viernes, 13 de junio de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA DIVERSIÓN ESTÁ POR LAS NUBES




Si los elementos de la fotografía fuesen columnas estos serían sus capiteles: una techumbre de teja y una lámina con un letrero. ¿Y el cielo? Si el cielo fuese una columna deteniendo el infinito, el fondo de esta columna también sería su capitel. Un capitel sin nubes, un tanto nublado.
El primer elemento trata de ser atractivo, de ser la síntesis del festejo, porque se nota que esta calle está de fiesta (al fondo se ve la placa que ostenta el nombre de la calle). Esta calle, de por sí, tranquila está de fiesta. Está llena de puestos que modifican su cara cotidiana. Tan es así, que si el lector ve con atención observará que en el techo está recostada la vara de un cohete. Ya hizo su rebumbio, ya subió al “capitel” del cielo, ya abrió su panza y vomitó su luz de luciérnaga atarantada. Fue sólo un instante. La vida (después de todo) es como un cohete, apenas dura un instante. Después de hacer su relajo celestial, el cohete tuvo miedo de continuar subiendo, tuvo miedo de ser igual que sus primos mayores que llegan hasta la luna, y se detuvo y se dejó caer en caída libre. A diez metros del suelo eligió el sitio y decidió caer sobre este techo, porque sería tan triste caer sobre el piso, sobre el cemento de esta calle triste que, ahora, está de fiesta. Eligió caer sobre el tejado porque éste es como un tobogán, es como una resbaladilla eterna donde el agua de lluvia juega a que se avienta de un trampolín. Siempre es bueno que en las caídas exista algo como un descanso, es tan feo caer de sopetón sobre el piso, caer desde tan alto no es bueno. Como este cohete eligió caer sobre el techo se ve que mantiene completa su vara, la que le da sustento. Ahora servirá para que los pájaros se detengan sobre ella, sobre su columna frágil de hilo de madera. Los pájaros se parecen a los hombres y mujeres, a ellos también les gusta jugar. Cuando los pájaros están sobre los tejados se dejan resbalar tantito y al llegar al vacío se sueltan, abren las alas y vuelan; pero mientras están en los tejados dan saltitos de teja en teja, tienen cuidado de no caer en los vados, casi casi como si fuesen niños y jugaran a no pisar rayita. Pero cuando una vara de cohete se aparece ante ellos, muchos pajaritos se encaraman a ella y juegan al equilibrista o al sube y baja. Se exponen, uno sabe que se exponen, porque el sedimento de pólvora es peligroso para ellos, pero se sabe que los pájaros niños son traviesos, son tan traviesos como los niños de las estepas rusas, niños que juegan a brincar la cuerda en campos sembrados con bombas de la segunda guerra mundial. A veces abrimos el periódico y nos enteramos que dos niños, jugando a los escondites, pisaron dos bombas y éstas explotaron. Se ven las caritas de los niños en camas de hospital, se les ve con las piernas mutiladas. Las bombas causan tanto daño a los niños, tanto cuando caen desde “el capitel” del cielo como cuando están sembradas como si fuesen papas o fresas.
¿Quién se fija en el error de la palabra diversiones? ¡Nadie! Todo mundo camina por la calle, embobado por tanta bisutería, por tanto jocote encurtido, por tanto muñeco de luchador, por tanta botella de mistela. La calle está de fiesta. Calle que, todos los días, tiene un rostro de viejo con bastón, toma, por la magia del festejo y por la ilusión del maquillaje, otra cara, una cara menos cotidiana, una cara más de “putita adolescente”. La calle se llena de afeites y el techo de la casa recibe varas de cohetes lanzados al “capitel” del cielo.