viernes, 18 de septiembre de 2015

VIENTO CON POLVO




Una palabra puede activar mil imágenes. Siempre me pasa así. Cuando estaba en la primaria, cuando el maestro nos leía un texto histórico bastaba una palabra para que yo perdiera el hilo de la narración y me fuera por la libre, por otros caminos que, a veces, me catapultaban a mundos irreales. Uf, era penoso bajar a la realidad a la hora que el maestro me daba un zape en la cabeza y los compañeros reían.
Ayer en la mañana algo similar sucedió. Muy temprano, estaba en la universidad cuando escuché una llamada en mi celular: ¡era Geny Cifuentes! Apenas saludó y soltó lo que tenía trabado en la garganta: “¡Murió Laco!”, dijo. Yo alcancé a decir qué pena, antes de colgar, y entonces, como si el teléfono tuviese una interferencia u otra llamada se intercalara, escuché: “¡Viento, viento, viento!” Colgué y entonces todo fue Laco, un viento llamado Laco.
En el patio de la escuela caminaban los estudiantes, ellas con las libretas cubriéndose los pechos, ellos con la mochila en la espalda. Adentro de la oficina el Viento Laco trepó en los archivadores y, con la elocuencia que siempre lo caracterizó, gritó: “Sí, yo también soy jolote”. Estas palabras las dijo una tarde que, en San Cristóbal, dio una conferencia. Manolo Nucamendi, Marcos Puig y yo habíamos viajado especialmente desde Comitán para oír la voz de Laco. Todo había sido como cuando uno está de juerga y decide seguir la pachanga en Puerto Arista. En la mañana de ese día, Manolo dijo que Laco estaría en San Cristóbal, en la Casa de la Cultura, y disertaría una conferencia acerca de la literatura chiapaneca. “¡Vonós!”, propuso Manolo y nosotros dijimos ¡Sí! Al salir del Colegio (lugar donde laborábamos), a las dos de la tarde, subimos a la camioneta de Manolo y a las tres y media ya comíamos en el Tuluk (palabra que, ¡oh, coincidencia!, significa guajolote). ¿De qué año hablo? Hablo de un año del siglo pasado, de cuando no había tantos topes en la carretera Comitán – San Cristóbal y los únicos bloqueos eran los que veíamos por televisión, donde los defensas de Los Patriotas impedían el avance de Los Empacadores de Green Bay.
Al término de su conferencia que, como siempre, estuvo salpicada de conocimiento y de chascarrillos que la audiencia celebró con carcajadas, los tres nos acercamos a saludarlo. Él platicaba con dos muchachas, al vernos movió los brazos (como guajolote, perdón) en señal de que éramos bien recibidos en ese círculo. Nos acercamos y él, como si continuara la conferencia, siguió desparramando conocimiento y chanzas. Cuando hizo una pausa, Manolo dijo que éramos comitecos y entonces él se carcajeó y dijo lo que ya dije líneas arriba: “Sí, yo también soy jolote”. En Comitán, los Zepeda tienen el apodo de jolote, aféresis de guajolote. Don Pepe Zepeda es don Pepe Jolote; por lo tanto, don Eraclio Zepeda era, por decisión propia, don Laco Jolote.
Supe, entonces, que él era un personaje más de la literatura. Así como él creó don Chico que vuela, esa tarde estábamos presenciando el nacimiento (aún jolotío con plumas tenues) de don Laco Jolote. Y pensé que el mundo de los cuentos infantiles se renovaba, porque, ¡ah, qué maravilla!, cuántos cuentos podrían escribirse con ese personaje que era inmenso, con gran tzijnij y argüendero (como son todos los guajolotes en las granjas). Y él, Laco jolote, reía y su panza se movía como una gelatina enorme, como panza de sapo. Y ya sabiendo que era personaje de literatura infantil pensé que también podía ser de literatura erótica, porque el Comitán de los jolotes, también es el Comitán del Cotz; cotz es un vocablo tojolabal que significa jolote, pero también alude al acto sexual y entonces el cándido personaje de don Laco Jolote se convirtió en don Laco Cotz y, para evitar la duplicidad de la sílaba co, el personaje se convirtió en Lacotz, ¡ah, qué bendición!, y digo qué bendición porque esta palabra sonaba como Lacoste, y esta palabra, todo mundo lo sabe, es el nombre de una empresa que tiene un cocodrilo como logotipo, y así fue cómo, en medio del aire gélido de San Cristóbal, don Laco Jolote se convirtió en don Lacocodrilo y entonces lo vi, en medio de ese círculo de muchachas bonitas y de nosotros, barracos ya mayorcitos, abrir su buche de jolote, abrirlo con la fuerza de las mandíbulas de un cocodrilo y lo vi, como tronco viejo, flotar por encima de las aguas del Grijalva. Y supe que ese personaje daba para muchos personajes más y para mil cuentos, pero, viéndolo así, con su abanico de plumas y sus fauces con dientes de bisturí, pensé en quién escribiría esos cuentos y supe que no lo haría él. Ah, qué pena. No lo haría, porque le miré horma como de que ya se había cansado de contar cuentitos y acometería, como si fuese un elefante memorioso, la aventura de escribir cuatro novelas que aludieran a los elementos: agua, tierra, fuego y aire (¡viento!, ¡viento!).
Entonces regresé al día jueves diecisiete de septiembre de dos mil quince, regresé a la universidad y miré a los muchachos que, con paso rápido, porque ya se les había hecho tarde, se dirigían a las aulas. Todo parecía normal, pero no era así, porque Eugenio había dicho: “¡Murió Laco!”. Laco jolote, Laco cotz, Lacocodrilo, Laco fuego, Laco tierra, Laco agua, Laco viento, ¡viento! Me di un zape, entré al salón y comencé a dar mi clase. ¿Se valía leer un cuento de Laco?