sábado, 26 de marzo de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UN 8 DE 28




Querida Mariana: El Instituto Mexicano de la Radio festeja treinta y tres años. Dicen que treinta y tres es la edad de Cristo, pero IMER, así se ve, va por muchas más parábolas.
En Comitán, Radio IMER comenzó en 1983, año en que William Golding, escritor inglés, obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Así, pues, Comitán celebra veintiocho de los treinta y tres años de la radio pública y yo celebro 8 de esos veintiocho. Si me preguntaras por qué, no sabría responder cómo es que soy conductor de programas de radio. Siempre he dicho que no soy hablador, soy escritor. He comentado que los ritmos son diferentes, la oralidad posee un registro diferente. La escritura es como un pájaro sobre una rama, la oralidad es el viento que mueve la rama. No obstante que hablo como shuta tataratera y mi timbre está muy lejos de las grandes voces de la radio he conducido dos programas en radio IMER-Comitán. ¿Por qué? No lo sé.
Un año, en los noventa, le propuse a Mario Escobar, gerente de la radio, un proyecto titulado: “Imagina que te llamas”, un programa que jugaba con la imaginación. Mario aceptó y, con un equipo de amigos, lanzamos el programa que, semana a semana, tenía un invitado que jugaba con el concepto. Todo era sencillo y grandioso. El invitado jugaba a ser piano, balón, regla, radio, escenario, barra de cantina... Dependiendo de la profesión u oficio así era el juego, si el invitado, por ejemplo, era un actor de teatro, podía imaginar que se llamaba escenario, que era escenario. El programa duró dos años más o menos, porque fui a radicar a Puebla.
En el año dos mil diez, Mario me invitó a conducir un programa con la participación de varios cronistas de la ciudad. El proyecto nació a raíz de la celebración del centenario de la revolución y del bicentenario de la independencia. Al término del año, Mario me preguntó si continuábamos con el proyecto, ya sin la presencia de los cronistas, dije que sí, y en febrero de este año el programa “Crónicas de Adobe” cumplió seis.
La novela más conocida de Golding es “El señor de las moscas” (ya tiene su versión cinematográfica). Todo mundo sabe que la novela cuenta el accidente de un avión que cae a una isla. Los únicos sobrevivientes de la tragedia son los niños que viajaban en el avión.
Encuentro una similitud en lo que he escrito hasta ahora: la novela de Golding se desarrolla en una isla y sé que la radio, en su esencia más íntima, es eso: una isla en medio de un mar infinito. La radio es un espacio donde los locutores y comentaristas lanzan botellas al mar sin saber quién las pepenará. Las botellas que se lanzan desde la radio pública son de muchísimos tamaños y de diversos contenidos.
A diferencia de la novela de Golding, IMER tiene muchas voces masculinas y muchísimas femeninas. Muchos críticos han hecho la pregunta de por qué la novela no incluye a una sola niña. Tal vez el escritor pensó que incluir niñas en la trama dificultaría el proceso de socialización que se da en el momento en que los niños descubren que no hay un solo adulto entre los sobrevivientes y son ellos, los niños, quienes tienen que organizarse para sobrevivir. IMER es una radio pública que da voz a la inteligencia, sin distingo de género, ni de razas, ni de posiciones sociales, ni de religiones. IMER (toda la audiencia puede corroborarlo cada vez que prende su aparato receptor) cumple con su función. Por fortuna no es una radio oficial que se encargue de ponderar obras de gobierno. ¡No! IMER es una radio que se interesa por la cultura mexicana; es decir, por toda la sustancia que conforma nuestro ser. He escuchado, incluso, voces disonantes con el sistema. Por ello, creo, todo México celebra estos treinta y tres años del Instituto Mexicano de la Radio.
Una tarde de éstas, el cronista de Comitán: José Gustavo Trujillo Tovar, me preguntó si, después de seis años de conducir “Crónicas de Adobe”, me pagaban algo. No, nada me pagan. Religiosamente cada martes voy de tres a cuatro de la tarde a recibir a los invitados (quienes son los que hacen interesante el programa), voy con mucho gusto. Me paro a mitad de la isla y veo cómo los entrevistados permiten que platiquemos como si estuviésemos en la sala de casa (tal vez esto ha cautivado a la audiencia, porque es un programa sin poses, sin solemnidades. El programa se da de la misma manera que se da la cultura auténtica: como el vuelo de una mariposa).
La radio es una isla (una semejante a la que llegaron los niños de El señor de las moscas) y también los radioescuchas son islas. Me maravilla el instante en que el escucha prende la radio y oye un programa; a la hora que en la cocina mueve los pies al ritmo de la marimba, mientras corta las papas sobre el tablero de madera; a la hora que sirve el vaso de refresco en la mesa y comenta lo que, por ejemplo, en la radio está diciendo el maestro Temo Alcázar (quien acude cada mes a hablar de personajes y casas de Comitán). Los escuchas también son islas y si nos alcanzamos es porque hay un puente que lo propician las ondas de la radio.
Existen programas gubernamentales que han servido para el desarrollo positivo de nuestra sociedad, uno es el programa de bibliotecas públicas diseminadas en toda la república, otro es el programa de radiodifusoras del Instituto Mexicano de la Radio.
¿Hasta cuándo “Crónicas de Adobe”? El otro día le dije a Mario lo que siempre digo: Si sirve a nuestra sociedad ¡yo le sigo hasta que vos digas hasta acá!

Posdata: ¡Felicidades a IMER por los treinta y tres! ¡Felicidades a Comitán por los veintiocho!