lunes, 8 de junio de 2015
EN MANGAS DE CAMISA
Recuerdo a mi papá con traje o con camisa arremangada. Bajo de estatura, pero inmenso en su corazón (el médico, cuando estaba enfermo, le dijo que su corazón se estaba agrandando).
Fer Figueroa dice que cuando vio a mi papá en mangas de camisa pensó: “la vida no debe ser tan difícil” y, desde entonces, vio la vida de manera diferente.
Mi papá siempre se arremangó la camisa, era su manera de decir que había que poner “manos a la obra”.
Mi mamá tuvo otra teoría respecto al fallecimiento de mi papá, un día me dijo: “Ya está cansado. Ha trabajado desde niño”. Y me contó que mi papá, desde niño, no dejó de trabajar un solo día, al principio en la tienda del tío Víctor y luego como agente viajero; como corresponsal del Banco Nacional de México; como distribuidor de cervezas y refrescos; como fabricante de gaseosas; como comerciante de chácharas, desde estambres hasta harina de trigo; como secretario del Colegio Mariano N. Ruiz; como empleado de la fábrica de triplay, del ingeniero Valadez; y no sé cuántos oficios más. Fui testigo de sus triunfos y de sus fracasos. Un día decidió comprar un camión para transportar el refresco. En ese tiempo, la fábrica embotelladora estaba en Tuxtla Gutiérrez. El camión (de segunda mano) estaba resplandeciente y mostró su efectividad en el primer viaje; al segundo viaje falló: el chofer se quedó dormido y se fue al barranco. Ahí acabó la aventura. Mi papá no se arredró. Días después otro camión llegó a la casa y los cargadores bajaron decenas de bultos de harina de trigo y los colocaron sobre tarimas de madera. Mi papá había emprendido otra empresa. El negocio comenzó a caminar, pero días después mi papá entró a la bodega y halló un enemigo: una rata. Las ratas habían comenzado a dar cuenta de los bultos de atrás y se llenaban las panzas con la harina que mi papá vendía. Otro negocio cancelado. En fin, muchas empresas que acometió le fueron negadas por el destino. Otras, en cambio, le fueron favorables. Si ahora alguien me forzara a poner en la balanza los éxitos y los fracasos no dudaría en decir que siempre la balanza estuvo a su favor; es decir, nunca midió la vida por sus éxitos o por sus fracasos, su medida fue siempre insistir. Así pues, no murió porque ya estuviese cansado, murió porque, como dijo el doctor: su corazón se hacía más y más grande cada vez.
Mi papá nació en San Cristóbal de Las Casas, pero luego fue a vivir a la Ciudad de México. ¿Por qué volvió a Chiapas? Porque una mañana vio que mi abuela María había llevado dos gallinas al departamento donde vivían, las dejó en el pasillo y ahí les dio de comer. Mi papá le preguntó si le gustaría tener un terreno más grande para que las gallinas corrieran de manera más libre. Sí, dijo mi abuela. Mi papá quebró el cochinito de sus ahorros, viajó a Chiapas y compró un terreno en Teopisca, a orillas de carretera; un terreno por el que pasaba un arroyo. Entonces, a su regreso le dijo a mi abuela que empacara todas sus cosas porque regresaban a vivir a Chiapas. Cuando mi papá le enseñó el terreno, con la casa en un extremo, mi abuela María se fue para atrás, era un terreno ¡inmenso!, era una hectárea. De ahí, creo, mi papá ya no se movió de Chiapas, luego llegó a Comitán, se casó con mi mamá (se casaron en el Distrito Federal) y acá nací yo.
Una vez fuimos a Tehuacán, Puebla, fuimos de paseo. Mi papá paró un taxi y al chofer le dijo que nos llevara a la fábrica del “Tehuacán” (¿aún existe este refresco embotellado?). Una secretaria nos atendió. Mi papá, todo formal, vestido impecablemente de traje, le dijo que él, en Comitán, Chiapas, era distribuidor de ese refresco, por lo tanto pedía que nos dieran una visita guiada. Vi que lo dijo como si él fuera un accionista y no un simple distribuidor. La secretaria dijo que esperáramos tantito y la vimos desaparecer detrás de una puerta. Al rato, apareció ella y dijo que nos daría un recorrido especial, nos enseñó el lugar del nacedero de agua y al final, después de tomarnos fotos, nos dijo que estábamos invitados a comer. Yo no podía creerlo. Nos pasaron a un comedor especial y ahí comimos de manera opípara y bebimos la bebida de “casa”. Así era mi papá. Siempre fue un hombre modesto, pero consciente de su grandeza. Lo vi tratar a decenas de empleados y a decenas de gentes importantes. Con todos siempre fue el mismo, un hombre con un corazón grande, tan grande que un día no pudo más y murió. Días antes de su muerte estábamos sentados en la sala y me dijo: “Siento que ya me voy a morir”. Yo lo abracé. “No, no te mueras”, dije. Él me vio. Supe que no quería dejarme, pero la vida es así. Esa mañana estaba con su camisa sin arremangar.