sábado, 27 de junio de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY UN MAL QUE SE LLAMA CARAMONÍA




Querida Mariana: ¿vos sabés que es el mal de caramonía? La otra tarde, el doctor Rubén Álvarez hizo la pregunta. Hacía añísimos que no escuchaba la palabra. No creo que sepás qué es caramonía. Vos sos muy joven. Mi tía Romelia decía que el tío Romeo había amanecido con el mal de caramonía cuando el tío tardaba en levantarse. Acudí al libro de modismos de Óscar Bonifaz y encontré que caramonía es “un mal inventado”; un poco como decir que nada tiene.
¡Uf, a cada rato me topo con gente que inventa enfermedades con tal de no cumplir con sus obligaciones! Tengo alumnos en la universidad que, para justificar sus retardos, renguean, dicen que les duele la cabeza. “Me duele mil”, dice una de ellas y pone la misma cara que pondrá dentro de algunos años cuando no quiera tener contacto sexual con su esposo. ¿Le duele mil? ¿Qué forma de expresión es esa?
A mí me encanta el sonido de la palabra caramonía. ¡Quién sabe de dónde la sacaron! Tal vez la sacaron de la misma caja de donde obtienen las demás palabras que empleamos en Comitán. ¿De dónde sacaron la palabra guateque? ¿De dónde la palabra tococh tococh? De pronto un experto me explica que tambor es una palabra onomatopéyica y viene del sonido tam tam y eso tiene lógica, pero ¿de dónde la palabra lek? Si busco en un diccionario etimológico encuentro el origen, pero no quedo satisfecho, porque el diccionario no me explica bien a bien la punta del hilo. Uno de los mayores asombros de la humanidad ¡es el lenguaje! Hemos convenido en que la silla la llamamos silla y todos tan contentos. A veces, en el grupo o con mis afectos, juego a cambiar los nombres de las cosas, “convenimos” en llamar mesa a la silla y el juego se vuelve una fiesta de risa. Ya te conté en una ocasión que los comitecos preparatorianos hacen travesuras a las compañeras que llegan de otros países en plan de intercambio académico. Agarran un bolígrafo y dicen que eso se llama pene. “Pene, pene” repiten, una y otra vez, y la muchacha francesa o portuguesa se atreve a decir: “Pene”. Todos ríen y ríen más cuando la extranjera necesita escribir y dice: “Préstame tu pene”. Somos traviesos. Bueno, a mí me encanta la posibilidad que el lenguaje otorga para el juego. Algunas personas se disgustan con el albur, pero, si lo mirás bien, el albur es uno de los juegos más sublimes y absolutos. Se necesita una gracia especial para alburear y para dar un sentido contrario al símbolo.
Me encanta, asimismo, el sonido de las palabras que empleamos en Comitán y el sentido que le otorgamos. ¿En qué momento le cambiamos el sentido a la palabra flato? Todo mundo sabe lo que flato significa, pero pocos extraños reconocen que en Comitán le otorgamos un sentido misterioso. Cuando un comiteco dice: “Tengo flato” está diciendo que tiene una intranquilidad en su corazón que no sabe de dónde proviene. El flato no es una dolencia del cuerpo es una alteración del alma.
¿Mal de caramonía? No creo que exista otro pueblo del mundo en el que exista tal mal. En Comitán era muy frecuente tener ese mal, en los años sesenta, sobre todo. Asimismo, estar enflatado (es decir, tener el espíritu alterado y lleno de hojuelas de hielo), es marca registrada de los comitecos.
¿Con qué se cura el mal de caramonía? ¿Con qué se cura el flato? No hay médico que sepa la respuesta. Quienes padecen tales males no pueden explicar bien a bien en qué consisten sus dolencias ni saben en qué momento y con qué conjuro los males se revierten. Una buena mañana el tío amanece contento, toma la regadera y riega las plantas del patio, silba. La tía, desde la cocina lo oye y dice que el tío ya está bien. De igual manera, una tarde llena de sol, Margarita se enchina las pestañas con una cuchara, se pinta los labios con un color melón subido, toma su bolso y sale a la calle, llena de vida. Llena de vida ella y llena de vida la calle. Todo tiene un aroma a chulul, todo tiene un color de chicozapote maduro. El flato ¡ha desaparecido! Desaparece de la misma manera en que aparece.
El maestro Bonifaz y mi primo Pepe González hicieron una magnífica labor de rescate y de preservación de palabras comitecas. El libro de Pepe ya no se consigue, pero el del maestro Bonifaz sí. La Unicach acaba de reeditar el libro “Modismos, regionalismos y arcaísmos de Comitán, Chiapas”. Es una pena que tenga algunas erratas que distorsionan el sentido original de las palabras, pero es un acierto que aún tengamos a la mano ese tesoro. Los modismos que empleamos en Comitán son como pequeñas joyas de orfebrería que dan brillo a nuestro lenguaje. El otro día, en el programa “Crónicas de adobe”, de radio IMER, Alex Hiram comentó algunas palabras tomadas del libro de Bonifaz y concluyó diciendo que esas palabras hacen la diferencia en este mundo globalizado que intenta uniformar todo, incluso el lenguaje. Ah, qué mundo tan perverso. Hubo un tiempo, siglo XV, en que los españoles llegaron a estas tierras y casi casi enterraron las lenguas nativas. Se sabe que un signo de dominación es, precisamente, la implantación de otra lengua, la lengua del conquistador. Va. Las nuevas generaciones crecieron con el uso de esa lengua, la lengua maravillosa que aún hablamos. Ahora, dicha lengua se ve alterada porque cada vez se reduce más. Ah, qué mundo tan jodido. Los nuevos conquistadores quieren limitar nuestro pensamiento y nuestra capacidad de expresión. Hoy, los jóvenes poseen un acervo limitado de la lengua española y una carpeta casi vacía de palabras comitecas. Los nuevos conquistadores quieren que enmudezcamos. Te digo, el mundo es perverso. Los viejos nos damos cuenta de esa perversión, los jóvenes ¡no!
Los jóvenes comitecos de hoy son propensos a “la depre”. ¡Por el amor de Dios! Están confundidos. La tía Eugenia les diría que no jodan, que lo que tienen es un simple flato. Que no se preocupen, que tomen su mochila, que preparen unos “paquitos” de frijol y de chorizo con huevo y que caminen por el rumbo de Yalchivol. Cuando vengan a ver el flato estará olvidado. ¡Pero no! Los jóvenes de hoy tienen un “trastorno maniaco depresivo” y deben ser atendidos por un especialista que los atiborra de medicamentos antidepresivos. A ustedes, los chavos, les da “la depre”. ¡Valgame Dios! Nosotros simplemente nos enflatábamos. A nosotros se nos quitaba el flato bebiendo estos cielos; ustedes no salen tan fácil de sus estados emocionales y, a veces, caen en estados depresivos neuróticos. ¿Y todo por qué? Todo porque olvidamos nuestras palabras comitecas y sus conceptos. Antes, muchas calamidades del mundo se remediaban con un draque, que era una infusión con un chorrito de trago.
¿Has visto cómo una simple luxación de dedo se convierte en toda una tragedia? Antes, la mamá llevaba al niño con el huesero y éste, después de un par de buenos sobones, entablillaba el dedo con dos pedacitos de madera. Había conciencia del significado de las palabras: entablillar significa sujetar un miembro con tablillas. Ahora, los médicos colocan una férula hecha con aluminio y algún otro metal que proviene de Marte, son chunches que parecen sacados de una película de Robocop. ¿Cuánto costaba la entablillada del huesero? ¿Cuánto cuesta la férula del siglo XXI? Férula es sinónimo de tablilla, pero como férula suena más “nice” el costo se incrementa. Ahora está de moda cotorrear con los nombres de platillos gourmets. En un restaurante de Polanco te sirven: “Laminillas crocantes cilíndricas, rellenas con tiras de poulet, aderezadas con crème la maison de Francoise”; que es el mismo platillo que sirven en la fonda y que se llama: “Tacos dorados de pollo, con crema del rancho de don Pancho”. En la fonda, la orden de tres tacos cuesta veinte pesos; en el restaurante de Polanco el plato, con dos tacos, vale trescientos veinte pesos.
Antes, la gente iba al hospital por alguna necesidad suprema. Hoy, acuden hasta por un “váguido” o por un entumecimiento de tutís. Y apenas le asignan habitación al paciente, éste se toma una selfie para subir al face. Hoy, la gente se hospitaliza por un simple mal de caramonía. La gente no lo sabe, porque las enfermedades modernas tienen nombres raros. Antes, la gente sólo se enfermaba de corrimiento o porque se entapiaba. Río, río mucho cuando alguien me dice que tiene una cefalea insoportable. Lo dice como si descubriera el secreto del Movimiento Continuo. La universitaria va más allá y dice: ¡me duele mil! ¿Cefalea? ¡Ah, ya, es un simple dolor de cabeza!

Posdata: Óscar Bonifaz y José Luis González Córdova ya cumplieron con su misión de rescatar esos modismos que nos son tan cercanos y que nos otorgan identidad. Ahora toca a los demás comitecos poner a volar esas palabras, ¡darles aire! Los comitecos debemos sentirnos chentos de nuestros rasgos culturales.