miércoles, 6 de abril de 2016

LAS CUCARACHAS GACHAS




Lupita preguntó cuál era el sentido de la vida de las cucarachas. Tío Manuel dejó el periódico que leía, sobre la mesa de centro, lo dejó como si tirara un libro u otro objeto pesado, y dijo: ¿Cuál va a ser? El mismo de las moscas: molestar. Volvió a tomar el periódico y siguió como si fuese una estatua. Lupita nos vio, a Margarita y a mí, y, con su voz de pollito, preguntó si eso era cierto, si sólo servían para molestar. Margarita y yo no supimos qué responder, porque si Lupita hubiese preguntado cuál es el sentido de la vida de los seres humanos tampoco sabríamos qué responder. Por supuesto que los seres humanos tenemos una misión diferente a la de las cucarachas, pero no se sabe a ciencia cierta. En una ocasión, en una de esas reuniones que se dan entre gente con libros bajo el brazo, uno de ellos filosofó acerca de esa pregunta y un maldoso, al final de la perorata, con voz de Sócrates, dijo: “El sentido de la vida del hombre es comer, cagar y dormir” y soltó la carcajada de guajolote lejos de temporada navideña.
Lupita siguió jugando con su muñeca. Le dijo que ya era hora de dormir y la metió en la casa de muñecas, la tapó con una cobija y le dijo que le leería un cuento y puso sus manos en la misma posición en que las tenía el tío Manuel, que ya avanzaba en la sección de deportes y a cada rato expresaba su coraje contra el equipo América que, una vez más había sido, según él, ayudado por el árbitro. Lupita, con su voz de tren niño, en un libro invisible, le leyó un cuento a su muñeca. Margarita y yo sabíamos que en cuanto la muñeca se durmiera, ella cerraría el libro (invisible), lo dejaría en el librero (también invisible) y, desde el piso donde estaba sentada, nos vería en espera de la respuesta a la pregunta: ¿Para qué viven las cucarachas?
Es más, yo preguntaría y lo hago ahora: ¿En dónde se esconden las cucarachas en la mañana? Parece que son seres a quienes, como el personaje del cuento “El otro cielo”, de Cortázar, les encanta salir por las noches. Imagino que la cocina de la casa es como la plaza de los pueblos y las cucarachas salen a tomar el fresco durante las noches asfixiantes de abril.
Una vez, cuando era un niño, un poco mayor que Lupita, viajaba en la camioneta de don Agenor, íbamos por la carretera de Comitán a San Cristóbal (aún no tenía topes) y vi un par de zopilotes que metían sus picos en la carne roja y hedionda de un caballo a la orilla de la carretera. Yo me tapé la nariz y cerré los ojos, dije que los zopilotes me daban miedo y asco. Don Agenor rió con una risa de tinaco despatarrado y me dijo que los zopilotes eran animales maravillosos, porque eran los encargados de acabar con la carroña, dijo que sin la presencia de ellos la Tierra se llenaría de cuerpos nauseabundos, así que debíamos dar gracias a Dios por la presencia de los zopilotes. ¿Entiendes?, me preguntó al final. Yo, con los ojos cerrados, dije sí con un movimiento de cabeza. Así pues, los zopilotes tienen bien definida su misión: ¡comer carroña, caca!, pero ¿las cucarachas? Rufina decía que todo mundo era muy valiente con las cucarachas en el piso, pero no fuera a estar una cucaracha en la pared y volar porque entonces el terror de Hitchcock asomaba con su cara de piolet.
¿Qué le íbamos a decir a Lupita? Margarita hacía como que miraba la televisión. Y digo que hacía como que miraba la televisión, porque no creo que estuviera muy interesada en el programa donde “enchulaban” un auto; y yo hacía como que estaba interesado en leer las contraindicaciones de una caja de pastillas que había tomado de la mesa de centro y que, sin duda, eran las pastillas que tomaba la tía Enedina, todas las noches, para controlar su presión.
Cuando la muñeca se durmió y, tal como lo habíamos previsto, Lupita dejó el libro sobre el librero y nos vio, a mí no se me ocurrió más que decirle la verdad, que no sabíamos, pero que el escritor Gabriel García Márquez había comentado en algún momento de su vida que las cucarachas serían las únicas sobrevivientes después de la Tercera Guerra Mundial. Lupita sonrió, como una madre amorosa volvió a ver la casa de muñecas, acomodó la cobija donde dormía su muñeca y dijo: “Ya ves, te dije que mis tíos sí sabían, las cucarachas sirven para sobrevivir”. Nosotros también sonreímos.