sábado, 5 de septiembre de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE LA PATRIA




Querida Mariana: septiembre es un mes limpio. Tal vez el más limpio del año. Claro, cuando las fiestas patrias asoman, el cielo se llena de humo por los cohetes y los fuegos de artificio. ¡Ah!, cómo se torna gris lo que pretende ser pulcro, pero no nos molesta, porque sabemos que nuestro pueblo mexicano alborota su emoción con el tronido de cohetes. A muchas personas les hierve el buche cuando los vecinos alimentan su espíritu patrio con la quema de triques y cohetes. Dicen que los “quemacohetes” son inconscientes porque los animalitos sufren mucho ante tal desenfreno. Es cierto, el mes más limpio lo contaminamos, contaminamos sus cielos con humo y sus suelos con vómitos de borrachos. Quién sabe qué asociación misteriosa corre por nuestras venas al creer que el nombre de México tiene una red de vasos comunicantes conectada con el tequila y el mezcal.
La tía Enedina tenía palomas en su casa. Siempre que iba me gustaba correr detrás de las palomas y ver cómo alzaban el vuelo en parvada. Se paraban en el borde del tejado y me miraban desde su altura. Siempre tuve la impresión de que ellas se burlaban de mí, yo no tenía alas. Una tarde de septiembre encontré a la tía sentada debajo de un árbol de durazno, bordaba un trozo de tela. Me dijo que estaba tejiendo un traje para Elpidio. Sonrió y luego explicó que Elpidio era el palomo que estaba, en ese momento, caminando alrededor de la fuente del patio. El traje tenía broches en la parte de abajo y dos huecos para que las alas pudieran quedar libres para el vuelo. Me causó curiosidad. Le pedí a la tía que me permitiera ver el proceso, que no le pusiera el traje al palomo sin que yo lo viera. La tía hizo mi gusto: una tarde llamó por teléfono a la casa y dijo que yo fuera, que tenía pay de manzana. Cuando llegué a su casa cogió a Elpidio con ambas manos (era sorprendente ver cómo las palomas obedecían a sus indicaciones, bastaba ponerles un poco de maíz para que volaran hasta la palma de la mano de la tía). Elpidio se dejó colocar el suéter, que era una manta blanca bordada con los tres colores de la patria. Elpidio quedó en posición de firmes y esperó que la tía, con ambas manos, lo impulsara hacia el cielo, Elpidio voló, un poco titubeante. Era comprensible, el traje tenía cierto peso; por eso, la tía lo hacía con manta delgada, para que fuera lo más liviano posible. Apenas Elpidio aleteó y voló hacia el pretil de la fuente, la tía, emocionada, dijo: “Ahí va la patria” y señaló con su dedo índice.
¿La patria es esa profusión de banderas y el desborde de gritos de ¡Viva México!? Por supuesto que no, la patria es algo más que el sombrero de palma y la botella de licor. La patria está más allá de esta temporada en donde la radiodifusora que, durante todo el año trasmite música en inglés, destina una hora para poner música de mariachi. La patria es más que un plato de pozole estilo Jalisco; es más que un contingente desfilando; más que la mención de Hidalgo y demás héroes. ¿Qué es la patria?
Para nombrar a la patria usamos ¡la palabra!, y en esta temporada le agregamos ¡el grito! No basta decir: ¡Viva México!, hay que adicionarle el ¡cabrones!, como si fuese necesaria esta imprecación para dejar en claro que como México no hay dos. ¿Qué necedad de repetir lo obvio? Es lógico que como México no hay dos, así como no hay dos Francia ni dos Italia. Una amiga regresó de Estados Unidos de Norteamérica hace poco y me dijo que aquel país tiene un gran desarrollo, y noté en su cara que me decía un poco que el nuestro está medio jodido, mas luego agregó: “Pero acá hacemos muchas fiestas, allá son muy aguados”, y entonces imaginé a nuestra nación como una mujer arreglada para el festejo de la Independencia y la imaginé con sus trenzas amarradas con listones tricolores y vi a hombres y mujeres llenando las plazas, caminando por calles llenas de luz, donde, a los lados, están los cazos llenos de aceite con las chalupas poblanas (que son muy diferentes a las nuestras). Y vi a las parejas caminando abrazados, a los papás llevando a sus hijos de caballito, encima de sus hombros. ¡Ah, qué galanura de festejo! Celebramos nuestra independencia y nos enorgullecemos de ser mexicanos; por ello, millones de aficionados, cuando la selección de fútbol gana, salen a las calles a aturdirse con los cláxones de los autos y con el sonido agudo de las trompetas de plástico.
La noche del quince, ¡damos el grito! La gente responde a la convocatoria de reunirse en la plaza central de los pueblos para bailar, escuchar la participación de cantantes de música ranchera y para corear el ¡Viva México! que encabeza la autoridad del pueblo, del estado o de la nación. Grupos de ciudadanos críticos, molestos con la actuación de las autoridades, invitan a no acudir a las plazas centrales, “Los dejemos solos con su grito”, dicen, pero el pueblo no hace caso. En la noche del grito las plazas se llenan. ¿Por qué? Muy sencillo. La noche del grito no es exclusividad de los gobernantes, esa noche es propiedad del pueblo, del que se siente orgulloso de su patria. ¿Por qué damos el grito? ¡Ah!, eso sí ya es materia de sociólogos expertos. ¿Cuándo el hombre grita? Por lo regular el grito aparece en un momento sublime, que puede ser de alegría o de dolor, es la válvula de escape, lo que permite la catarsis. Es (perdón por la comparación tan burda, mi niña), es un poco como el vómito del espíritu. Si la gente no grita queda frustrada. Los amigos que son aficionados al fútbol me explican que cuando su delantero favorito mete un gol el grito que se expande en el estadio no es más que la válvula que ayuda a sacar todo lo acumulado, no sólo por la tensión del partido sino toda la basura interna que es el residuo del trabajo, de la escuela, de la rutina, de la incomprensión y de la frustración. Rocío coincide con la teoría de mis amigos futbolistas, me cuenta que tuvo un amante inexperto. El pobre compa jamás logró anotar un gol y ella terminaba frustrada, con el disgusto del aficionado que asiste a un encuentro que termina cero a cero. El acto amoroso también exige el grito liberador.
Niña mía, la Historia (con mayúscula) da cuenta de naciones que son dictaduras y que son como mamás impositivas que siempre les dicen a sus hijos: “¡A mí no me gritas!”, y, por supuesto, lo dicen con un grito y con una cachiporra en la mano. En las democracias, los gritos están exentos de cadenas. Los hombres y mujeres pueden gritar, pueden vomitar sus rencores, sus frustraciones y sus esperanzas.
He de ser sincero. No acudo al Grito, no voy a la plaza central. Vos sabés que siempre me acuesto temprano. A las once de la noche, hora en que la plaza está llena de personas que gritan, yo duermo. A veces, despierto y escucho el rebumbio de los cohetes y triques; en medio de la niebla de mi sueño oigo los gritos de ¡Viva México!
Una vez, sólo una vez, fui al zócalo de la ciudad de México, a celebrar El Grito. Bueno, no fui, me llevaron, mis tíos y mi mamá, yo era un niño de seis o siete años de edad. Mi tío, cariñoso, me subió a sus hombros y desde ahí yo vi la multitud con banderitas, trompetas y silbatos. Los edificios circundantes tenían imágenes luminosas, ahí estaban las siluetas de Hidalgo, de Morelos y de doña Josefa. Todo era una sinfonía de color, matizado con el murmullo agobiante de miles de personas. Mi mamá me compró un antifaz. Cuando los fuegos de artificio comenzaron yo elevé la mirada y vi, emocionado, ese despliegue de color que era como la cola de un pavo real que se deshacía en mil luces de bengala. De pronto sentí un piquete en el ojo: “Mi ojo”, grité y dos segundos después apareció el grito de mi mamá: “¡Se quemó su ojo!”. Me llevé la mano al ojo, pero el antifaz estaba ahí. Mi tío me bajó de inmediato, me quitó el antifaz y abrió mi ojo. ¿Qué vio? ¿Qué podía ver en medio de esa penumbra sólo iluminada por el reflejo de mil destellos en el cielo? Me ordenó que abriera el ojo y sopló. ¡Parpadea!, dijo y yo lo hice. Ya nada sentía. Nada tenía, nada había pasado. La explicación posterior, ya cuando íbamos en el auto rumbo a la casa de mi tío, fue que el antifaz había rozado mi ojo. Pero hubo un instante en que mi mamá pensó que un rescoldo de fuego me había dejado ciego. A mí no me sucedió algo, pero sé de personas que, en medio de la multitud, han sufrido accidentes con consecuencias fatales. Hay niños que se queman las manos a la hora que lanzan los triques a mitad del patio; hay otros que sufren una herida en el cuero cabelludo cuando les cae una vara de cohete.

Posdata: procuro no gritar, pero cuando algo me molesta ¡lo hago! ¿Qué celebra la gente cuando acude al Grito? ¿Por qué gritan las personas al ritmo de matracas? ¿Son gritos de alegría, de dolor, de coraje? No me gustan los gritos. Es preferible la palabra mesurada, la que suena como un riachuelo de agua limpia. Septiembre es el mes más límpido. A veces lo ensuciamos con tanta cohetería, con tanto barullo, con tanto sentimiento patriótico, pero ¡que Viva México, cabrones!