miércoles, 30 de septiembre de 2015

CUERDA PARA TRES AÑOS




Fue una mañana de septiembre de 2012. Conducía el auto por el bulevar cuando sonó mi teléfono móvil. Me hice a un lado y me estacioné. La voz fue clara: “Luis Ignacio quiere hablar con vos”. Estaba a dos cuadras del Hotel Los Lagos y el presidente electo me esperaba ahí. No tardé ni diez minutos en llegar. Miré el patio del hotel, es un patio lleno de árboles. Recordé que, de niño, una tarde fui a ver una función de cine ahí. La Coca Cola (mi papá era distribuidor del refresco en Comitán) había organizado la exhibición de una película. ¿Por qué en ese espacio? No me pregunten. Pero, al final, resultó el espacio ideal, porque el film era una película de Tarzán, el rey de la selva. Una microselva es ese patio del hotel. La noche de la función parecía que Tarzán, que iba de liana en liana, saldría de la pantalla y la inercia lo empujaría a continuar volando por los árboles reales. “El presidente te espera”, dijo el amigo que me había llamado. Entré a la sala. El motivo de la entrevista era ofrecerme un puesto en la administración que comenzaría el uno de octubre. Dije que sería un honor, si podía servirle a él y si podía servir a Comitán ¡aceptaba! Él cambió la Coordinación de Educación y Cultura y la convirtió en Dirección de Cultura para que yo la encabezara.
Fui al colegio y a mi Paty le dije que recién había estado con el presidente electo y me había invitado a ser Director de Cultura. Quince días antes había circulado el rumor. En la prensa aparecía mi nombre como el probable. Paty y yo habíamos platicado. Implicaba una gran responsabilidad y un riesgo. Le dije que estaría sujeto al escrutinio público y mi nombre andaría de boca en boca. En algunas ocasiones reconocerían el trabajo, pero la mayor parte del tiempo lanzarían críticas. El ejercicio público coloca a un funcionario a mitad del templete y, como si fuese feria, el juego es pegarle al tipo que asoma la cabeza por en medio de un hueco. Uno, cuando acepta un cargo público, asoma la cabeza en ese hueco. Es inevitable. “¿Y qué dijiste?”, me preguntó Paty. Le dije que como ya habíamos comentado la posibilidad y decidido que si era real la propuesta aceptaría no hice más que empeñar mi palabra. Paty se persignó y dijo: “Que Dios te ayude, que Dios nos ayude”. Y ahí quedó cerrado el pacto.
Sabía de la responsabilidad y del terreno pantanoso donde me metía, pero hoy, treinta de septiembre de 2015, digo que la cuerda alcanzó. Cuando tsunamis artificiales aparecieron dejé que se evaporaran por sí solitos. Así es siempre. Soy un convencido de que cuando uno actúa bien las malas intenciones se diluyen en su propia mediocridad.
El uno de octubre de 2012, el Licenciado Luis Ignacio Avendaño Bermúdez tomó protesta como Presidente Municipal Constitucional de Comitán de Domínguez, y yo asumí el cargo para el que me había invitado. Ese día decidí no responder, durante el tiempo del encargo, a algún comentario mal intencionado o aclarar algún infundio. Decidí que, sin importar el dicho de que “quien calla otorga”, era preferible hacer silencio. Decidí que aprovecharía la invitación y no me haría tacuatz ni un instante. Supe que era la oportunidad de retribuir algo a mi pueblo, a mi amado pueblo. Trabajé, trabajé. Cumplí con la palabra empeñada al Presidente: “De cuatro de la mañana a ocho de la noche estaré a su servicio y al servicio de Comitán. Haré una pausa a la hora de comer. Por cuestiones de sobrevivencia debo comer a mis horas y dormir a mis horas”. ¡Cumplí con mis horas y con las horas destinadas a mi trabajo!
Durante tres años empeñé mi pasión y mis voluntades en el ejercicio de mi encargo. Es tanto lo que hay que hacer que la arena del desierto opaca el cristal que uno desea sembrar. ¿Qué logra un poquitío de azúcar en medio de tanta agua salada que constituye el mar? No obstante uno debe cumplir. ¡Cumplí! No hice caso a las críticas. No fui un improvisado, no llegué a ver qué hacía, llegué a hacer porque sabía qué hacer.
Hoy es el último día de mi encargo. Muy pronto, en la UNAM habrá cambio de Rector. El actual, José Narro Robles, ha dicho que espera ser un buen Ex Rector. Yo aspiro a lo mismo, a ser un buen Ex Director de Cultura. No me meteré, ni para bien ni para mal, de acá en adelante. Mi cuerda ya llegó a donde debía llegar. A partir de mañana le toca a la nueva autoridad. ¡Suerte!
Continuaré con mis labores cotidianas de escritor, pero no aludiré (en mi ejercicio periodístico) a alguna acción referente al arte de dependencia gubernamental. No sería ético; es decir, no le entraré al juego de aventar polvo al Director en funciones.
Debo agradecer a muchas personas e instituciones. Acá lo hago. Todos reciban mi agradecimiento. Resalto siete esencias: al Licenciado Luis Ignacio por darme la oportunidad de servirle a él y a Comitán; al pueblo de Comitán por aceptar las propuestas; al Licenciado Jorge Luis Aguilar Gómez, por confirmarme en el puesto; a la mayoría del equipo de trabajo por su solidaridad; al amigo que se atrevió a sugerirle al Presidente para que me considerara como el posible; a mi Rector de la UMNRS por el permiso durante ese lapso; y a mi Paty, por resistir los aguaceros.
Ayer fui al hotel Los Lagos y me paré frente al patio central. Miré los árboles, esos árboles donde, de niño, miré a Tarzán y pensé: “¡Acá comenzó la cuerda para tres años!”. Cerré mis ojos y me di más cuerda, porque ¡la vida sigue!