viernes, 17 de julio de 2015

EN EL NOMBRE DE GABO



Los compañeros preguntaron: ¿Qué nombre llevará nuestra generación?”. Brincaron cuatro o cinco nombres de escritores, un chiapaneco se coló entre ellos. Al final decidimos que se llamara Generación “Juan Rulfo”. Durante cuatro años y medio habíamos cursado la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la UNACH. De trece compañeros iniciales concluimos sólo cuatro: Gustavo, Marisa, Alejandra y yo. ¿Llegamos a la facultad porque alguien nos dijo que ahí vivía un tal Pedro Páramo? O ¿llegamos porque, en ese tiempo, la facultad era como un páramo? ¿Elegimos el nombre de Juan Rulfo porque el tiempo de estudio fue como caminar en un “Llano en llamas”?
Una mañana acudí a la ceremonia de clausura de cursos del Cbtis 108, en representación del Presidente Municipal. Llamo mi atención el hecho de que alumnos de un tecnológico industrial hubiesen decidido que la generación llevara el nombre de un escritor: Gabriel García Márquez. ¿La técnica y la literatura unidas? Esta generación logró el ideal educativo: que el individuo conjunte la ciencia con el humanismo. Tal decisión no es producto de la casualidad, los Cbtis participan, cada año, en Encuentros Nacionales de Arte y Cultura.
Al término de mi bachillerato (en 1974) estudié en la Facultad de Ingeniería, de la UNAM. El maestro de Electricidad I, destinaba los diez minutos últimos de la cátedra a leernos fragmentos de novelas. El primer día (para los despistados) explicó la intención de tal insólito comportamiento: que los ingenieros mexicanos no sólo dominaran la técnica sino también el espíritu. Dios bendiga a estos maestros que son como cimas de montañas.
La ceremonia del Cbtis 108 se realizó en el patio central, bajo el domo. A las diez de la mañana, el patio estaba lleno de papás, mamás, padrinos, madrinas, abuelos y hermanos de los graduandos. Ellos: ¡apuestos!, y ellas: ¡bellísimas!, con vestidos que parecían tejidos con hilos de aire, aire azul, aire verde, aire amarillo. Y digo amarillo porque cuatro bandas de tela pendían de la estructura metálica del domo, y una de estas bandas era de color amarillo, el color de las mariposas que vuelan los cielos de Macondo, la mítica tierra de Gabo.
El nombre del escritor presidía el acto. La XXXVIII generación se llamó Gabriel García Márquez, y su nombre y su obra literaria, como mariposas amarillas, revolotearon en el patio central de la escuela. La palabra de Gabo también voló a la hora que Valeria Monserrat Torres Guillén, en nombre de todos sus compañeros egresados, habló y habló bien. Habló tan bien que nos legó un tesoro. Valeria, muchacha bonita, contó que su abuelo y su padre siempre la alientan con la práctica de las Tres C. Cualquier empresa que se emprenda debe hacerse con Constancia, con Congruencia y con el Corazón. ¡Ah, qué mensaje tan lleno de aire, tan de vuelo de garza!
Nuestra generación de literatura casi exigía el nombre de un escritor, de un narrador o de un poeta. Decidimos que el nombre de Juan Rulfo fuera como el faro para el camino incierto que siempre acompaña a las personas que concluyen una etapa e inician otra. Ahora, estos muchachos bachilleres técnicos decidieron que su generación llevara el nombre de Gabo, autor de “El amor en los tiempos del cólera” y de “Memoria de mis putas tristes”, entre otras famosas obras.
Es un suceso normal que estudiantes de literatura designen a su generación con el nombre de un escritor, pero no es común que lo hagan estudiantes de un centro tecnológico. La vocación de estos últimos pareciera estar encaminada a las huellas del acta de nacimiento de un científico, de un Stephen Hawking, por ejemplo.
Las bandas de tela se movían de un lado para otro, parecían velas de barcos a punto de soltar amarras y dirigirse a alta mar. Eran cuatro bandas: dos blancas, una azul y la amarilla. Una de las bandas blancas, la que tenía más cercana, era como la huella etérea de Remedios, la bella; la mujer que ascendió en medio del aire. Y la banda amarrilla se movía como si fuese una réplica de la Vía Láctea, como si todas las mariposas amarillas fueran una yunta y caminaran juntas en busca de un destino. ¿Quién puede signar el destino de los muchachos que ayer abandonaron su escuela? ¿Estaba entre ellos el descubridor el misterio del universo? ¿Alguna de ellas será la que construya un puente que llegue hasta la luna? ¿Será que uno de ellos decidirá botar la ingeniería y, como Jorge Ibargüengoitia, dejar atrás la ciencia y convertirse en un escritor que dé luz a la patria? ¿La niña bonita que obtuvo el Primer Premio de Cuento, a nivel estatal, seguirá escribiendo?
Fue una mañana llena de mariposas amarillas. Fue una mañana plena, día en que las muchachas bonitas sonrieron mientras sus papás y mamás les daban un ramo de flores; fue una mañana en que los muchachos recibieron un abrazo. Las flores y los abrazos son buenos amuletos para el camino incierto; también es un buen amuleto el vuelo leve de una mariposa, de una mariposa amarilla. ¿Qué conjuro debe hacerse para invocar Cien Años de Felicidad?