lunes, 15 de junio de 2015

LOS SUEÑOS DE MESSI




Te enojabas. Llegabas a mi casa, con el balón bajo el brazo, y silbabas. Yo me acercaba al balcón, te miraba, abría la vidriera y decía que no, que no iría a jugar con vos. Te enojabas porque no iba a jugar al fútbol con vos. Cuando torcías la esquina me ponía triste. El balón posee algo que seduce. Me hubiese gustado tanto ir contigo a jugar al campo, ahí en donde todos se quitaban el pantalón largo (el que también usaban los adultos) y quedaban sólo con el short, el de rayas blancas y color azul. Se sentaban en el césped y se ponían “los tacos” (unos zapatos especiales).
Te enojabas. Yo, dos minutos después que te alejabas con tu balón bajo el brazo, volvía a sentarme en la poltrona del abuelo y continuaba leyendo. Recuerdo tardes en que leía la historia de aquel hombre que llegó a una isla solitaria. Mientras vos entrabas a la cancha y hacías unas sentadillas para estar en forma a la hora del partido con tus amigos, yo leía la historia del hombre que se salvó de morir en un naufragio. ¿Lo imaginás? De toda la tripulación ¡sólo él se salvó!
Te enojabas. A veces, a través de la misma vidriera del balcón te veía regresar. Lloviznaba y vos caminabas, todo enlodado, debajo de la lluvia. Caminabas viendo hacia abajo, pateando al aire. Sabía que tu equipo había perdido. Por eso seguías pateando, ya no pateabas el balón, pateabas tu coraje. Te dolía tanto perder. Sabía, porque me lo contabas al día siguiente, que por vos no quedaba, corrías, te desmarcabas, pedías el balón con la mano hacia arriba, te tirabas de cabecita en busca del balón; subías y bajabas por toda la cancha, te deshacías. El fútbol era tu pasión.
El trato había sido que vos lavabas la ropa sucia. Tu mamá te daba permiso de ir a jugar todas las tardes, siempre y cuando, al regresar a casa, te desvistieras antes de entrar al cuarto y dejaras el uniforme sobre el lavadero de cemento. Ahí, colgado en una cuerda, tu mamá había dejado un pantalón y una camisa para que te vistieras. Entrabas a cenar y, al otro día, muy temprano, antes de ir a clases, ibas al lavadero y lavabas el uniforme que colgabas en el tendedero.
El trato había sido que hacías toda tu tarea. Tu papá te daba permiso de ir a jugar todas las tardes, siempre y cuando, después de cenar, abrieras la mochila y ahí, en la mesa de la cocina, hicieras todos las tareas que el maestro había dejado en la mañana. ¡Dios mío! ¿Por qué el maestro dejaba tanta tarea? El maestro era un tonto. Así no se puede ayudar a la patria. ¿Cómo queremos que los jugadores de nuestra selección sean como Messi si obligan a los niños a interrumpir el entrenamiento por hacer tareas tontas en donde uno más uno son dos?
Te enojabas, pero yo tenía dos impedimentos: ni me gustaba jugar lo que vos jugabas, ni mis papás me daban permiso. “¿Jugar todas las tardes?”, dijo la primera vez mi mamá. ¡Imposible! ¡Ponte a estudiar!, dijo mi papá, dejá de estar de golfo como fulano de tal (y acá dijo tu nombre). Además, vos lo sabés, a mí me gustaba leer, leer libros, conocer historias que sucedían en otro mundo, me gustaba viajar al desierto, a la selva, a ciudades tan enormes como Nueva York. A mí me gustaba sentirme en otra parte. Comitán me quedaba tan reducido, era un pueblo donde casi casi nada sucedía.
Vos soñabas con ser un gran jugador. Ahora te entiendo. Te entiendo. Ya viejo entendí tu pasión. Te entiendo porque el otro día, hace apenas dos, vi tres minutos de un video donde Messi hace malabares con el balón. Yo, que nada sé de fútbol, quedé embobado. Dios mío, a la hora que miré a Messi, criatura apenas, driblando a todo mundo, pensé en vos. Así jugabas. Igual a él. Las veces que te vi jugar, las veces que, desde la orilla de la cancha, sentado en una piedra, vi lo que hacías con el balón. Esas tardes no tenía la capacidad para entender cómo lo hacías. Ahora lo sé. Vi un video donde Messi juega y supe que vos hacías lo mismo, tarde tras tarde, porque tus papás lo permitían, habías hecho un trato.
Ahora, ya viejo, apenas hace dos tardes, entendí por qué te enojabas cuando silbabas frente a mi casa, con el balón debajo del brazo.
Siempre llamó mi atención que vos tenías un uniforme especial para jugar al fútbol. Te ponías la playera, el short, espinilleras (para evitar el contacto directo de la patada del otro), calcetas y zapatos de tacos. Vos te cambiabas (qué palabra tan maravillosa), vos hacías lo mismo que Superman hace adentro de una cabina telefónica: ¡te cambiabas! Eras otro, eras del mismo equipo de Messi. Mientras yo, sin necesidad de hacer cambio alguno, leía. Los que jugamos el juego de la lectura no necesitamos cambiarnos, no usamos espinilleras ni zapatos con tacos. Nos basta sentarnos, cómodamente, en cualquier lugar y abrir un libro. El fútbol llanero se puede improvisar, pero es necesario improvisar en un lugar que no tenga jarrones de cerámica ni puertas con cristales.
Ahora te entiendo, entiendo tu pasión. Vi a Messi y supe cuáles eran tus sueños. Sé porqué ahora cuando juegan los Jaguares tomás tu auto y vas a Tuxtla; sé porqué, a veces, tomás el avión en el aeropuerto de Chiapa de Corzo y viajás a la Ciudad de México para ir al Azteca o al Universitario. Sé qué soñabas de niño. Lo supe en el instante que vi el documental donde Messi juega de niño.
Ahora vos y yo ya nos hicimos viejos. Me duele saber que ya no podés jugar como lo hacías de niño. ¿Qué llevás ahora debajo del brazo? ¿Ahora en qué te “cambiás”?
Yo nunca me cambié. Jamás me puse zapatos con tacos. Me bastaba el libro, el balcón. Ya viejo sigo adentro de mi cuarto. A veces me asomo al balcón, con el libro en mis manos, y veo la calle. Ya no te veo pasar. Sé que has viajado a todo el mundo (China, inclusive). Yo, desde mi cuarto, he viajado también. Digo que no he pasado de Chacaljocom, pero, gracias a la lectura, he viajado igual que vos ¡a todo el mundo!
Te enojabas. Ahora lo entiendo. Querías contagiarme de tu pasión. La vida es como un naufragio. Sólo algunos se salvan y llegan a las islas. Messi es uno de ellos. Sé que tu sueño de futbolista se evaporó. Yo sigo con lo de siempre: la lectura.
Ahora ¿a qué jugás?