lunes, 25 de abril de 2016

CARTA A MARIANA, CON ARCO IRIS INCLUIDO





Querida Mariana: ya te conté que una tarde hice enojar a Francisco Toledo, allá en Oaxaca. Él estuvo dispuesto a concederme una entrevista y yo quise catafixiarla por cinco minutos viéndolo trabajar en un cuadro. Saltó como chapulín en comal y dijo que ¡no!, que eso ¡nunca! Bueno, bueno, no se enoje, maestro, le dije; pero ya estaba enojado, así que mejor me retiré para que mi presencia no lo ofendiera más. Como periodista salí perdiendo, porque ni obtuve la entrevista ni lo vi en el proceso de creación, pero gané algo, no sé bien qué, pero algo gané.
El maestro Güero Mandujano, un pintor comiteco de excelencia, era como Toledo: no permitía que alguien estuviera presente a la hora que pintaba.
¿Por qué? No me lo preguntés a mí. Yo ¡qué voy a saber!
Sin embargo, los grandes maestros artesanos no tienen empacho en que los vean a la hora que crean sus obras.
Esta artesana, por ejemplo, no tiene empacho en hacer su bordado en medio de la gente. La bordadora de telar de cintura fue una de las artistas que participó en el Peatonarte que, en esta ocasión, se convirtió en Festival del Pan Compuesto.
¿Recordás que una vez estuvimos en el Museo de los Altos de Chiapas (Ex Convento de Santo Domingo) y vimos a una bordadora? ¿Recordás que ella estaba sentada en el piso y, con su telar de cintura, pasaba los hilos en el entramado? Lo que era un tendido blanco se convertía, poco a poco, en un bello tejido multicolor, lleno de grecas.
Esa mañana, vos y yo comentamos que era un trabajo exquisito que le llevaría horas y horas, días y días.
Aquella mujer de San Cristóbal, igual que la mujer que estuvo en Comitán, dejó que la viéramos bordar y, además, platicó con nosotros y respondió a todas nuestras preguntas.
Tengo una teoría del porqué los artistas famosos no permiten que los aprendices los vean en el momento de la creación: porque se sienten un poco dioses o un mucho. ¿Imaginás que alguien hubiese estado presente a la hora que Dios, el infinito, creó el universo? Ese alguien podría, con una mano en la cintura, al rato hacer lo mismo. Los famosos no están dispuestos a enseñar, a transmitir. Son envidiosos. Su envidia llega a tal grado que mueren llevándose sus secretos de creación. Y esto es así, porque, después de todo, el acto de creación no es tan complejo. Si un diletante tuviese la oportunidad de ver a un grande en el acto de creación podría apropiarse de capacidades y aptitudes que lo convertirían en un profesional.
La artesana que aparece en esta fotografía (igual que la de aquella mañana) fue generosa y, con las manos abiertas, dejó que las personas vieran cómo bordaba el arco iris en un entramado blanco. Y las personas se maravillaron de la maravilla que sus manos tejían.
Así, con el prodigio asomado en la boca, hubiese quedado ese alguien si hubiera presenciado el instante en que Dios movió la mano y ordenó que la luz se hiciera.
Los dioses no dejan que los simples mortales los vean en el acto de creación; por el contrario, los artesanos son generosos y dejan que sus aguas rieguen todas las orillas, por esto, querida mía, yo admiro más a los anónimos bordadores que a los Tamayo encumbrados; es decir, admiro la obra de los Picasso del mundo, pero no me hinco ante ellos, como si nos hincamos, vos y yo, ante la bordadora del Ex convento de Santo Domingo, en San Cristóbal. Ella estaba sentada sobre el suelo, cerca del barandal que protege el andador del segundo piso. Nosotros nos hincamos y admiramos la maestría con que sus manos entrecruzaban los hilos rojos y formaba las grecas que son la tradición de siglos y siglos. Ahí ella (igual que la artesana del Peatonarte, en Comitán) era como una Diosa que dejaba que nosotros, legos, presenciáramos cómo, con el movimiento de sus manos, creaba un universo con la orden sencilla de: ¡Hágase la luz!
Toledo brincó como un chapulín tatemado. Esta artesana volaba como un colibrí alrededor de nuestro corazón.