miércoles, 3 de junio de 2015

EL VÉRTIGO DE UN POETA, DE UNA CIUDAD



Sonia Conde Durán me invitó a ser presentador del libro de poesía “Comitán: vertiginoso amor”, del poeta Jorge Melgar Durán. Paso copia del textillo que leí la noche del 29 de mayo.


Buenas noches:
Una tarde, Jorge Melgar murió. Perdón, por iniciar así, pero es para decir que yo creo en la resurrección. No la resurrección física, pero sí la resurrección del espíritu. Porque, el intelecto está más cercano al espíritu que al físico.
Me sorprende la capacidad de los muertos para revivir en determinadas fechas o en determinados espacios. Los muertos no están muertos del todo. Sus cuerpos ya no están con nosotros, pero sus espíritus caminan como pichitos traviesos a mitad del parque, trepan a los árboles de jocote o cantan en tardes de lluvia.
¿Quién que es no tiene un muerto encaramado en su árbol de vida? Ahora mismo, puedo (gracias por el privilegio) convocarlos a un juego inocente: cierren tantito los ojos, tantito, no más de dos segundos y visualicen a uno de sus muertos más amados. ¿A quién tienen ahora en la mano de su corazón? ¿Al abuelo ya muerto? No sé, ustedes sí saben. Lo veo en sus rostros.
Porque un acto de resurrección es lo que vivimos esta noche. Vean cuántos hemos venido a esta sala del Centro Cultural Rosario Castellanos; hemos venido ante la convocatoria de la presentación de un libro póstumo.
El maestro Jorge Melgar Durán anduvo en esta sala, en vida, y ahora también, campante, anda revoloteando. El mural que está en el fondo, mural pintado por Mario Pinto, se realizó cuando él fue el Director de este centro; asimismo, los vitralitos que están en la pared, Jorge los mandó a hacer. Acá está su impronta, dúctil, tenue, infinita.
Y digo que creo en la resurrección porque cada día a cada instante el prodigio sucede. He visto tumbas olvidadas en el panteón, tumbas que tienen añísimos de estar como tumbas, sepultadas en sí mismas; pero, minutos después he visto cómo un arqueólogo se acerca y, con una escobetilla, retira el polvo y escribe el nombre del difunto en su bitácora de trabajo. Ese es un momento de resurrección. Cuando alguien se acerca al busto de fulano de tal y lee la placa con el nombre y la síntesis del hecho histórico, un acto de resurrección aparece. Ahora mismo ustedes han convocado el milagro, en sus mentes y en sus corazones está uno de sus muertos, el que les pedí que recordaran.
La memoria es nuestra principal aliada. Tal vez el muerto que ahora tienen en la mano de su corazón también resucita cada vez que su nombre asoma, en una plática, a la hora del café con pan o en el juego del bisnieto a mitad del patio.
Mi tía Romelia siempre que llego a verla y me sirve una taza de té, con voz de radio antiguo, dice: “En esa silla se sentaba tu tío cuando le servía su café”. Yo procuro no ver hacia esa esquina donde la silla está incólume, porque la primera vez que la tía me dijo lo que dice volví la mirada y puedo jurar que vi que la silla se movió tantito. Debió ser una corriente de aire, porque la resurrección física es imposible, pero, no lo sé, pudo ser que su resurrección espiritual fue tan intensa que alcanzó cierto peso.
Una tarde, Jorge Melgar murió, pero hoy, esta noche, resucita, resucita gracias a que ustedes acuden por la sola mención de su nombre.
Vinimos a escuchar su voz, a leerla, a imprimirla en nuestro espíritu. Acá está la mano generosa del poeta escribiendo sobre la pared del aire, lo hace para que recordemos que a cada instante la resurrección asoma.
“Comitán: vertiginoso amor” se llama el libro de poemas que él escribió y que hoy se da a luz pública; que hoy se entrega a todas las manos que, como árboles, extiendan sus ramas.
Si acudo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encuentro que vertiginoso es algo que causa vértigo; es decir, una turbación repentina y pasajera causada por una sensación de movimiento rotatorio. Hasta acá lo que el diccionario dice. Lo que el poeta dice es que Comitán es “un remolino de flores con vértebras de estrellas”. Sí, Comitán es un remolino, un movimiento circular que produce un vértigo dulce. Un cuerpo que condensa el cosmos. ¿Cómo no caer rendido ante ese influjo pasajero que luego se convierte en una pasión desmedida?
Me sorprende la capacidad de los muertos para hacerse más presentes en la ausencia. Acá está Jorge Melgar, acá está con su canasto lleno de vértigo, acá está con su carga de flores de tenocté.
Para que nadie dude acerca de lo que es su pasión, Melgar lo grita una y otra vez. Sus poemas están enhebrados en un chal único y lleno de luz y de color que se llama Comitán.
Como estamos en confianza puedo hacer una pregunta: ¿quién, hace quince días, tuvo en su mente el nombre de Jorge Melgar? Pocos, muy pocos. Pero ahora, quienes estamos acá o quienes vieron la invitación de este acto en las redes sociales lo recordaron. Hoy, Jorge Melgar resucita, sin necesidad de invocaciones especiales. Uno de los versos de un poema suyo dice “donde relincha el silencio”. ¿Escuchan? El poeta escuchaba el relincho del silencio. Donde la mayoría sólo escucha un vaporoso rumor, que es decir casi nada, Melgar escuchaba un relincho. Era el relincho de las palabras que en tropel se le asomaban a mitad de la noche, que trepaban por el balcón de su cuarto para atraparlo como se atrapan los cardúmenes a mitad del fondo del mar.
Una tarde, Jorge Melgar murió, pero ahora su voz la tienen en sus manos y pronto en la espiral de sus ojos y pronto en la ceiba de su corazón. Jorge no resucitó a los tres días. Él resucita a la hora que deseamos, en la esquina donde nos paramos, en la mesa donde bebemos café con pan o bebemos una cerveza con caldo de mollejas como botana. Él resucitará de acá a la eternidad cada vez que alguien abra este modesto, pero enormísimo libro. Que Jorge viva por siempre, ceiba de mil aires, de mil atardeceres.