domingo, 26 de julio de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DE UN TIEMPO EN QUE RAMBO NO EXISTÍA



La fotografía es sencilla, con pocos elementos. El niño que sostiene una metralleta ¡soy yo! ¿De veras? Pero si Alejandro es un poco lo que Cortázar decía de su nacimiento: “un nacimiento sumamente bélico que dio origen a uno de los hombres más pacifistas que ha conocido la humanidad”. Y es que, todo mundo lo sabe, Julio Cortázar nació en medio de la pólvora, lanzada por el inicio de la Primera Guerra Mundial. Alejandro nació en un tiempo plácido, en un mediodía lleno de sol y alejado de bombardeos y de trincheras. ¿Por qué entonces, este niño sostiene una metralleta en las manos y apunta al tipo que le toma la fotografía? Alejandro parece haber descubierto a un enemigo y le apunta. Tal vez segundos antes le dijo: “¡Alto ahí!” y el fotógrafo alcanzó a tomar la fotografía, pero nada más hizo. Tal vez, después de este instante (congelado para siempre), el fotógrafo se agachó, dejó la cámara sobre el piso, se paró y levantó las manos, porque el niño de la metralleta le ordenó: “¡Manos arriba!”.
Los vencidos debían levantar las manos, a la altura de la cabeza. Mostrar las palmas al frente, mostrarlas para indicar que nada llevan, que están vacías. Bastaba la indicación: “¡Manos arriba!”. Era como un código de ética.
Si me fijo en la foto veo que es un montaje. ¡No puedo estar vestido así, en medio de la batalla! Mi pantalón está limpio, limpia mi camisa, limpio mi rostro. Tal vez es una fotografía que captura el instante previo en que saldré de la casa para recibir los vítores del pueblo. Sí, ¡eso es! El pueblo me espera en las calles, ha llenado de banderitas mexicanas todas las fachadas de las casas. Las personas están en los balcones y en las banquetas, levantan las manos, esperan el momento en que Alejandro pasará por en medio, sobre un jeep descapotable, recibiendo la bendición de la gloria a su regreso de la guerra. Alejandro ¡es un héroe! En el instante en que el ejército enemigo (¿eran alemanes?) asaltó el campamento y todos los soldados mexicanos soltaron las armas y levantaron las manos en señal de rendición, el niño (casi el niño héroe) se tiró al piso, pasó, como topo, por debajo de la manta y, en un movimiento de compás, con su brazo izquierdo tomó al general por detrás, le puso la metralleta en la sien derecha y le dijo: “¡Ríndase!”. La acción fue tan rápida que los soldados enemigos nada hicieron. El general, lleno de sudor, con voz de ganso, ordenó a sus soldados: “¡Suelten sus armas!”. Mis compañeros bajaron sus brazos, tomaron sus armas y apresaron a los soldados enemigos. Fue el momento de mayor gloria para el ejército mexicano. Si ahora la historia no lo consiga, si ahora la historia sólo honra la batalla de Puebla y enaltece el nombre de Ignacio Zaragoza es porque, todo mundo lo ha dicho, este pueblo no tiene memoria. Comitán tampoco conmemora ese día, ya nadie recuerda. Pero acá está la fotografía que congela ese instante, la tarde en que un hombre pacifista debió tomar la metralleta en sus manos para salvar la honra de su patria.