domingo, 20 de septiembre de 2015
CARTA A MARIANA, DONDE SE VE QUE EL ORDEN DE LOS FACTORES…
Querida Mariana: Todos los maestros de matemáticas sentencian: “El orden de los factores no altera el producto”. ¡Ah, bendita ley matemática! Dos más tres es igual que tres más dos. Por desgracia, esta ley no puede aplicarse en otras disciplinas. A manera de chanza no puede decirse que el marcador América 3 – Guadalajara 0 es igual al marcador Guadalajara 3 – América 0; ni tampoco puede decirse que si un kilo de azúcar vale veinte pesos, veinte kilos de azúcar vale uno. La matemática es simpática, porque, en efecto, el orden de sus factores no altera el producto; aunque parece que esa ley tampoco es de aplicación general en el universo de la matemática, porque si el factor cero se coloca a la derecha tiene un valor diferente al que está colocado a la izquierda. De hecho, mi Paty, cuando está enojadita, me dice que valgo un cero a la izquierda; es decir ¡nada!; ah, pero cuando está contenta, entonces me siento como un cero a la derecha, y es que el cero a la derecha sí tiene un gran valor y en la medida que está más a la derecha más valor tiene. Si a mí me hubiese tocado ser un cero en la vida me gustaría ser, cuando menos, el cero que convierte una cifra millonaria en una cifra billonaria. Ser cero de millón es de más categoría que ser cero de diez.
Acá, en esta fotografía vemos que en ortografía el orden de las letras sí altera el producto. El ignorante podrá decir que es lo mismo, pero el sabio dirá que no es lo mismo. ¿Qué dice este letrero? Pues dice lo mismo que el letrero “Se vende teja de barro”, pero, sólo para rimar, digo que no es lo mimo bacín que jarro; el primero sirve para recoger los orines, el segundo, ¡ah, qué diferencia!, sirve para servir el cafecito caliente. Lo mismo se aplica en el lenguaje. La oración que aparece en el letrero que está al lado de un medidor de consumo de energía eléctrica es como bacín. Uno entiende que el redactor es un individuo que no concluyó su educación primaria. Pintó el anuncio para decir que vende teja de barro, lo hizo de manera improvisada, porque aún se pueden ver los trazos hechos en lápiz. Esos trazos le sirvieron como líneas guía para que las letras no se le fueran chuecas y para que lograra cierta simetría. Un experto en lenguaje diría que este mensaje produce prurito en sus dos acepciones: en el deseo de que las cosas tiendan a la excelencia, y en el picor que aparece en todo el cuerpo y en el espíritu. Los ignorantes no comprenderán que este tipo de anuncios públicos son como orines y dan ganas de vomitar. Pero, uno entiende este país, en donde todo es como un remiendo, como la pared ya escarapelada, como esos pedazos de tejamanil en donde está colocado el medidor. ¡Dios mío! ¡Ya quisiera ver en una ciudad de país desarrollado una base para medidor como ésta!
Por eso, a veces me topo con amigos que no les da prurito leer este tipo de anuncios, dicen que si se entiende todo va bien. Yo siempre digo que una ortografía más o menos recta (que eso significa orto) nos ayuda a vivir mejor. No imagino vivir una vida en donde los factores del lenguaje no alteren el producto. No puedo imaginar una vida con b de burro (bida).
¿Ya viste mi niña esa e estilizada con cuatro líneas horizontales? ¿Es válido modificar la grafía de las letras? ¿Es válido escribir Q para abreviar la palabra qué?
El maestro Rey siempre decía que el lenguaje es la vestimenta de nuestro espíritu. Parece que lo hemos olvidado, ahora, medio mundo insiste en vestir de manera casual (y eso está bien), pero lo que no se vale es vestir nuestro espíritu con andrajos, porque, en la vestimenta, tampoco tiene cabida el apotegma de que el orden de los factores no altera el producto. En tratándose de vestimenta no es posible ponerse la trusa por encima del pantalón ni la pantaleta por encima del vestido. Y cuando alguien escribe de manera tan alevosa como el individuo que escribió el letrero de esta foto es como si insistiera en ponerse el calcetín encima del zapato.
En materia de lenguaje hay normas que diferencian los jarros de los simples bacines. Conservemos en nuestro espíritu los aromas del café y botemos los tufos del orín. Bueno, es lo que digo. No sé qué pensés al respecto, mi niña bonita.