lunes, 21 de septiembre de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON PUPITRES




¡No! Los pedagogos actuales no avalarían este tipo de pupitres, aducirían que no es lo más conveniente para realizar técnicas grupales. Hoy están de moda los foros. Los alumnos mueven sus sillas de uno a otro lado. ¡Dios mío, estos pupitres no se movían ni con un temblor de 6.2! Hoy están de moda las sillas ergonómicas y blanditas. Estos pupitres eran duros, tanto que a veces se cumplía la sentencia y se nos borraba la raya donde la espalda termina su honroso nombre. Era una madera dura, pero permitía que la espalda estuviese derecha. ¿No es acaso esto una recomendación sana? Ahora, los usuarios se desparraman sin clemencia en las sillas ergonómicas y hacen que sus columnas queden como varillas dobladas.
Los pedagogos actuales no saben que estos pupitres, de paleta generosa, eran herramientas fundamentales para el desarrollo intelectual. No saben que propiciaban y alentaban el perfeccionamiento de la imaginación.
¿Qué les queda hoy a los niños que están con los videojuegos tarde y noche? ¿Qué les queda cuando la paleta de su silla ergonómica es apenas un pequeño territorio? Nosotros, los usuarios de estos hermosos pupitres, tuvimos una gran campiña para cabalgar sobre el potro de la imaginación.
Cada alumno tenía su pupitre, pero se pegaba al lado del otro, lo que permitía una cercanía con el amigo consentido, pero delimitaba los propios espacios. Acá se ven pupitres con las bocas abiertas al frente, para guardar los útiles. Los que nosotros usamos en los años 60s tenían la boca cerrada y la abríamos mediante un par de bisagras colocadas en la parte superior. ¿Ya vieron ese canal que está en la parte de arriba? Ah, ese canal era el espacio para colocar lápices, borradores, reglas y demás chunches necesarios. En ese canal, por ejemplo, los aficionados al soccer colocaban los balones hechos con plastilina, pequeñas bolitas que podían manipularse con los dedos. Mientras el maestro dictaba la fórmula para encontrar el volumen de una esfera, nosotros, niños listos, poníamos en práctica la fórmula para hacer una esfera con plastilina de color azul. Asimismo, a la hora que el maestro dictaba la fórmula para hallar el volumen de un cilindro, nosotros hacíamos el cilindro que serviría como poste de una portería. Ah, era un prodigio armar la portería (que se paraba al lado del canal de los chunches). Era una labor divertida parar los dos postes y luego unir el transversal que hacía que los postes verticales acusaran con caerse. Al final la portería quedaba media chueca, pero eso le imprimía mayor emoción al juego. Cuando el maestro explicaba cómo podía hallarse el área de un rectángulo, nosotros, en el rectángulo de la cancha, jugábamos los tiros libres. Colocábamos la pelotita de plastilina a mitad del tablero de madera y con el dedo índice (doblado) en un movimiento de catapulta golpeábamos el balón y éste corría por todo el campo. ¡Gol, gol, gol! (No gritábamos porque eso significaba expulsión, pero sí movíamos los brazos, por debajo, para que el compañero viera nuestra satisfacción al ver el marcador: Alejandro 1 – Ramiro 0. Pero luego, Ramiro, en su pupitre, y en su campo, hacía la misma acción y empataba el partido. Así nos la pasábamos, mientras el maestro dictaba la Primera Ley de Newton: “Todo cuerpo continúa en reposo hasta en tanto no se vea obligado a cambiar su estado por una fuerza impresa en él”, nosotros nos matábamos de la risa (agachando nuestra cabeza y deteniendo el chorro de risa con la mano), porque ya lo habíamos experimentado: la pelotita había abandonado su estado de reposo con el golpe certero de nuestro dedo índice que, ¡oh, prodigio!, era el pie de Pelé o de Garrincha (en el caso del equipo de Ramiro) o el pie de Chava Reyes (en mi equipo).
¡Ah, cuántos prodigios de imaginación se desarrollaron en estos pupitres rotundos! Batallas similares a las que sostuvo El Cid Campeador o aquellas que se desarrollaron en la Segunda Guerra Mundial. ¡Ah, cuántos combates de tsizimes sin alas! Ramiro era experto, los enfrentaba con gran capacidad; las tenazas de las hormigas se trababan y nosotros apostábamos el refresco del recreo (tal vez Ramiro era experto en batallas tsizimeras porque su papá era gallero y él había crecido en ese ambiente de peleas de animales).
Ahí, en esos pupitres, los alumnos rememoramos el instante en que el Apolo alunizó; asimismo convertimos la madera en un mar donde las carabelas de Colón hicieron posible el descubrimiento de un nuevo mundo.
Esos pupitres nos ayudaron a entender capítulos fundamentales de nuestra historia, así como lugares geográficos y alentaron, de mil formas, la riqueza de la imaginación.
Por eso, ahora, cuando algún pedagogo dice que esos pupitres son obsoletos y recomienda un asiento ergonómico, con paleta minúscula, yo, por debajo del pupitre, me mato de la risa, pero por decencia (así como lo hacíamos Ramiro y yo en el salón), me pongo la mano en la boca y evito la carcajada.