lunes, 21 de marzo de 2016

GRADAS




La historia no consigna el nombre de la inventora de la escalera. Se presupone que fue una mujer porque, además del sentido práctico que ellas ostentan, el concepto escalera es femenino. Claro, hay intentos por parte de los hombres por masculinizar el sujeto y así escuchamos que en lugar de decir grada dicen escalón.
¿Por qué se presupone que fue una mujer la inventora de la escalera? Porque los hombres, en su mayoría, prefieren la inmovilidad; además de que son soberbios y creen, siempre, estar en lo más alto del cualquier lugar. La mujer, desde los inicios de la historia, le ha costado abandonar la superficie y ascender.
En esta fotografía se aprecia un graderío, hecho de piedra, como era usanza en las pirámides mayas. Se aprecia una mujer, con mochila, sandalias y mirada que se pierde en el horizonte. Ella está sentada. Sentada en lo más alto del graderío. Se deduce que para llegar al lugar en donde está debió subir por esa escalinata. ¿Para qué subió? ¿Para qué suben las personas las escaleras del mundo? La mayoría (¡qué pena!) sube porque debe cumplir con un compromiso. Hay gente que sube por las escalinatas del templo porque es padrino de bautizo o porque es el novio de la boda; hay gente que sube por las escalinatas del auditorio universitario porque se le hace tarde para presentar su examen profesional; hay gente que (ahora) sube las escalinatas de las pirámides para ver el paisaje que hace cientos de años vieron los aztecas o los mayas. La gente que sube por una escalera lo hace con cuidado (aunque suba a la carrera), porque (se sabe) la condición indispensable para llegar al último escalón es no resbalar en el tercero o cuarto. La gente baja de igual manera, cuidando en qué lugar debe colocar un pie y luego el otro. La mayoría sube porque tiene un apremio en la parte superior, pero, como sucede en la vida según los sabios, nadie se fija demasiado en el trayecto, porque todo mundo tiene prisa por subir. Si alguien, cuando la persona está en la cima de la pirámide, preguntara para qué subió, la persona respondería con frases comunes: “Porque acá se ve una vista espectacular” y abriría los brazos como para abarcar los trescientos sesenta grados (si esto fuera posible). Pero, esta misma persona no respondería con la misma precisión cuando se le preguntara: ¿Por qué, entonces, bajas? Titubearía. Bajo porque debo regresar a casa, porque mañana tengo una cita importante, porque no puedo quedarme acá arriba, qué tonto. Todo mundo debe bajar, ¿no?, es casi como una ley universal: ¡Todo lo que sube baja!
La niña bonita de esta fotografía pareciera tener la respuesta en sus manos. La tranquilidad de mar calmo que transparenta pareciera indicar que ella sí sabe para qué subió esos peldaños. Subió a lo más alto sólo para sentarse, porque sentarse a nivel de suelo es más bien para espíritus gusano o para almas serpiente. Ella (muchacha bonita) es como un ave que se para sobre una rama y canta y mira para todos lados, porque -es cierto- quien está en la parte más alta puede ver hacia todos lados sin nada que interrumpa la mirada. Amigos que han subido a la Torre Eiffel me han contado que van de un lado hacia otro y logran ver la ciudad de París en tu total belleza. Abarcan todo como si fuesen pájaros que vuelan e interrumpen su vuelo sólo para decir que ese aire y esas nubes y esos techos son parte del viaje, antes de bajar y mezclarse con la gente que aborda el metro, con los que se sientan en los cafés al aire libre, con los que hacen fila para entrar al museo del Louvre, con los que se sientan a orillas del Sena y miran pasar los barcos, con los que se paran y escuchan al ejecutante del acordeón que toca (invariablemente) La vie en rose.
La gente no sabe bien a bien porqué sube. Hay un chip en el gen que indica que los seres humanos debemos tender al ascenso. Pero, bueno, de todos modos es mejor subir por una escalera, aunque sea de manera atrabancada, que dar un paso y luego otro para subir por esas cajas que se llaman ascensores y que sólo sirven para momificar los deseos de vuelo.