domingo, 20 de marzo de 2016
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN PERRO QUE SE LLAMA SOLEDAD
Por favor, si algún lector ve esta fotografía y la misma le provoca un sentimiento de bondad, le solicito se abstenga de expresarlo en voz alta. Esta imagen (estarán de acuerdo conmigo los hombres que duermen en la calle) expresa la soledad y nada más que ello. La mejor definición de soledad es aquélla que la compara con un perro. La soledad nunca nos abandona, es fiel hasta el infinito, como fiel el perro. Todo mundo conoce la historia de Hachiko, el perro que llegó todos los días a la estación de tren a esperar al amo, aun cuando éste había fallecido años antes.
En esta fotografía, el perro juega a ser un árbol más. Al fondo, la niebla es como un manto que cubre los árboles más lejanos. La soledad del hombre también es una niebla, porque, igual que en esta fotografía, está detrás de nuestro corazón y no podemos tocarla con la mano. No la advertimos, pero la niebla siempre está en una esquina del hombre, porque ella es la capa de la soledad, la que la abriga, la que la calienta para que no se apague su brasa.
Este perro (negro, con apenas meses de vida) ya comienza a practicar la vocación de su vida: la soledad.
¿Por qué los perros no soportan estar solos en casa? ¿Por qué cuando su ama cierra la puerta y echa llave y lo deja solo comienza a llorar como si fuese un niño al que le quitan la teta? Lo hace porque es el animal que más se compromete en el cariño, el que más se compromete a estar al lado de su ama. ¿Qué es aquello que más nos asedia, lo que nunca nos abandona? No es, por supuesto, el amor ni la felicidad. Estas dos píldoras son atenuantes de la soledad, son como colchas que atosigan cuando la temporada de frío llega y, se sabe, el frío del espíritu es el fantasma que siempre está escondido atrás de la puerta.
Cualquier lector inocente puede hacer una lectura equivocada. Puede ver el perro y alentar la frase común de: ¡Qué lindo! ¡Chiquito bonito!
Cualquier lector puede anidar en su corazón la idea de correr y abrazarlo para que no esté tan solo. ¿Ven lo que provoca esta fotografía? El perro no está solo, ¿se entiende? El perro siempre se acompaña de sí mismo. Quien está solo ¡es el amo!, por eso, este animal siempre está a su lado, porque el hombre está más solo que cada uno de estos árboles en medio de la niebla.
Víctor Roura, en un cuento inolvidable, cuenta que un perro fue de una a otra casa dejando galletas que nadie sabía dónde hurtaba. Los niños de las diferentes casas esperaban cada día que el perro llegara y éste llegaba puntual y les dejaba la galleta. El doctor Rodrigo de la O fue a cada casa y recomendó a los adultos que no recibieran al perro, les urgió a cerrar las puertas a fin de que el perro no entrara. Eso sí, les dijo no golpeen al perro, nunca lo hagan. Los vecinos siguieron la recomendación del doctor, pero el perro se las ingeniaba para, con una pata, meter las galletas por las hendijas inferiores de las puertas y los niños las comían. Una tarde, todo el pueblo vio que el doctor de la O cerraba con cadena y candado la puerta de su casa y subía al tren que lo condujo a la capital. El doctor jamás regresó. Cuando un amigo, muchos años después, le preguntó por qué había abandonado a su pueblo que tanto amaba dijo que era porque el perro se había encariñado con todos. El amigo no entendió, pidió que el doctor explicara. El doctor dijo: “El perro es el mejor amigo del hombre”. El amigo asintió y dijo que eso era bueno, que los perritos eran unos acompañantes fieles. “Ese es el problema”, dijo el hombre y contó la leyenda china que dice que cuando los Dioses poblaron la tierra crearon el pájaro que llamaron felicidad (lo hicieron ave porque, como el chupamirto, dura muy poco en la rama); y para compensar el instante de alegría crearon al perro y lo llamaron soledad. Los dioses dijeron que sería fiel a su amo toda la vida.
Una tarde, los vecinos siguieron al perro para ver de qué alacena robaba las galletas, lo vieron entrar al jardín de la casa del doctor de la O, dar un rodeo y entrar por la puerta trasera que daba a la cocina. Se acercaron a la ventana y vieron que el perro abría la alacena y sacaba unas galletas. Esto lo seguía haciendo a pesar de que el doctor tenía más de diez años de haber abandonado el pueblo. Los pobladores actuales juran que, después de cincuenta años, las crías de las crías de aquel perro siguen alimentando con galletas a todos los moradores del pueblo. Juran que esto se da en todos los pueblos. ¿Cómo explicar que nunca se agota la dotación de galletas?
Por eso, cuando alguien alberga un sentimiento de afecto por un perro y se acerca a abrazarlo no está haciendo más que reconocerse en su soledad y alimentarla para siempre.