lunes, 29 de junio de 2015

MÁS QUE UN COLOR




A, B y yo somos amigos desde hace muchos años. Los tres nacimos en Comitán, pero vivimos en rumbos diferentes y, por supuesto, en casas distintas. Yo viví mi infancia (lo he dicho hasta la saciedad) a media cuadra del parque central; B vivió también en el centro y A vivió en donde hoy es la ampliación del parque. La diferencia entre A, B y yo es que ellos vivían en casas que eran propiedad de sus papás, casas que, probablemente, habían heredado de sus ancestros. Yo vivía en una casa rentada. En 1965, más o menos, mis papás y yo nos mudamos a una casa propia que había mandado a construir mi papá. Dejé el Centro y fui a vivir al barrio de Guadalupe. Esta mudanza no modificó mi amistad con A y B, como no la había roto el hecho de que ellos vivieran en casas propias y yo en una rentada. Nada modificaba el hecho de que las familias de ellos tuviesen ranchos y mi familia no. La amistad es tan sólida que no importa si uno es católico, el otro budista y uno más agnóstico.
¿Por qué digo esto? Porque A, B y yo hemos tenido gustos diferentes y hemos caminado por senderos distintos, que han sido paralelos. Cuando A tuvo su novia nosotros lo entendimos y, en la tarde, cuando ella llegaba al parque sabíamos que él se iría y no nos veríamos hasta horas más tarde. B y yo íbamos al Cine Comitán. A veces (hubo ocasiones) B decidía entrar al Cine Montebello, porque siempre ha preferido el cine norteamericano (le encantan las series gringas que exhiben en la televisión). En esas ocasiones (raras) yo iba al Cine Comitán, compraba mi boleto en la taquilla, compraba una orden de tacos y un refresco en la dulcería, buscaba una butaca desocupada y disfrutaba las películas mexicanas de los años setenta, esas en donde aparecían Meche Carreño, Isela Vega, Hugo Stiglitz y Santo, el enmascarado de plata.
Digo esto porque A, B y yo hemos sido tan amigos desde siempre que andábamos encuachados todo el tiempo. La tía de A bromeaba y decía que yo era como su despertador, porque, los domingos, llegaba a las ocho de la mañana, ya urgiéndole a levantarse para que fuéramos a ver el partido de fútbol en el estadio. Ahora, A sigue siendo un gran aficionado al fútbol (le va al Jaguares) y yo veo fútbol en la televisión, esporádicamente. Si alguien me urgiera a mostrar mi afecto por algún equipo diría que le voy a Las Chivas y esto no modifica en algo mi amistad con quien le va al otro equipo.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera profesional, A decidió por Derecho, B por arquitectura y yo por una Ingeniería (¡Dios de mi vida, qué absurdo!). Esto no modificó nuestra amistad, no tenía porqué hacerlo. Cada persona es una individualidad y la amistad está por encima de las diferencias naturales y se sostiene por alguna que otra coincidencia. A B no le gusta la lectura, ya dije que se apasiona por el cine; a A sí le gusta la lectura (frecuentemente me obsequia libros); a mí me gusta la lectura y la escritura. A escribe, de vez en vez; B no lo hace. Yo no bebo trago desde hace mucho; A y B siguen tomando un güisqui en las rocas y no desprecian una buena botana de chicharrón y frijoles refritos. A, durante muchos años, fue cazador; B iba de cacería de vez en vez; y yo sólo los acompañaba, porque siempre he sido muy respetuoso de la vida de los animalitos.
Es decir, A, B y yo tenemos gustos y pensamientos diferentes. Ellos disfrutan una carraca o una pierna de venado, yo soy vegetariano. Estamos bendecidos por el mismo cielo, pero montamos sobre nubes diferentes. Siempre es así.
Digo esto porque el otro día Pepe Constantino, en plan de broma, preguntó: “¿Cuántas amistades se habrán perdido ya en estas elecciones?”. Entiendo el sarcasmo de Pepe, entiendo el desborde tonto e inútil de las pasiones. A le va a Jaguares y Z le va al América, pero, igual que nosotros, A y Z han sido amigos de toda la vida y no por el desenlace de un partido cortan esos hilos de luz que tejen el bordado fino de la amistad. Sería una estupidez que por una elección y porque alguien de la palomilla le fuera a otro partido político diferente al mío yo perdiera su amistad. Esto de la política es tan irrelevante como un juego de fútbol.
Hay intentos (los hay, de veras) por polarizar las acciones, por empujar a alguien a la pasión desbordada y desconocer al otro. ¡Qué tonto! A, B y yo hemos sido amigos de toda la vida y lo seguiremos siendo hasta que Dios nos envíe a otra dimensión. ¿Perder la amistad porque tenemos preferencias políticas diferentes? Quienes piensan eso están tontos.
En cuanto terminaba la película B y yo salíamos de los Cines Comitán y Montebello e íbamos al restaurante del Hotel Internacional, pedíamos un sándwich y una malteada de fresa y seguíamos siendo tan amigos. Ahí A nos alcanzaba, después de dejar a la novia en su casa.
Lo que sucede en estos tiempos es lo mismo: ahora estamos viendo películas diferentes, pero cuando termine la exhibición nos reuniremos de nuevo y seguiremos siendo los amigos de siempre. ¿Separados por un color diferente? Tontos los que lo piensan, los que lo creen, los que lo alientan. Tontos los que lo permiten.