viernes, 25 de marzo de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE HAY DOS CONCEPTOS GENIALES: S D y R C




¿Y si jugamos, Mariana, a ver qué sensaciones te transmite esta fotografía de Grace Díaz?
La doctora Ramírez me contó que las niñas con Síndrome de Down también se les llama niñas con S. D. Me gustó. Siempre me han gustado las iniciales. Mi padrino Ramiro Ramos Ruiz tuvo un supermercado en el centro de San Cristóbal de Las Casas que llamó Las tres R. A mí, eso se me hacía una genialidad. Es como un acertijo determinar qué significa la I de Francisco I. Madero. Tengo una amiga que se llama Daniela y que yo le digo D. A veces, también, halló en cuentos o novelas nombres de personajes que ostentan iniciales como nombres, sólo letras. Cuando algún amigo me preguntaba en qué casa vivía en San Cristóbal, yo decía: En la casa de mi padrino RRR.
En esta fotografía está una niña S. D., al lado del busto de R. C. La escritora (no podía ser de otra manera) está seria y mira al frente; por el contrario, la niña sonríe y ve, coqueta, hacia un lado.
Esta fotografía la hallé en los pasillos del Centro Cultural Rosario Castellanos (C.C.R.C). Es fotografía de la fotografía (la original estaba más clara y más bella). Fue parte de una serie donde fotógrafos comitecos presentaron fotografías de niños y niñas con S.D.
Hubo una época (en serio, querida Mariana) que en Comitán, los papás que tenían niños con S.D. los escondían en casa, no permitían que ellos se relacionaran con los demás. ¿Por qué? No lo sé. Ahora, cada vez más (¡qué bueno!), hay organizaciones que apoyan a estos niños y niñas y nos ayudan a nosotros (quienes no tenemos S.D.) a acercarnos un poco al mundo de ellos.
La doctora Ramírez me dijo, una tarde que tomamos un café en T., que cuando los niños con S.D. reciben ayuda profesional a edad temprana se integran de mejor manera y viven más felices.
La tarde que inauguraron la exposición, M (así le llamaré, porque lo recuerdo como un rayo de mediodía), hijo de mi amiga Irene, se me acercó y (sin conocerme) me sonrió y me abrazó. Él tiene más de treinta años de edad y tiene S.D. Sentí su abrazo con una gran calidez. A mí, lo sabés, me cuesta mucho trabajo relacionarme con las personas, pero con M me sentí muy bien y sé que él también se sintió muy bien conmigo. Me platicó que toca la guitarra (Irene es una de las grandes cantantes de nuestro Comitán).
Y bueno, ¿qué sensación tuviste, Mariana, al ver esta fotografía de Grace? (Grace es periodista, muy reconocida en el pueblo).
El busto de R.C. está integrado al macizo de sombras que forman las frondas de los árboles, es como si su cabellera se extendiera en un oscuro infinito (parece que retrata muy bien el destino de nuestra escritora); en cambio, el rostro de la niña está pleno de luz. Más que recibir la luz del flash pareciera crear ese río de luz que se desborda en su vestido y en el halo que la rodea.
¿Ya viste con qué coquetería coloca su mano sobre su mejilla? ¿Ya viste cómo, igual que los vacíos en la escultura de Luis, la niña también deja huecos entre su rostro y su mano, que son los mismos vacíos por donde el aire juega?
La doctora Ramírez me dijo que esta fotografía hubiese sido imposible hace cuarenta o treinta años antes. Yo, ya me conocés, me quise pasar de gracioso y dije que sí, porque aún no estaba la escultura, pero la doctora hizo como que no escuchaba mi impertinencia e insistió en que ahora es maravilloso ver cómo los niños con S.D. se integran a la sociedad y cada vez más los otros vamos haciendo ese hueco en nuestro corazón que es como el vacío de la escultura de R.C. y es el lugar donde el aire juega, ya no a las escondidas, sino a brincar la cuerda.
¿Qué te dice esta fotografía, Mariana? He visto, en ese mismo lugar, tomarse la foto del recuerdo a muchos personajes importantes: por ahí han asomado los directores de Coneculta, algunos presidentes municipales, algunos diputados locales y federales, escritores famosos (Lolita Castro, por ejemplo, poeta que fue gran amiga de R.C.), pero ellos (en serio) han buscado el cobijo de esa enorme ceiba que fue Rosario. La niña de esta fotografía (no sé qué digas vos) no buscó cobijo, al contrario, ella le dio vida a ese busto, tan serio, tan formalito, tan “yo soy mucha pieza”; fue un poco como decir: “Ya, Rosario, quitá esa cara de solemnidad, bajá de tu pedestal y juguemos matatena”. Rosario se creyó mucha pieza, la hemos vuelto mucha pieza. Los niños y niñas S.D. son piezas fundamentales para entender la vida; además (gracias, querido M) ellos tienen el corazón más puro de la más pura niñez.
Ahora, cierro los ojos y recuerdo al hijo de Irene y recuerdo a Oskar, el protagonista de la novela “El niño del tambor”, de Günter Grass, que un buen día decide no crecer más y se queda en los tres años de edad. Dios, un buen día, dijo que M no crecería más y dijo que se quedara con el corazón niño para siempre y yo (¡bendito Dios!) la otra tarde recibí su cariño, como si yo también fuese un niño y nos encontráramos en el patio de su casa y dijera: vení, voy a tocar guitarra, y yo le preguntara si podía llevar a mi amigo, el niño del tambor, y él dijera que sí, que también su mamá (mi amiga Irene) estaría con nosotros y ella cantaría y él tocaría la guitarra y Oskar el tambor y… ¿y yo? Ah, diría él, vos chiflás o bailás.
Que Dios bendiga los ojos de los fotógrafos comitecos que, una vez al año, nos muestran las fotografías de este proyecto ATM.