domingo, 21 de junio de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UNA BANCA



Hay muchas películas, novelas y cuentos que tratan el tema de la ausencia de vida en la Tierra. Por algún motivo todas las personas y animales mueren y la Tierra se queda deshabitada. Hay instantes en que la Tierra hace ensayos. Cuando una montaña, como gato, se despereza y aparece un alud y cubre casas y arrasa con todo lo que tiene vida, hay un instante en que hasta el silencio deja de respirar y todo es como un hueco donde falta el aire. Todo es asfixiante.
Esta fotografía pareciera corresponder a uno de esos instantes. El Sol sigue columpiándose en las frondas de los árboles y jugando rayuela sobre el piso; las sombras siguen encaramándose en las paredes y untándose en el suelo, pero todo vestigio de vida está ausente. Apenas se escucha el paso del aire en esa losa de silencio. Las aves no hacen su acostumbrada ronda de bulla ni las hormigas juegan a que son soldaditos y forman filas como en desfiles.
En estos instantes es cuando lo que nos enerva toma un rostro de niño sonriente. Extrañamos las vendedoras de empanadas en el parque, los gritos de los boleros y los pregones del hombre que ofrece comprar colchones viejos. Extrañamos, ¡vaya que sí!, el rebumbio de los mercados con el zumbido jodón de las moscas. Extrañamos el serrucho de la carpintería, el claxon agobiante de los autos, la música estridente que sale del cuarto de la hija universitaria.
Cuando la Tierra hace el ensayo del primer segundo del fin del mundo, extrañamos todos aquellos ruidos que nos hacen saber que la vida es una cuerda por donde saltamos.
A veces recuerdo la escena donde un viejo golpea el piso de su departamento (piso que es el techo del departamento donde vive La maga, protagonista de Rayuela, la novela de Cortázar), golpea con su bastón, exigiendo el cese del ruido que hacen los del Club de la Serpiente. El jazz es ¡tan ruidoso para los viejos! Recuerdo la escena porque medio mundo se queja del ruido que hace el otro medio mundo. ¡Ah, imagino el día en que todo ruido cese! ¡Imagino la confusión de la última persona con vida! Sí, tienen razón los científicos, cuando el sonido cese cesará todo vestigio de vida. El último pájaro quedaría sordo de tanto silencio. El silencio ensordecedor sería como un tsunami que botaría todas las palmeras de nuestras playas.
A veces, la vida hace ensayos del fin del mundo. Es apenas un instante, pero la Tierra parece quedar en suspenso. Ni siquiera la nube que pasa por nuestras cabezas hace su acostumbrado ruido de tren que avanza sobre una vía de algodón.
Esta fotografía también ensaya. Ensaya a dejar sin citas a los viejos que se sientan en las bancas y dan de comer a las palomas; ensaya a dejar sin citas a los enamorados que, ávidos de vida, buscan debajo de sus blusas y camisas los mejores frutos del árbol del bien y del mal; ensaya a dejar sin citas a los pordioseros que convierten en camas las bancas solitarias.
Cuando aparece una fotografía así, algo como una tenaza aprieta los cogotes y hace que pidamos, casi a gritos, que la lluvia asome, que asomen los truenos; que los cohetes de las ferias estallen como estallan las granadas en la guerra.
El silencio es bueno, pero a veces es como el pie de la dictadura, como la presión en el fondo del mar. A veces, las personas nadan en el aire y buscan salir a la superficie, ahí donde el sol hace piruetas y canta una canción que recuerda el sonido de la vida.