el tacto es su sentido privilegiado. Toca tantos muros durante el día que sus manos ya son como duraznos expuestos en mercados.
Duerme como si el tiempo fuese un territorio ajeno, como si ella debiera caminar en puntas para no despertar el rostro de la memoria.
Su único alimento es la sal del muro y la semilla de la palabra. Puede tener los ojos cerrados y, sin embargo, ver más allá del templo, más allá del reclinatorio. Su guía es la línea del muro y el borde de la palabra. Porque, igual que ella, la palabra verdadera no es la que camina por el parque sino la que bebe la flor única del desierto.
Ah, cómo disfruta ir de paseo al campo. ¡Cómo disfruta el río donde el agua le injerta alas a su cuerpo! ¡Alas llenas de nubes! ¡Alas plenas de musgos desnudos!
La mujer dedo que toca un muro lee más allá del signo, más allá del verso. Todos los muertos aparecen en su palacio, todos los vivos dormitan en sus esquinas.
Si alguien le pregunta acerca de su concepto favorito, ella no lo piensa dos veces, extiende sus brazos y toca el aire como si tocara el muro y dice que su concepto favorito es “ventana”. Porque la ventana es el fruto que alimenta la esperanza, la noche que confunde a la soledad, la resurrección que clama por el perdón.
A mí me gusta estar con una mujer dedo que toca un muro. Me gusta, porque es como estar con alguien cuyo corazón es como la lluvia que se descuelga a mitad de la madrugada. Cuando estoy con ella me quedo con la boca abierta, casi casi como si deseara llenarme del aire de su hoguera. Es mujer que arde, mujer que extiende sus pulmones en zancadas.
En la cima de la montaña es como un árbol, como un tótem, como un conjuro contra la furia del aire y del viento.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como el espanto de la lluvia y mujeres que son como la veta de oro del espíritu.