sábado, 28 de junio de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL LIBRO ES UN OBJETO CON ALAS




Querida Mariana: dos amigas me obsequiaron libros. Es un poco como decir que me obsequiaron pájaros que vuelan libres en el patio de la casa. Por lo regular, los pájaros están en cautiverio dentro de las casas. Los veo dentro de jaulas. Silban, cantan (en realidad ni silban ni cantan, pero yo traduzco su tristeza de campo de concentración). Únicamente los loros caminan orondos por los patios de las casas. Pero, a los loros les cortan las alas. Los libros, al contrario, no sólo se pasean libres por la casa con las alas extendidas como arco iris, sino que, además, proveen alas. Tienen tanto vuelo que ayudan a volar a los lectores.
Mi amiga comiteca Amelia Siliceo me envió un paquete generoso con libros (incluyó videos). El otro envío fue de mi amiga Mar Pérez, quien hizo el envío desde su tierra: Zapotlán, Jalisco, misma tierra donde caminó Juan José Arreola. Amelia me hizo el envío desde Campeche, tierra (bueno, agua, mucha agua) donde radica actualmente. ¿Cómo Amelia llegó hasta allá? (¿alguien, por afecto, le dice Ame?) ¿Cómo Mar de Jalisco (con nombre de vocación de agua) nació y creció en medio del polvo y de la tierra? Uno nunca sabe cómo se enredan las cuerdas de la identidad y los hilos finos del destino. ¿Cómo llegaron los libros a Comitán? ¿Por aire, por tierra o por mar? ¡Llegaron por aire, por alas!
¿Los libros vuelan? ¿De veras vuelan? No sé, pero una mañana te conté que, como gusano (como tzucumo), un libro apareció en casa. Salí al patio para abrir la puerta de la cochera y me topé con un libro debajo de la puerta de entrada. Era uno de esos gusanos enormes, como vagón de Metro, se desplazaba con sus colores naranja y blanco, lo hacía con calma, con mucha calma. Desde entonces supe que los libros son como gusanos que se desplazan debajo de las puertas y por encima de las ramas. Y (cuenta la leyenda) ya que los gusanos se convierten en mariposas, entendí que, por graciosa metamorfosis, los libros tienen alas, mucho vuelo. Desde siempre ha sido así. Esa vez, Israel, amigo de Villaflores y radicado en Tuxtla, pasó a obsequiarme el libro y lo metió, discreto, afectuoso, debajo de la puerta. Israel sabía que yo lo iba a encontrar e iba a tener la sorpresa que recibe mi mamá cuando sale al patio y encuentra las orquídeas en plena floración.
El otro día dije que si alguien desea regalarme un auto (nuevo, ¡de paquete!) puede guardárselo. ¡No podría vivir con tranquilidad! A mitad de la noche despertaría, lleno de sudor, me incorporaría en la cama, mi Paty volvería la cabeza y, con voz de tubo sin agua, preguntaría qué me sucede. Nada, nada, diría yo, palmeándole la espalda en intento de calmar el aire de la pesadilla. Pero, la verdad, es que sí me pasaría algo. Pensaría en el carro, en que alguien entra a la casa, abre el portón, conecta los alambres que producen la energía suficiente para encender el auto (los delincuentes abren autos en menos de un minuto) y se lo llevaría. Dios mío, ¿qué hace el hombre que descubre que ya no está el auto que dejó estacionado en la calle diez minutos antes, y sólo bajó a comprar dos litros de leche y un paquete de pan Bimbo en el súper? ¿Y si alguien, en la calle, con el carro estacionado, pasa con un clavo y así, sin que alguien se dé cuenta, baja la mano y hace un caminito en el faldón derecho del auto? ¡No, no! Muchas gracias, pueden quedarse con el auto. En cambio sí acepto con gusto, con gran gusto, los obsequios de libros. Acepto los tzucumos con alas. ¿Qué delincuente entra a casa a robar libros? No hay una sola casa de empeño, en México, que acepte libros en prenda. Las casas de empeño “se empeñan” en adquirir oro, oro amarillo (el blanco tampoco es muy bien visto).
Vos sabés que Enrique, siempre que viaja, me obsequia libros. Recibo un mensaje en el celular donde me pregunta si ya leí a fulano de tal. Yo digo que no y él, generoso, tzucumo de toda la vida, compra un ejemplar para mí y, días después, me envía otro mensaje donde me dice que pase con su secretaria.
Los libros andan por todas partes. Del paquete que Amelia me envió ya leí “Puerto libre”, de Ana Romero. ¡Ah, qué librincillo tan disfrutable! Ana (dice la ficha biográfica) nació en Michoacán y con este libro obtuvo el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2011. Ana es una buena narradora. Este libro de cuentos narra una historia de migrantes, desde la visión y voz de una niña, la hija de quien pasa “al otro lado”. ¿Cómo contás a niños una historia de migrantes? ¿Cómo contás una historia tan llena de piedras? ¿Cómo volvés nubes a las piedras? Tal vez hay que hacerlo como lo hizo Ana con este “Puerto libre”.
Mientras ocurría lo que te cuento, pensaba en la maravilla de las alas de los libros. Desde siempre he sabido que el libro no sólo contiene la historia de la lámpara maravillosa y de la alfombra mágica. El libro es una lámpara maravillosa que cancela todas las oscuridades y es una alfombra mágica que lleva a sus lectores a volar todos los cielos (incluso los cielos del infierno). ¿Mirás qué entrecruzamiento de vidas, de piedras y de nubes? En esta brevísima historia confluyeron nubes de Campeche, de Michoacán, de Jalisco y de Comitán. Es un privilegio contar con la amistad de Mar Pérez, talentosa narradora de Zapotlán (nunca nos hemos visto frente a frente, en vivo y a todo color, pero somos cuates desde hace tiempo, porque ella admira a Rosario Castellanos -nuestra paisana- y yo disfruto mucho al leer la obra de Juan José Arreola, su paisano. Nuestro puente han sido los libros). A ella le gustaría tener la fotografía que el otro día subió la poeta Mirtha Luz Pérez Robledo a su muro de Facebook, donde está Arreola en medio de Raúl Garduño, poeta comiteco enormísimo, y de Óscar Bonifaz, quien no canta mal las rancheras en tono de Do. Ahí está Arreola, en un viaje que realizó a Comitán. Tal vez el mismo viaje en el que fue atendido por Prudencio Moscoso, a su paso por San Cristóbal, y donde Arreola compró, en el mercado, una bolsa, pequeña, de chile de Simojovel (creo que para compensar la generosidad de Mar le enviaré por Inbox copia de la foto de Mirtha, total, Mirtha nunca se enterará de este plagio).
Pero no sólo aparecieron Mar de Jalisco, Ame y Ana, también apareció la niña protagonista de “Puerto libre” y su papá y gente de Estados Unidos (cuando su papá cruza “al otro lado”) y gringos cuyo trabajo es impedir que gente de México y de Guatemala y de Honduras y de mil tierras terregosas más traten de cumplir con el sueño americano. Y apareció La Bestia, ese tren de carga que, como chapulín, lleva a cientos de indocumentados sobre su espalda de metal, de metal ardiente (a mediodía) y húmedo y resbaloso en tardes de tormenta. La gente, a mitad del sueño (literal y metafórico), resbala por el lomo metálico y cae y pierde las piernas o los brazos a la hora que La bestia los enreda en las vías. Esta historia cuenta el libro de Ana, pero en medio de tanta mierda, Ana logra, como niña, asomar la cabeza por debajo de la cama y sonreír. Sonreír en medio de tanta niebla ¡es un acierto! Por esto, sin duda, ella ganó el Premio de Cuento.
Ana, desde la tarde en que leí su libro, se convirtió en mi amiga, una amiga cercana. Ella no sabe que ya es mi amiga. A mí no me importa. Tengo cientos de amigos escritores y ellos no lo saben. Es mejor que sea así. No sé qué haría si Tolstoi o Cervantes o Cortázar o Gabriel García Márquez o Sabines (el poeta, el poeta) o Neruda o la Yourcenar o la Munro se aparecieran en mi casa, tocaran la puerta y al abrir yo los encontrara con una bolsa de papel donde asomara el cuello de una botella de vino, quesos, un racimo de uvas y la proa de una baguete. ¿Qué haría si ellos dijeran hola y entraran a casa como Juan por la ídem y se sentaran en esos sillones apolillados, pidieran un sacacorchos y abrieran la botella de vino? ¿Sacaría las copas y trataría de platicar con ellos? ¿Cuál sería la primera pregunta que le haría a Julio Cortázar si éste, ya todo muerto, llegara a la casa? Más vale que Ana no sepa que es mi amiga. Por el contrario, es bueno que Mar de Jalisco y yo seamos amigos, es bueno que ella, de vez en vez (lo hace en forma frecuente) me envíe libros donde aparecen sus cuentos. Ahora, Mar me envió un libro de cuentos que obtuvo el Premio de un concurso realizado en Zapotlán. Mar continúa la tradición maravillosa de contar. Mar es integrante de esta generación que continúa bordando el zarape que bordó Juan Rulfo y Arreola, entre otros. ¿Mirás qué nombres mencioné? ¡Nombres altísimos! ¿Hasta dónde llegarán los barcos de Ana y de Mar? No lo sé. La literatura es un barco que necesita de buen viento para llegar con bien a puerto. La literatura se enfrenta a piratas (como los de Campeche) y a mares llenos de tierra (como las regiones de Los altos de Jalisco). ¿Cómo puede vencerse una tormenta con sólo una pluma y una hoja de papel como escudos? Hombres y mujeres altísimos lo han logrado.
Los libros llegan reptando a mi casa, llegan volando. A veces los encuentro enredados en medio de las plantas de mi mamá, como si fuesen mariposas, como si fuesen colibríes. Por esto, en mi casa siempre (antes que vino) tengo un poco de miel en un bote abierto y un vaso con agua. El agua es porque, a veces, los libros llegan un poco agotados. Y ya lo dice el dicho: a nadie se le niega un vaso de agua, ni siquiera a quien, con buena intención, te regala un auto, en lugar de regalarte un libro.
Siempre pido al Universo que me provea de libros, muchos libros. Leer es la manera más cercana y más fácil que encontré para ser feliz y para ser libre. Por ahora leo a la Yourcenar. El otro día me topé con su libro “Opus Nigrum”, en un súper de esos grandotes y lo compré. Ya comencé a husmear por la vida de Zenón, médico alquimista del siglo XVI. El día que jugó la selección de México contra la selección de Croacia prendí el televisor y le bajé el volumen. Al mismo tiempo abrí el libro de la Yourcenar y dejé que sus alas comenzaran a batir, a llenarme de aire el espíritu. Estaba con un ojo al gato y otro al garabato. En este caso el gato es el libro, es como el gato volador. Así, mientras Chicharito metía un gol yo caminaba al lado de Zenón por un camino que conducía a París. ¿Mirás qué entrecruzamientos? Mientras Chicharito caminaba y corría por un campo del siglo XXI yo acompañaba a Zenón por un camino de la Edad Media. Mientras Chicharito estaba en Brasil yo estaba en Brasil, pero también en Francia. Esta maravilla ubicua sólo lo permite el vuelo del libro.
Mientras la gente camina por el parque yo la veo y leo; mientras la gente mira la televisión yo veo la televisión, veo la gente que ve la televisión y leo; mientras los loros caminan por el patio de la casa mientras la tía Eugenia les da sus galletas remojadas en agua, yo veo los loros, veo a la tía, veo al patio y leo. Mientras el mundo vuela, yo vuelo y leo. Leo siempre. Siempre llevo un libro cuando salgo de casa. El otro día llevé entre mis manos el libro de Mar, de un mar de Zapotlán. Leí sus cuentitos y di gracias al Universo por el prodigio de la mano extendida.
Antes no era así, pero ahora la gente ya respeta mi espacio de lectura. Cuando estoy en el parque y leo, algún amigo se atreve a decirme que ese es el mejor lugar para leer, sonríe y sigue su camino. Mis amigos ya entendieron que la lectura es mi juego. ¿Quién se mete a la cancha e interrumpe al Chicharito a la hora que juega? Los juegos se ven desde la barrera. El que quiere jugar debe ser invitado a la “cascarita” o a la “reta”. Si alguien quiere jugar el mismo juego que yo juego debe comprar su libro y debe sentarse a leerlo en una banca del parque. Algún día sería bonito organizar una campaña en la que muchos lectores lleven su libro, se sienten y lean. Que la gente que por ahí camine vea a cientos de lectores jugando el juego más hermoso del mundo: ¡la lectura! Alguna vez habrá que organizar un Mundial de Lectura donde gente de todo mundo se pase el libro, drible y, con una chilena, anote ahí “en donde las arañas tejen su red”.

Posdata: te quiero, Mariana, no al estilo de Benedetti, “porque NO sos mi cómplice y todo y en la calle, codo a codo, NO somos mucho más que dos”. ¡No! Te quiero porque vos, igual que yo, jugás el juego que yo juego. Vos en tu cancha y yo en la mía. En tu cancha revolotean las alas de tu novio, alas que se enredan en las tuyas y yo lo acepto. Acepto que volés en tu cielo y volés en el cielo de él. Lo acepto todo. Lo único que no acepto es que vos dejés de jugar mi juego, el juego infinito de la lectura. Por esto, igual que Mar, igual que Ame, igual que Enrique, de vez en vez, yo te comparto libros, te doy alas. ¡Volá, volá muy alto! No importa que no volés el mismo cielo que yo vuelo. El mundo es amplio, no importa el cielo, importa ¡el vuelo!