sábado, 9 de abril de 2016

CARTA A MARIANA, A RITMO DE MARIMBA




Querida Mariana: a Manuel le dije que no podía hacer lo que me pedía. Manuel llegó a mi oficina. Le ofrecí asiento. ¿Quería agua? Es lo más que ofrezco, porque como no tengo cafetera, si alguien acepta me pone en aprietos. Manuel dijo que no, que así estaba bien. Lo vi sentarse cómodamente, como indicando que estaba a gusto y estaría buen tiempo.
No, querida mía. Vos me conocés. Valoro mucho el tiempo de los otros, así como valoro mi tiempo. En mi anterior trabajo, la oficina estaba al lado de otras oficinas y un día llegó un compa, me saludó, se sentó y dijo que había pasado a la oficina contigua, pero como no estaba el director, esperaría ahí en mi oficina. ¡Ah, no, le dije! Me disculpé, le informé que estaba escribiendo un documento importante que debía entregar en la tarde (era cierto), así que no podía atenderlo, de la mejor manera le dije que me comprendiera. Él se levantó y ni adiós me dijo. El otro día lo topé en la calle, él en una banqueta y yo en la otra, me vio, levanté la mano en forma de saludo y él me ignoró. Sí, sabía que eso iba a terminar así. Así que cuando Manuel se desparramó soberanamente en la silla advertí la luz roja que me avisaba.
Le pregunté en qué podía servirle y él, muy generoso, me dijo que leía mis textos y que le gustaban. Dijo que le gustaba la forma en que metía los vocablos comitecos y alabó las cualidades de nuestra forma de hablar. Yo agradecí las flores y me removí en la silla, porque advertí que iba a decir algo más. ¿Qué sería? Pensé que después del elogio iba a venir la diatriba, porque se sabe que una de las formas de diálogo es más o menos ésta: “Me gustó mucho el baile que presentaron en el teatro anoche, pero…” ¡Ah, el famoso pero! Así que me preparé para recibir el pero.
Pero el pero no apareció, en su lugar apareció una petición. ¿Podía escribir un texto, de una o dos cuartillas en donde dijera cuáles eran los elementos que definen a Comitán? Era una tarea que debía entregar su hija que estudia secundaria. Yo me revolví en la silla. ¿Qué podía decirle? Una de dos: la primera era decirle que con gusto podía hacerlo, pero que como escribir es mi trabajo, cada cuartilla la cobro en tanto (no cobro barato); o negarme. En los dos casos, lo sabía de antemano, mi endeble amistad con Manuel iba a sufrir un embate, porque ante lo primero, él iba a hacer una cara de “¿tanto por dos cuartillitas que puedo escribirlas yo a la hora que quiera?”, y el cobrar significaba un atrevimiento de mi parte. ¿Cobrar por algo que todo mundo hace? ¿Qué me estaba yo creyendo? Y luego, el abuso de cobrar tan caro. ¡Ni que fuera yo Vargas Llosa! Ante lo segundo el enojo ya no estaría disimulado, sería directo. ¿Así valoraba nuestra amistad? ¿De veras no me harás el favor, tan simple? Pero yo soy el culpable, ya lo dice el dicho No tiene la culpa el indio sino el compadre. Vos sos un indio patarrajada y no sé por qué te hacen tanta bulla.
¿Qué hacer? Seis o siete minutos antes estaba tranquilo en mi oficina, trabajando (porque vos sabés que tengo mucho que hacer, gracias a Dios, todos los días) y luego estaba metido en un brete.
¿De verdad no querés un vaso de agua? Ofrecí de nuevo, tratando de sonreír, en intento de hacer un poco de tiempo para que el Espíritu Santo iluminara mi mente y me proveyera de un argumento válido que no le resultara ofensivo. Volvió a decir que no y, de inmediato, como si fuese El Chicharito, lanzó el disparo que pegó en el travesaño de mi portería: “Entonces, ¿sí?”.
Titubeé, tosí, acomodé los dos lápices y una pluma sobre la superficie de la mesa que me sirve de escritorio y dije, sin decir agua va: “No, Manuel, los maestros tenemos prohibido hacer tareas de alumnos”. Manuel atajó: Si mi hija no estudia acá (refiriéndose a la escuela en donde laboro, que todo mundo sabe que es el Colegio Mariano). No, no importa, sostuve. Todos los maestros tenemos esa prohibición ética y, ya con más confianza, le solté el discurso de que lo importante era conocer el pensamiento de su hijita, que ella buscara los elementos que podían sintetizar la identidad comiteca y ya, como si fuera El Pollo González, le lancé un derechazo, advirtiéndole que un ejercicio noble es que él, el papá, se sentara con ella y juntos hicieran el juego intelectual que los fortalecería en la relación familiar y que le permitiría a ella presentar un trabajo muy digno. ¡Uf, parece que lo había logrado! Sí, porque lo vi arremolinarse en el asiento, sentarse más derecho y decir que tenía yo razón. Respiré aliviado. No había perdido su amistad. ¡Bendito Dios! Se paró, me dio la mano y se fue. Noté que su apretón fue un poco fuerte, como si en lugar de mano tuviera una pinza y la mía no fuese una mano sino una nuez que debía quebrar.
Cuando se fue, pensé que algunas personas creen que como soy escritor comiteco puedo sintetizar la esencia de Comitán. No es así. Es cierto, nací en este pueblo, lo amo profundamente, pero en Comitán han nacido miles y miles de personas como yo, y de la misma manera que yo quiero a este terruño bendito, así hay miles y miles que también lo aman igual (o tal vez más). Tengo una desventaja, que es como un muro difícil de saltar: mis troncos no están ni estuvieron sembrados acá. Mi papá me enseñó a respetar mi pueblo, pero él nació en San Cristóbal de Las Casas; mi mamá tiene muchos años viviendo acá, más de sesenta, pero ella nació en Huixtla. De esta manera ves que miles y miles de comitecos me superan, porque soy un convencido de que las raíces son fundamentales para valorar en toda su expresión el arraigo. Pienso en una amiga que sus papás, igual que sus abuelos y sus bisabuelos paternos, fueron oriundos de este pueblo. ¿Imaginás todo el caudal de historia que lleva en sus genes? En la sangre de mi amiga Bety corre sangre comiteca en una noventa y nueve por ciento.
Algunos amigos me dicen que soy un mamila, de vez en vez, cuando me enorgullezco de mi ascendencia italiana. Mi abuelo paterno llegó a México, acompañado de su papá, en un barco que había zarpado de Italia. De eso estoy hecho. Es mi historia. No se trata de árboles genealógicos presuntuosos, se trata de decir que de ahí vengo, que de ahí soy, que eso soy.
Así pues, ¿quién es el más indicado para decir cuáles son los rasgos que dan identidad a nuestro pueblo? ¿Óscar Bonifaz? ¿Pepe Trujillo, nuestro cronista? ¿Flor Esponda o su hermano David? ¿Raúl Espinosa, el caricaturista? ¡No, no, no! Bueno, en realidad sí, todos ellos son personas que pueden y deben dar su opinión, pero asimismo mi amigo Juan, que es zapatero remendón, y junto a Bonifaz y Trujillo, todos los Pérez y García y Fuentes y López y Paniagua, y todos los que tienen misceláneas y los que tienen bares y cantinas; es decir, la visión de un Comitán auténtico y cercano se logra a través de la opinión de todos los comitecos, ni uno menos, ni uno más.
En el programa de Radio IMER: “Crónicas de adobe” se intenta esto. Que haya muchas voces porque cada una de ellas logra colocar una pieza de nuestro rompecabezas.
No se lo dije a Manuel, pero me hubiera gusto decirle que agradecía su deferencia y que si no hubiese sido una tarea que debía presentar su hija, con gusto le hubiese dado mi opinión respecto a lo que yo creo define la esencia de nuestro pueblo; pero le hubiera remarcado lo que ahora te digo: mi mirada es una, una de miles y miles que deben aparecer en nuestra pared. Cada uno de nosotros cuelga un cuadro y este cuadro se integra a los demás que conforman el collage que debe servir como muestra de lo que somos y de lo que jamás debemos soltar, a fin de que Comitán siga siendo el pueblo maravilloso que es.
¿Qué elementos dirías que nos identifican, que nos otorgan carácter y personalidad? Basta mencionar uno para que todo un universo se descuelgue con la rotundez con que se descuelgan las lianas en la selva. ¿La marimba? Uf, no alcanzaría la vida para completar la historia de este instrumento. Desde los primeros ejecutantes hasta los actuales. Pepe Trujillo acometió la empresa de hacer un libro con la mínima historia de la marimba en la región. Lo logró. Es un libro fundamental. Pero es sólo una parte. Falta mucho. ¿El pan compuesto? ¿Imaginás todo lo que hace falta escribir acerca de ello? ¿Las butifarras? ¿Nuestro modo de hablar? ¿Los apodos?
Digo que la vida no nos alcanzará para nombrar y cantar la grandeza de este pueblo, por eso es importante que todos contribuyamos a conformar el rompecabezas y, sobre todo, que todos, de manera empecinada, luchemos por defender nuestra identidad. ¡Que ningún elemento extraño trate de borrar nuestro rostro!

Posdata: Siempre he tenido la ilusión de entrar a casas comitecas para registrar las paredes de las salas donde cuelgan fotografías familiares (hablo de hacer un registro fotográfico y no de husmear donde no me importa). Creo que esto es uno de los valores más afectuosos de nuestro pueblo. Algún estudioso lo hará un día y yo seré feliz.

Posdata dos: Ayer me topé con Manuel. No me saludó.