miércoles, 18 de junio de 2014

ALEJANDRO NUNCA SE ENTERARÁ




En 2011 abrí una cuenta en Facebook. Días más tarde me di de baja. Me espantó lo que ahí veía. El Facebook es una ventana perversa. Me di cuenta que andaba hurgando en casas y enterándome de intimidades que no eran de mi incumbencia. Además, había “perdido” casi una hora de mi vida, porque una ventana me llevó a otra y luego a otra. Al final estaba hurgando secretos de alguien que jamás había visto en mi vida, porque era amigo de una amiga de una amiga. Ya los expertos han dicho que estamos a sólo diez o doce clics para acercarnos a gente poderosa. Cualquiera entra a este chunche, se inventa una personalidad o un nombre y entra a hurgar en vidas ajenas. Alejandra Laguna me dijo: “no te vayás, habrá marimba”, pero yo no hice caso y me bajé del barco. Pero, luego alguien me dijo que el “face” me serviría para compartir mis textos. Las redes sociales son lo de hoy y aunque a los viejos nos cuesta trabajo adaptarnos a las nuevas tecnologías debía estar en este chunche. Así que regresé y desde entonces, poco a poco, se amplió el número de amigos virtuales que comparten sus muros conmigo y viceversa. ¿Cómo se integró la comunidad de mis amigos? Nunca entenderé, pero es el principio de la red. En mi muro hay muchas personas que conozco, algunos que hemos sido amigos de toda la vida, pero también hay personas que no conozco físicamente, hay instituciones que se promocionan. Bueno, ahora sí que como dice la sentencia bíblica: “de todo hay, en la Viña del Señor”. ¿Quién es el Señor amo del Facebook? Por ahí circula una película que enseña cómo, en una Universidad de Estados Unidos, este chunche comenzó como un mero juego y, poco a poco, se amplió hasta ser el monstruo cibernético que es actualmente. El otro día recibí “en casa” al amigo número 2 mil. Yo, que soy un hombre con muy pocos amigos reales ¿tengo dos mil compas “facebuqueros”? ¡Pues sí! Sólo a una amiga le he pedido ser parte de sus amigos, los restantes mil novecientos noventa y nueve han solicitado entrar a mi página para argüendear lo que acá subo. Alejandro Argüello Solís fue el amigo 2 mil. Alejandro nunca se enterará de este suceso para mi vida personal. Alejandro sí lo conozco físicamente. Hace muchos años fue mi alumno en la secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz. Ahora, para celebrar el hilo dos mil entré a su muro y me enteré que él labora en un hospital, en la ciudad de México. En algunas fotografías aparece al lado de enfermeras y médicos. Alejandro nunca se enterará de que él fue el número 2 mil (aunque me “ganan las ganas” de etiquetarlo en esta Arenilla), no lo hará porque a la hora que escribo este textillo (cuatro de la mañana) él corre por los pasillos porque en el sonido local una voz femenina lo urgió a presentarse en el quirófano, porque alguien (¡Dios mío!) necesita de su auxilio. O tal vez a esta hora él se quita los guantes, se moja el cabello y se prepara para dejar “la guardia”. ¿Alejandro imaginó alguna vez, jugando en la cancha del Colegio, que se dedicaría a esto? ¿Imaginó que, a la hora de mirar una “cascarita” de fútbol desde la tribuna, su vida estaría al servicio de los demás? ¡Nadie puede inventar el futuro! ¡Nadie sabe qué camino recorreremos! Cuando fui maestro de Alejandro nunca imaginé este futuro. Ya existía el “walkman” que fue un aparato prodigioso para escuchar música. Uno salía temprano a correr, se colgaba el “walkman” del cinturón y podía escuchar un casete de música. Jamás imaginé que podría ser un gran voyeur y entrar a miles de ventanas a hurgar vidas ajenas. Ya conté que cuando fui joven estaba enamorado de una niña bonita de este lugar, siempre quise tener una fotografía de ella para poder verla en las noches de luna, pero en ese tiempo era muy difícil lograrlo. Hoy, gracias a este chunche, todos los enamorados del mundo pueden tener fotos de su amada virtual. Entro al muro de la niña que me gusta y “bajo” la foto y puedo, incluso, tenerla como pantalla de mi lap.
Uno de estos días, Alejandro me envió una solicitud. Sucede que trajinando en esta red de redes halló mi nombre y recordó que algún día coincidimos en espacio y tiempo. Yo acepté la solicitud y acá estoy hablando de él, después de mucho tiempo de no coincidir.
Alejandro nunca se enterará de que él fue el amigo dos mil (aunque me “gana la gana” de etiquetarlo). No se enterará porque ahora son otros sus pasillos, otros los corredores, otros los espacios donde embarra su corazón.
Hablo de Alejandro porque al hablar de él hablo de cientos de muchachos que fueron mis alumnos, muchachos que me topo en algún espacio de nuestro Comitán o, como me sucedió una madrugada, me los topo en las calles de otra ciudad, bebiéndose las madrugadas con una cerveza en mano. Esa madrugada acompañé a tres de mis ex alumnos, los acompañé por un rato sólo para entender que los hombres, desde siempre, hemos sido muros y alguien pega anuncios o se recarga para descansar o para vomitar en plena madrugada.
¿Qué piedras conforman el muro de Alejandro? ¿Qué líneas de luz forman su aura? Alejandro nunca se enterará, pero un día de estos escribí sobre su muro. Lo hice sólo para decirle que agradezco su visita, su solicitud de amistad, que fue la dos mil.