domingo, 22 de junio de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN PITERO




Su oficio es construir flautas de carrizo. A los flautistas también les dicen “piteros”, porque en estas regiones del mundo a las flautas también les llaman pitos.
Su oficio es sencillo pero prodigioso. ¡Cómo no va a ser prodigioso hacer música con el aire! El hombre sopla y cubre y descubre los huecos que hizo en el carrizo. Un carrizo de no más de treinta centímetros logra la bendición de ahuyentar a los malos espíritus en las entradas de velas y flores. Mientras cientos de peregrinos cargan flores y velas, los piteros y tamboreros van a la vanguardia de la manifestación para exorcizar a las sombras, al tedio y a los fantasmas chocarreros. La música de piteros y tamboreros es como el agua de las primeras lluvias, la que lava el cauce lleno de tierra.
Basta ver los zapatos de este hombre para descubrir que viene del monte, de las calles llenas de lodo, de ahí viene. Como venado baja de la montaña, con sus manos corta los carrizos como si cortara espigas llenas de luz. Baja trastabillando, porque Mariana, cuando nos acercamos y sentimos el tufo de trago le dijo: “Ya está bolo, temprano estás bolo”. Él dijo que no, abrió su bolso azul turquesa y dijo: “pechuga” y de un pedazo de papel periódico mostró una pechuga de pollo a medio comer. “Pechuguita, con caldito de jitomate”, dijo. “Te lo vendo”, le dijo a Mariana y le extendió el pito (sin albur, por favor, sean serios).
De un tiempo para acá, este hombre es parte del imaginario colectivo de Comitán. Se aparece de vez en vez, por los corredores del Centro Cultural o por los corredores del parque central. Siempre lleva el pito en la boca (por favor). Sus dedos son hábiles, le ponen melodía al aire. Se sabe que el aire, mientras corre libre no hace ruido. Es necesario que se tope con algo, con un árbol, con una pared, con una oquedad, para que hable. Este hombre hace hablar al aire con su flauta. El carrizo está acostumbrado a oír el murmullo del aire, por esto no es casual que su vocación sea ser instrumento musical.
“Te lo vendo, en cien pesos, es de madera chingona”. No, dice Mariana. No, porque es muy caro. ¿De veras es muy caro? Sí, me dice Mariana, es muy caro, porque el dinero sólo lo quiere para tomar trago.
Él dice que el dinero lo usa para comprar comida, su “pechuguita”, pero nosotros sabemos que el aire no sólo tumba árboles bien enhiestos, el aire también tumba hombres que dan tumbos por la calle, los que beben su traguito.
Al final, Mariana le compró una flauta de carrizo. Al darle el dinero le preguntó: “¿cómo se toca?”, y el hombre se puso la flauta en su boca, sopló y con los dedos abrió y destapó los huecos y el aire se volvió música y todo el entorno se volvió como una manifestación de vida. Mariana palmeó sobre sus muslos como si éstos fuesen tambores y yo, alelado, cerré tantito los ojos e imaginé que iba por una calle empedrada y me dirigía a una cruz del milagro a esperar la multitud que venerará a la Santísima Trinidad.
Su oficio es simple y humilde. Le basta una flauta de carrizo para transformar el aire. Tal vez Dios no necesitó otra cosa para hacer el prodigio del Universo: aire y una flauta de carrizo, un pito.