sábado, 13 de junio de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL DÍA EN QUE LA FELICIDAD SE ENREDA




Querida Mariana: hay personas a quienes les gusta dormir. Digo, todos los seres humanos necesitamos dormir, pero hay gente que duerme de más. Marcos dice que es feliz cuando duerme. ¿De veras? ¿Cómo sabe que es feliz si no tiene conciencia? Marcos es de los que ponen la alarma a las cinco y despierta en cuanto el primer chicharrazo retumba; se da la vuelta, toma su celular del buró, programa la alarma para que toque diez minutos después y vuelve a dormirse. ¡Suena la alarma y hace lo mismo! Así una y otra vez hasta que dan las seis y ya se levanta para darse un baño, vestirse, desayunar y salir al trabajo, con el portafolio balanceándose en su mano derecha. Sonríe, como si hubiese recibido el premio mayor de la lotería, pero imagino su respuesta si alguien preguntara por qué tiene cara de felicidad, diría: “Es que dormí muy bien”.
Los que saben dicen que la felicidad no existe, que es una estación donde no llega tren alguno. Vos, ¿sos feliz como una lombriz? Esta es otra comparación tonta, porque por más que veo a las lombrices no les encuentro la cara de felicidad. Se trata, digo yo, sólo de una rima simpática, pero igual, entonces, alguien, en Comitán, puede decir que es feliz como un tutís.
Yo soy feliz cuando pinto, cuando escribo, cuando camino por las calles y doy vueltas y vueltas en los parques de Comitán. Soy feliz cuando leo. Ahora leo una novela de la chilena Carla Guelfenbein: “Contigo en la distancia”, novela que obtuvo el Premio Alfaguara de novela 2015. En una de las páginas hallé lo siguiente: “Si un escritorio desordenado es signo de una mente desordenada, qué se puede pensar de un escritorio vacío”. Carla dice que Einstein (el famoso físico, creador de la Teoría de la Relatividad) usaba el ejemplo con frecuencia. Está buena la ingeniosidad, ¿verdad? Soy feliz con los libros. Sé que los libros también te provocan placer. Cada persona busca la felicidad por mil veredas, porque, por fortuna, la felicidad no es una senda única. Cada quien es feliz a su manera.
Tal vez Marcos tiene razón. La infelicidad es causada, muchas veces, por el insomnio. “Ah -decía tío Emilio- las dos cosas más jodidas del mundo son dos (así lo decía): tener tapiado el culo y tener tapiado el sueño”. En realidad, no poder defecar y no poder dormir son problemas serios.
Armando Alfonzo Alfonzo cuenta, en su libro “Comitán 1940”, lo siguiente: “El padre Carlos J. Mandujano, en una de sus homilías, desde el púlpito de la parroquia de San Sebastián, me hizo pensar que la felicidad sí existe, al relatar lo que una de sus tías le dijo cuando él era adolescente: Estaba ya oscuro, yo caminaba por la calle. Adelante vi a mi tía sentada plácidamente en la puerta de calle de su casa. Observaba algo en el cielo. La saludé y le pregunté qué hacía. Estoy admirando la obra del Creador, me contestó, y agregó: Ve ¡qué maravilla de cielo!... Millares de estrellas más brillantes y hermosas que los mejores diamantes del mundo… ¡Ve qué inmensidad!... ¡Mirá qué belleza! Y eso que estamos viendo el “alrevés”… ¡qué tal si pudiéramos ver el “alderecho”!
Soy feliz cuando leo. Sé que otras personas encuentran su felicidad en otros objetos o en otras actividades. Mi actividad favorita tiene que ver con ese acto mínimo en donde bajo un libro del estante, me siento en un sillón de la sala de mi casa o en una banca del parque central, abro el libro y leo. Leer es uno de los actos que me producen felicidad. Ir al cine (lo confieso) es otra actividad que me deja satisfecho. No como palomitas ni bebo refrescos. Lo único que hago es ver la película. Hay muchas personas que convierten la sala en un restaurante y le meten con fe y corazón a mil chunches. Recuerdo que en la ciudad de México existía una sala de cine donde vendían tamales de hoja (Quique deber recordar el nombre de la sala, porque tiene una memoria prodigiosa). Aparte del maravilloso espectáculo que se presentaba en la pantalla, los espectadores disfrutábamos las imágenes de las mujeres rollizas cargando charolas de plástico llenas de tamales y de vasos con champurrado. Era una auténtica romería. Yo podía ver cómo, antes de que apagaran las luces para que iniciara la función, las mujeres, con sus manos regordetas, quitaban las hojas del tamal y las aventaban al piso. Como las manos les quedaban llenas de manteca, ellas las repasaban sobre sus pechos, generosísimos, y la grasa se quedaba en la blusa. A veces, lo que sucedía en el interior de la sala era más interesante que los sucesos de la película. Quique dice que invento pero yo recuerdo que una vez, un muchacho que estaba sentado al lado de una mujer rolliza se inclinó ante ella y comenzó a lamer sus pechos. Yo digo que era porque la pechera tenía residuos de manteca del tamal y el muchacho, tal vez por un reflejo condicionado, unió las imágenes del tamal con la del acto cuando su mamá le daba la teta.
Soy feliz cuando veo llover. Vos sabés que odio mojarme. Sólo disfruto el agua cuando está calientita y me baño en casa. Pero sí me gusta ver llover a través de una ventana. La bendición de las casas ¡son las ventanas! Cuando llueve me acerco a la ventana y veo cómo el agua se desgaja, lenta o inmisericorde, sobre el patio y las plantas. A veces llueve granizo y las macetas se llenan de una capa de hielo. Los contrastes son pulcros. Imagino que las hormigas pueden, si lo desean, convertir esos espacios en pistas de hielo y hacer piruetas como si participaran en los juegos olímpicos de invierno.
Soy feliz cuando entro a una librería. Me encanta andar los pasillos donde, en lugar de paredes húmedas o decoloradas, los estantes de madera están cubiertos de libros, muchos libros. Me encanta imaginar que cada uno de esos libros contiene una conversación infinita. Sé que basta extender la mano y abrir el libro para encontrar ideas, juegos, historias y ventanas donde la imaginación se columpia galana.
Digo que cada quien es feliz a su manera y busca los elementos para dar sustento a esa utopía. Todo mundo quiere ser feliz, todo mundo busca evitar el nudo de la infelicidad. Así pues, cada uno, de acuerdo a sus intereses, busca los mejores caminos.
Hay compas que son felices en sus ranchos. Don Jorge, más que en la ciudad, era feliz en sus ranchos. Ahí se podía pasar largas temporadas montando a caballo, viendo cómo le cortaban los coyoles a los toros, colocando un vaso en la teta de la vaca y echándole un poco de brandi a la leche bronca. Pero así como don Jorge era feliz en sus ranchos, el maestro Rey era feliz dando los ejercicios lexicológicos en un salón de la prepa. Hay personas que son felices en el aire del campo y otras son felices en los encierros de los laboratorios.
Hay personas que son felices viviendo el presente y hay otras (es cierto) que son felices viviendo de recuerdos. Tengo un amigo que, en cuanto llego a su casa, me jala para la sala, saca los álbumes de fotografías y me muestra fotos de cuando era niño o adolescente. Me cuenta, con gran emoción, de sus juegos en los sitios de las casas, de cómo jugaba chinchinagua, de la vez que se subió a un árbol y la cuerda se rompió, justo en el momento en que, como Tarzán o como Chita, iba de un árbol al otro; me cuenta de la muchacha aquella que fue su novia y que no puede olvidarla, me narra, con pelos y señales (bueno, con más señales que con pelos) de cuando la llevaba a una calle polvorienta por el rumbo del panteón y ahí casi casi la desnudaba; me cuenta de cuando, con un grupo de amigos pasaron frente a la comandancia y gritaron “¡Cuicos!” sin fijarse que en la esquina estaba la patrulla; me cuenta que fue necesario que los papás llegaran a la cárcel (que estaba en donde ahora está el Archivo Municipal), pagaran la multa y prometieran no volver a decirles cuicos a los cuicos; es decir, a los policías. ¿Por qué los policías se enojaban si les decían cuicos? Andá a saber, pero era peor que si un estadio lleno de aficionados gritara ¡puto! al portero a la hora que despeja desde su área.
Hay personas que son felices jugando fútbol o viendo un partido. Ahora que está en grande la Copa América veo a muchos amigos, emocionadísimos, preparar la botana, ir al súper a comprar cervezas y una botella de tequila, para ver el partido. Una hora antes del inicio, los amigos comienzan a llegar, se sientan sobre los sofás, estiran sus piernas y ríen, bromean, apuestan. ¡Son felices!

Posdata: Mi papá era modesto. Ya te conté que él era feliz cuando tenía para comprar ese pan que se llama semita. La semita la metía en la bolsa de su chamarra, con su mano la espolvoreaba, luego, sentado frente al parque, metía la mano, sacaba puñitos del pan y los comía poco a poco. La felicidad no sólo está en los grandes viajes, ni en las cubiertas de los yates o en los grandes hoteles, ni a la hora que Marcos duerme. A veces, la felicidad está en el instante en que un colibrí aletea frente a nosotros.