domingo, 3 de noviembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UNA BARCA EN SUSPENSO





Es como una barca apostada en la orilla. Todo lo demás es río. El hombre-barca se recostó en la orilla, ahí donde crece el musgo, ahí donde se levanta el muro que detiene el oleaje que provoca el paso de los demás barcos. ¿Ya vieron la barcaza que se adelanta con paso apresurado? ¿Ya vieron la popa y el velamen que se extiende como abrazo al viento?
Dije que el hombre-barca se acercó a la orilla, ya agotado, ya victorioso de haber vencido la tormenta. Dije que se recostó al lado del muro que es como una fortificación de esas que circundan la ciudad de Campeche y que evitaban el asalto de los piratas. Pero, ¿de veras es esto? ¿No será, más bien, un muro de esos que construían los aztecas para recordarnos el inframundo? Sí, también puede ser un Tzompantli. Sí, parece ser esto: cada una de las piedras se asemeja a un cráneo. Entonces ¿a qué se acercó el hombre-barca? ¿A la vida? ¿A la muerte? ¿Al eterno tránsito de una hacia la otra?
Está en posición fetal. Algo recuerda. ¿Qué chunches lo acompañan en su trayecto? Un palo de escoba que le sirve como cayado. ¿Tiene una fisga y le sirve para pescar? ¿Qué pesca un hombre a la orilla del río? ¿En dónde están los peces más ricos en proteínas? ¿Qué tipo de peces y de sirenas existen a mitad del río? ¿Ya vieron la sirena que camina al fondo de esta fotografía?
El hombre-barca también se acompañó en el trayecto de un jugo de manzana (la botella ya está vacía) y de un libro. ¿De veras llevaba un libro? Claro, ahora entendemos porque pudo llegar a buen puerto, a salvo. Desde los tiempos más remotos el mejor GPS ha sido el libro. El libro, desde siempre, ha sido el astrolabio y la brújula del viajero, del que se atreve a viajar en la noche de los siglos. Y ahora, después de un viaje agotador, el libro también le sirve de almohada, porque, esto lo saben todos los niños del mundo, el libro también es un buen conciliador del sueño. Por eso, este marino fatigado, duerme en posición fetal, para recordar las noches en que su mamá le contaba cuentos (¿de veras tuvo madre este tipo que más bien parece un borracho que ya no alcanzó a llegar a casa?). ¿Es un viajero fatigado o un simple vagabundo que es dueño de las calles y de las banquetas? ¿Para qué le sirve el cayado?
¿Y qué sucede con los barcos que pasan a su lado? ¿Por qué no le avientan un salvavidas? ¿Acaso ya no tiene remedio?
Tal vez el hombre-barca no sabe leer. Tal vez es un sencillo teporocho que no sabe multiplicar y siempre, que alguien le dice tres por ocho, el responde “sin rival”. Tal vez está acostumbrado a dormir debajo de los puentes por donde no corre agua. Por esto, entonces, el ingrato tiene de almohada al libro. Su almohada bien pudo ser una piedra, jamás una nube. El tipo no sabe volar y por esto se arrastra por el piso de laja. Sí, ya entendí, por lo mismo, los hombres que pasan a su lado lo ven con indiferencia. Alguien, cansado de soportar su hediondez llamará a la policía y ésta, más tarde que temprano, llegará y lo subirá a la patrulla y lo llevará a la cárcel. Sí, dirá el hombre que llamó a la policía, qué bueno que lo metan al bote, que lo bañen, que bañen al asqueroso. Y ahora digo qué pena. Tan sabroso que estaba durmiendo. No le hacia daño a alguien. Los hombres cuando duermen son como barcas que navegan en mares en calma. El problema del hombre se da a la hora que despierta “y aviva el seso”. Es el instante en que comienza a pensar en maldades.
¿Sólo de almohada le sirvió el libro? ¡Qué pena! Nunca sabrá que un libro es el mejor astrolabio y que, a veces, también sirve para arrancar las hojas y hacer barquitos de papel.