lunes, 18 de noviembre de 2013

EL LUGAR DONDE JUEGAN LOS UNICORNIOS





“El vaho de Dios”. Esto fue lo que dijo Romualdo, el jardinero de la casa de tía Alicia. Y Rosita (quien, en lugar común, le decían Rosita Fresita de niña) dijo que el problema de nuestro tiempo y de todos los tiempos es que la gente usa lugares comunes. Cuando en Comitán aparece la niebla, medio mundo dice que se parece a Londres. ¡Por el amor de Dios!, grita Rosita. ¿Cómo Comitán puede parecerse a Londres por una simple capa de niebla? ¿A poco acá nacieron los Beatles? ¡Por el amor de Dios! Acá, cuando mucho estuvo la marimba de los Penagos o la de los tzizimes. ¡No más! La niebla en Comitán es inusual, aparece muy de vez en vez. Por esto, sin duda, la declaración de Romualdo es más afortunada: “es el vaho de Dios”. Así sí.
Sólo los físicos y los alumnos más aplicados saben bien a bien de dónde viene la niebla y qué es lo que la provoca. Un día los comitecos se levantan, salen al patio de su casa y encuentran un chal húmedo que los cubre, que los protege. Salen a la calle y descubren que no alcanzan a ver la torre de Santo Domingo, ¡mucho menos la ciénaga! Es el instante en que las opiniones se dividen: entre quienes odian tal fenómeno y dicen que “el día amaneció feo” y entre quienes reciben tal suceso como algo agradable. Sí, el vaho de Dios es inusual en Comitán y otorga un paisaje singular. Muchos niños salen y juegan a las escondidas. Basta que caminen un poco por el sitio de la casa para que desaparezcan detrás de esas cortinas que permiten el don de la invisibilidad.
La niebla, todo mundo lo sabe, tiene la particularidad de hacer que el mundo siga siendo el mismo en el lugar donde se encuentra el observador. Si alguien se para a mitad de una cancha de fútbol logra ver todos los objetos que tiene cerca, pero quien está sentado detrás de la portería ya no alcanza a ver al que permanece a mitad de la cancha. Esto que es muy obvio y es una bobera ¡es la gran ventaja de la niebla! La tía Romelia siempre estuvo muy cerca de la frase de Romualdo, porque cuando los sobrinos le preguntábamos cómo era Dios, ella siempre sacaba dos fotos de su buró, hacía a un lado el florero de la mesa de centro y colocaba ambas fotos sobre el tapete tejido en crochet. Las dos fotos mostraban el mismo lugar, pero una mostraba un sol resplandeciente y la otra estaba envuelta en la bruma. La torre de la primera fotografía se miraba plena, radiante, bañada en rayos de sol; mientras que en la otra fotografía, apenas se advertía el pico de la torre. “Así es Dios”, decía la tía y no agregaba más. Nosotros, niños inquietos, la jalábamos del brazo, le exigíamos que nos explicara, pero ella permanecía como la torre de la segunda fotografía. Nos aburríamos y entonces uno de nosotros proponía que mejor fuéramos a jugar al patio. Una tarde, salimos al patio y encontramos que la niebla había bajado. Nos quedamos viendo sin comprender, pero María, la prima más bonita, dijo: “Miren, Dios bajó a jugar con nosotros”. A punto de correr hacia el centro del patio, ahí donde estaba Dios, la tía Eulogia salió al corredor y dijo: “Epa, ¿a dónde creen que van?”, y nos obligó a entrar a la sala, porque afuera hacía mucho frío y nos enfermaríamos. Adentro estaba calientito, había chocolate y rosca de nuez. El aroma del chocolate hizo que olvidáramos el enojo por no poder jugar. Afuera dejamos a Dios. Por esto, siempre que la niebla baja en Comitán salgo a la calle, camino y la disfruto. Disfruto mucho “ver” que no puedo ver más allá de un cierto círculo de cien o ciento cincuenta metros. Conforme avanzo todo lo demás se esconde detrás de ese chal líquido. Tal vez algo en mí me dice que voy en busca de Dios. Pero, todo mundo lo sabe, sólo los niños tienen la capacidad de ver a Dios sin hacerse preguntas. A los viejos nos cuesta más trabajo. Para los viejos, la niebla tiene una razón científica. Romualdo, el jardinero de la casa de tía Alicia es como un niño, por esto, tal vez, alcanza a ver cómo Dios exhala su aire divino y forma esa capa de nata cristalina y juguetona.