jueves, 7 de noviembre de 2013

RECORDAMOS (última de dos partes)





Este libro es un feliz pretexto para volver la vista a Rosario, la eterna. La doctora Reyes nos dice que debemos volver a leer Balún-Canán; volver a leer Oficio de Tinieblas. Debemos, sentados en una banca del parque, leer un poema de Rosario. Tal vez en una banca cerca del busto que el escultor Luis Aguilar le dedicó. ¿Por qué no ir al parque de San Sebastián y leer el fragmento de un poema que el gran ceramista Arturo Avendaño “dibujó” en el piso, parte de ese alucinante proyecto llamado “Ciudad Rosario”? Pero, dice la doctora, antes y después de todo debemos leer los ensayos escritos por Rosario. Lo debemos hacer porque ahí está concentrada la esencia, el súmmum de su pensamiento. En sus ensayos decantó toda la luz que la consumía por dentro y por fuera. Ella, se ha dicho hasta la saciedad, era una lámpara. Por esto, algunos ilusos y románticos, dicen que ella se consumió un 7 de agosto. Era tanta su luz que se hizo una con el universo.
Cuando la doctora Reyes nos dice que Rosario escribió 517 ensayos el lector abre la boca como si el aire fuera apenas un buche de viento. ¡517 textos! Este mero dato estadístico no diría mucho, a menos que lo confrontáramos con el número de novelas, cuentos, poemas y obras de teatro escritos por ella. Si como decimos en el ensayo concentró su conocimiento total podemos ver esos textos como frasquitos de un perfume exquisito. Rosario aportó el concentrado que diluido en el agua de los mares nos otorga la posibilidad de la reflexión y del pensamiento más auténticos.
Dije que para concluir mi intervención contaría una historia auténtica. Va, en nombre del maestro Roberto Campos, una historia que avalan muchos hombres y mujeres de edad. Hubo, en este pueblo, una mujer que era dueña de 14 fincas en la región, ¡catorce fincas! Poseía cientos y cientos de hectáreas, cientos y cientos de animales, cientos y cientos de siervos. La mujer, a pesar de ser una mujer rica, era una mujer miserable. Vestía como sirvienta. Por esto, una mañana que llegó un general al frente de un piquete de soldados, ella fingió y, ante la pregunta de dónde estaba la patrona, ella dijo que la patrona estaba en Comitán, dijo que ella era una simple sirvienta. ¡Vieja hábil, sin duda! Cuenta la historia que el general mandó a que mataran unas reses en la majada y se hospedaron en la casa grande. Después que se hartaron de comida, el general mandó a llamar a la sirvienta y, con grandes carcajadas, le pidió que le diera las gracias a la patrona por ser tan buena anfitriona. Cuando los soldados se retiraron, la patrona se dirigió a una choza y les quitó a las mujeres las tortillas que echaban al comal y pensó que era una mujer muy lista, porque ese generalillo nunca se dio cuenta que ella, en realidad, era la patrona. Este último comportamiento no era inusual, la mujer era tan avara que todos los días les quitaba las tortillas a las mujeres que trabajaban en su hacienda. Esta mujer fue conocida en Comitán y toda la región por el sobrenombre de doña Chayota, ya que su nombre era Rosario y su apellido Castellanos. Vivía en una de las catorce haciendas que poseía y cuyo nombre era Bajucú.
¿Ya vieron la confusión en que estamos metidos? Algunos se han ido con la finta y cuando escuchan el nombre de Rosario Castellanos asociado con la finca Bajucú creen que esa mujer era la famosa escritora. ¡Por el amor de Dios! ¡Qué agravio para nuestra Rosario compararla con mujer tan vil!
El rancho del papá de Rosario se llamó Chapatengo y estuvo en otro lugar.
Y cuento esto porque en el libro de la doctora Reyes aparece una fotografía con el siguiente pie: “El pueblo, Bajucú, donde estaba la hacienda del padre de Castellanos…”.
¡Pobre doctora Reyes! ¿Qué iba a saber? ¡Qué iba a saber si los propios comitecos -he escuchado a más de dos que afirman lo de Bajucú- también estamos metidos en la confusión! Nos hacemos bolas, porque hace falta que, de verdad, nos ocupemos de la figura de Rosario. Algunos, ya lo dije, se quejan porque le damos demasiada importancia al nombre de Rosario. Ahora pienso que tal vez tienen razón. Lo pienso después de leer el libro de la doctora Andrea Reyes. Debemos dejar un tantito de lado su nombre y dedicarnos más a revisar su obra y, ya de paso, descubrir los verdaderos caminos por donde caminó. Bajucú fue la hacienda propiedad de Rosario Castellanos, doña Chayotona. El cielo es la hacienda propiedad de Rosario Castellanos, la escritora. Escalemos los cielos, por el amor de Dios.
Muchas gracias.