viernes, 24 de julio de 2015

JUEGO DE IMAGINACIÓN




“Tía, tía, llévame al parque”, dijo Sonia, saltando de un lado a otro. Su tía Aurora preparaba la harina para hacer unas galletas. Ya tenía prendido el horno y una bandeja. Sonia insistió, jalándola del mandil. La tía precisó: “¿Quieres galletas o ir al parque?”. La niña, por supuesto, dijo que quería las dos cosas, brincó y dijo: “Galletas y parque” y luego, muy seria, dijo que podían hacer las dos cosas: vamos un rato al parque y luego venimos a terminar las galletas. Lo dijo como si ella estuviese ayudando a hacerlas.
Bueno, dijo Aurora, se quitó el mandil, fue al cuarto y sacó un suéter para la niña. Está bien, dijo. Vamos al parque. Bastó que caminaran dos cuadras para llegar al parque de San Sebastián. En cuanto llegaron, Sonia corrió por donde se ponen los vendedores de raspados y de salvadillos con temperante. Espera, espera, dijo Aurora y fue detrás de ella. Sonia llegó frente al templo, levantó la vista y dijo: “Mira, tía, mira”. Aurora vio: dos ayudantes de albañil, encaramados en sendas escaleras, raspaban la pared de la fachada. Aurora pensó: ¡vaya, por fin, le darán su manita de gato!
Sonia dijo: “¿Por qué no tienen cabeza esos señores?”. Aurora explicó que las imágenes de yeso, adentro de nichos, no tenían cabeza porque alguien las había quitado. “¿Por qué?”. No sé, dijo la tía. Tal vez fue en tiempos de Los Mapaches y explicó a Sonia (quien, con los brazos cruzados, seguía viendo el nicho donde estaba la imagen sin cabeza), que Los Mapaches eran personas que combatieron en época de la revolución y hacían desmanes por todas las ciudades. Aurora explicó que doña Nelita le contó que ella era niña cuando llegaron Los Mapaches a Comitán y que su mamá metía a todas las niñas en el fondo del fogón de la casa para que los alzados no las hallaran.
“¿Y por qué no les ponen cabeza de nuevo?”. No sé, dijo Aurora, debe ser porque las autoridades no lo permiten. “¡Qué tontas las autoridades!”, dijo Sonia. “¿Jugamos, tía?”. ¿A qué, niña?, preguntó Aurora. “A ponerles cabezas a esas estatuas”. Y Sonia le pidió a su tía que cerrara los ojos y que imaginara a un animal. “¿Cuál?” ¡Mapache!, dijo Aurora, ya instalada en el juego. Y Sonia le pidió que describiera al animal. “¿Cómo es? ¿Tiene bigotes?”, y Aurora dijo que el mapache tenía como un antifaz en la cara. “¿Cómo?”. Como si fuera un pirata con dos parches. “Ah, qué bonito. ¿Y qué más?”. Bueno, tiene una cola como de gato, con rayas negras y grises. “¿Cómo?”. Ah, es como una bufanda para un gatito en invierno. “¿Y el gatito se calienta?”. Sí, ya queda calientito, como si estuviese en brazos de su mamá. “¡Sí, tía, le pongamos cara de mapache a esa estatua!”. Y Aurora dijo que sí y logró ver, así con los ojos cerrados, cómo, en lugar del vacío, la imagen tenía una cara de mapache. Pero apenas estaba viendo cómo el mapache movía su nariz húmeda, como de aceituna negra, cuando abrió los ojos y se persignó y pidió perdón a Dios por la irreverencia. “¿Qué pasó?”, preguntó Sonia. Nada, nada, hijita, me acordé que debemos regresar a casa para hacer las galletas. “Sí, sí, vamos a hacer las galletas”. Sonia tomó de la mano a Aurora y la apresuró. En el trayecto, Sonia besó la mano de su tía y le dijo que era muy buena. “¿Verdad que se veía bien bonito el señor con cara de mapache?”. Aurora dijo que sí. Y se apuraron porque Aurora dudó si había apagado el horno.