lunes, 28 de marzo de 2016

EL ELEFANTE DESAPARECE DETRÁS DE UNA IMAGEN INFLADA




Sé que nadie piensa en el Nobel de Literatura 2016. ¡Octubre está muy lejos! Pero, digo, si alguien quiere apostar ahora por Murakami puede hacerlo, porque una cosa sí es segura: el Nobel de Literatura 2016 no será para una mujer. Ya le tocó a Svetlana el año pasado, ahora le puede tocar a Murakami. ¡Nada que hacer!
Murakami nunca merecerá la máxima distinción, pero algún día la obtendrá. Porque ahora (quién sabe desde cuándo) el mercado editorial lo domina, más que el talento, la mercadotecnia. El escritor japonés nada tiene que hacer frente a, digamos, su compatriota Kawabata. Éste sí merecedor del reconocimiento.
Hace poco apareció el libro de relatos “El elefante desaparece”, de Murakami, con una portada muy atractiva (sí, ¡se trata de vender!). Es su libro más reciente, en español, pero resulta que no es su producción más reciente. El libro es una recopilación de textos ya antigüitos.
Los elementos extraliterarios siempre están presentes a la hora de vender la obra de Murakami. Por ejemplo, en un periódico español, una crítica literaria, propuso leer cada cuento acompañado por la música que algún protagonista escucha dentro del texto. Hay en youtube álbumes musicales con la música que ha aparecido en la obra literaria del escritor japonés. Hay muchísimas síntesis de sus cuentos, pero no existe un análisis serio acerca de la estructura. Sus cuentos (unos menos que otros) están bien escritos, pero son como cohetes que, al final, ya en la inmensidad del cielo, el lector no alcanza a ver el deslumbre de fuego de artificio que sí logran los grandes escritores. El artificio le alcanza, pero no el resplandor del genio.
Así como algún día logrará el Nobel, de igual manera sus relatos lograrán entrar a las antologías de cuentos mundiales, pero, en el lector de todos los tiempos quedará la sensación de que son cuentos fácilmente olvidables. No hay un solo cuento que, en realidad, toque el espíritu del hombre, todo es como desechable.
Su escritura tiene un tufo pretensioso. La pretensión la alcanza aquel que no posee alas e insiste en hacernos creer que vive en lo más alto del Parnaso. El verdadero escritor, quien sí posee alas, vuela con la misma sencillez con que lo hace el águila. Los pobres “garbanceros” no pasan de los aleros de las casas.
El otro día pasé a la librería de Samy y le pedí “El elefante desaparece”, cuando vi su cara de sorpresa agregué que mi oficio es leer y debo, también, leer de lo que hablan los demás. Llegué a casa, abrí el libro y leí los relatos que contiene. Reafirmé mi opinión: No es un gran escritor. Claro, igual que yo, millones de lectores en el mundo, hicieron lo mismo: llegaron a una librería, compraron el libro y lo leyeron. A diferencia de lo que yo digo, muchísimos millones de lectores son felices con la obra de Murakami. Él es feliz. Vende millones de libros. Algún día, sus relatos aparecerán en las nuevas antologías de cuentos mundiales; algún día recibirá el Nobel de Literatura y más lectores se agregarán a las multitudes que esperan (¿esperamos?) con ansias el nuevo libro de él.
Yo confieso que lo seguiré leyendo. Mi oficio es leer. No es bueno saber que junto a libros inteligentes debo leer algo que no trasciende, pero así es mi oficio, qué le voy a hacer.
Gracias a la mercadotecnia, Murakami posee el “pájaro que da cuerda al mundo”. Es una pena que millones y millones marchemos a ese ritmo. El mundo no funciona como debiera.