miércoles, 15 de julio de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE PARÍS ASOMA LA NARIZ
Ernest Hemingway escribió un libro que se llama “París era una fiesta”. Los que conocen esa ciudad aseguran que ¡sigue siendo una fiesta!
¿Cuál es la parte de la cara más prominente? Algunos dicen que la oreja. Hay gente que tiene orejas de ratón o de conejo. Algunos otros afirman que es la nariz. Sí, las dos partes más visibles son la nariz y las orejas. Aunque, claro, hay algunos que tienen los ojos saltones, que son bien ojones, casi casi ojetes mayores.
París es una ciudad narigona. Lo primero que asoma en el horizonte es la Torre Eiffel, que es como la nariz de esa ciudad, una nariz postiza que, al principio, los franceses le hicieron el fuchi y que ahora la cuidan como la niña de sus mocos.
A veces, por esos prodigios de la vida, un balcón regala una imagen insólita: ¡la Torre al lado de una olla de Canalum! ¿Dónde es Canalum? Es una modesta ranchería cercana a Comitán, donde no hacen torres como la Eiffel, pero sí hacen ollas de barro, panzudas, que parecen soles.
Y acá, por ese prodigio ya manifiesto, la nariz de la torre aparece al lado de la oreja que es como una prima de la oreja que aparece en los juegos de pelota de los mayas. Porque (no podía ser de otra manera) las asas de las ollas de barro de estas regiones tienen un carácter que es herencia de nuestra cultura.
¡Ah, el París de Hemingway, de Joyce, de Ezra Pound y de ese escritor llamado Scott Fitzgerald, autor de “El gran Gatsby”, novela que es como el Sena, llena de reflejos! ¡Ah, París!, ciudad que se derrama como si el universo fuera un simple tapete bordado de flores. ¡Ah, Canalum!, poblado, hijo del chal, donde las mujeres moldean el barro. Lo hacen sin tener un horno. Queman las piezas al aire libre. Por eso, cuando llueve las ollas quedan sin cocer, sin adquirir la luz para conservar el agua. Porque estas ollas, ollas grandes, panzudas, bien galanas, se colocan en los patios y sirven para reunir el agua, tanto la que se usa para lavar los trastos, como la que, en pequeños recipientes, se pone a hervir para el consumo humano.
¡Ah, que feliz alianza! La de famosa torre con la sencilla olla. Nariz y oreja. ¿Quién se deja? Oreja y nariz. ¿Te pico el tutís? ¡Oui, oui!
¡Ah, el París de Cortázar, el de Brigitte Bardot; el de Marcel Marceau, el mimo que tenía palomas en las manos! ¡Ah, el Canalum de Juana, el de doña Rosa, la artesana que, igual que Marcel, tiene palomas en las manos y vuela por encima de los cielos del barro para hacer llover luz, mucha luz!
Este balcón es como un atelier donde un pintor (una pintora) pinta un cuadro al óleo y pinta la torre de París, la nariz de esa ciudad. Ah, qué ciudad tan narigona, más que francesa pareciera tener un perfil griego. Porque, todo mundo lo sabe, Grecia no sólo tiene problemas económicos, también tiene a los hombres más bellos del mundo. Las mujeres de Canalum aspiran a lograr la perfección del cuerpo griego y, como los griegos modelaron el mármol, así, ellas modelan el barro, con pasión y delicadeza, como si el agua no fuese de un simple riachuelo sino fuese agua del Sena y el barro no fuera un barro modesto sino mármol hecho masa, hecho moco de la nariz de París.
El comiteco camina por las banquetas con laja y mira el atelier y descubre, al lado de una olla de barro, la torre de París. Ah, qué alianza tan francesa, tan comiteca, tan llena de luz y de sol.