lunes, 25 de noviembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL MUNDO ESTÁ AL REVÉS





Por lo regular, el "Reglamento de Uso de Mesas y Derivados" indica que las mesas deben estar paradas sobre las cuatro patas y sus superficies deben usarse para colocar la comida, las bebidas o para jugar los tradicionales juegos que en su nombre llevan la esencia: juegos de mesa. A veces (nunca falta) algún despistado o urgido usa la mesa para hacer travesuras sexuales con su amada, pero esto altera un poco el artículo catorce del apartado B, que a la letra indica: “las mesas se emplearán sólo para el objeto que fueron creadas”, y la verdad es que jamás se dijo que la mesa sirva para que una muchacha bonita abra las piernas sobre su superficie y reciba a su amado. Pero, en fin, ya sabemos que las personas son dadas a cambiar vocaciones a los chunches y no es raro hallar a alguien que usa las ventanas para cubrirlas con plásticos de color negro, cuando la vocación de una ventana es dejar que el aire y la luz pasen por en medio de ella como pasan las risas de los niños a través de los pasillos.
Es raro hallar mesas con las “patas para arriba”. Porque esto indica que la mesa no está siendo empleada para su fin supremo. La mesa que aparece en esta foto está en una posición equivocada. Pareciera, más que mesa, una muchacha dispuesta al rejuego del amor y por esto permanece con las patas abiertas viendo al cielo. Tan no es su posición correcta que se advierte que el triplay tiene el lado “malo”, el “shubic” así lo señala. La cara fina está colocada en la superficie que sirve para colocar los libros y los cuadernos a la hora de hacer la tarea.
Por su rareza, esta fotografía se convierte en una foto insólita pues deja ver lo que sucede en el envés de la superficie. Se logra ver el esqueleto que permite que la mesa sea tal. Dos travesaños permiten el prodigio de que la superficie sea una superficie plana y que los niños puedan jugar carritos o imaginar que el tablero es un mar donde los barquitos de papel juegan sobre olas.
La mesa casi está intocada, tal como se mandó a construir hace años. El único elemento agregado es la serie de chicles que ahí están pegados. No existe un solo hombre, desde la aparición del chicle, que no haya pegado un chicle debajo de la mesa. Hay algunos, incluso, que lo dejan por un ratito, mientras el director los reprende por no cumplir con la tarea. Lo dejan por un ratito, porque en cuanto el director sale del salón, el alumno baja la mano de nuevo, despega el chicle y vuelve a llevárselo a la boca.
Existe una teoría de que cuando un chicle de éstos recibe un manotazo de aire vuelve a tomar vida y hace bombas, como si fuese un chicle motita. Esta teoría aún no se ha demostrado. Cuando menos los chicles de esta fotografía permanecieron estáticos durante el tiempo de la exposición. Las personas pasaban al lado de ellos y no sentían ni siquiera el aroma de frambuesa que algunos chicles tienen. Asimismo existe la creencia de que si alguien mete la mano debajo de la mesa y raspa un chicle seco y se lo lleva a la boca se puede enamorar de la muchacha que ahí lo dejó pegado hace tiempo atrás. El peligro es que el chicle haya sido pegado por un hombre y otro hombre lo despegue y lo mastique. Pareciera que esta creencia es la mejor demostración de porqué un hombre de pronto siente una atracción irresistible por otro que nunca ha visto en su vida, pero es una mera creencia que no tiene alguna base científica comprobable.